Celda De Diamante

Cap. 9. Enfrentando lo que pasó (Parte 1)

—¿Qué demonios vamos a hacer? La policía ya encontró el cuerpo, ¡ya lo encontró! ¡Erick!, menuda mierda, ¿cómo puedes estar tan tranquilo? —Rubén había dado más de setenta vueltas alrededor de toda la cabaña, subía y bajaba las escaleras en un acto alternativo para no arrancarse el cabello.

—¿Qué quieres que haga o diga? —por su parte, Howard yacía en el sofá de la entrada, con los brazos recostados en el respaldo y las piernas una sobre la otra.

—¡Lo que sea, pero di algo!

—Voy a matar a ese maldito perro.

—¿Qué tiene que ver el perro con todo lo que nos está sucediendo?

—Todo. Estoy casi seguro que fue el maldito animal quien la encontró.

—¿Qué vamos a hacer?

—Rubén, no tienen pruebas. No existe ni una sola prueba que pueda incriminarnos, y si las llegara a ver, nosotros haríamos dos cosas: tratar de eliminarlas y negar todo. Habla con Steven y Byron y cuéntales todo lo que sucedió y todo lo que te he dicho.

—¿Y tú a dónde irás?

—Voy a encargarme de ese perro.

1

Mientras las fotografías eran reveladas del rollo empleado en la escena del crimen, una de las oficiales se encargó de acomodarlas y enumerarlas sobre la mesa central para que así el equipo de peritos fotográficos tuviera la facilidad de agrupar y analizar los detalles de cada una de ellas. Elaine arribó al cuarto y vio a los investigadores haciendo su trabajo, sin embargo, la abatida mujer no se atrevió a comentar ni una sola palabra.

Horrores y la cruel realidad de un asesinato y tortura se mostraron en los retratos, pues cabe mencionar que sobre aquella mesa bien podrían haber existido un promedio de setenta y tres fotografías que oscilaban entre el lugar de los hechos, las pocas evidencias y las capturas que detallaban el cuerpo. Imagina, querido lector, qué horrible habrá sido para la agente Elaine el mirar cada una de ellas y ver a la persona que tanto quiso, rebanada en pedazos, con el cabello cortado, los dedos de la mano derecha cercenados, las apuñaladas y los innumerables golpes.

—¿Son todas? —preguntó ella con una voz muerta.

—Sí agente Collins, son todas.

—Tomaré estas y más tarde las devolveré al expediente. ¿El cuerpo sigue en revisión?

—La médico forense le está realizando la autopsia y pruebas necesarias.

—De acuerdo, volveré más tarde.

Mientras la mujer caminaba por el largo pasillo de salida, unos pasos altisonantes hicieron eco detrás de ella.

—¡Elaine! —el grito de su padre la hizo detenerse—. ¿Qué estás haciendo?

Pero antes de que él pudiera darse cuenta, la astuta agente ocultó las fotografías dentro de un portafolio para pruebas.

—Fui al cuarto de revelado. También quería saber si la forense ya había terminado con la autopsia del cuerpo.

—¿A dónde vas, Elaine?

—Tengo algo importante qué hacer, y no sé cuánto tiempo me vaya a tardar.

—Escucha mi pregunta, Elaine: ¿a dónde vas? No te pregunté otra cosa.

—¿Te tengo que responder?

—Ante los ojos de cualquiera, soy tu superior, por lo tanto soy el responsable de saber cada uno de tus movimientos.

—Está bien, voy con el único hombre que es capaz de darme respuestas.

—¿Y quién le va a dar la noticia a las Allen?

Aquellas palabras le abofetearon el rostro.

—Todos aquí presentes saben que tú eres la encargada del caso Allen, por lo tanto a ti te corresponde dar la noticia a los familiares.

—¿Crees que lo haga bien?

—La academia te dio la teoría y las prácticas, pero ahora te corresponde a ti realizarlo en el campo laboral.

No existe como tal un manual que indique a la policía, o a cualquier otro agente, el cómo se le aborda una noticia tan terrible como lo es el fallecimiento de un ser querido a los familiares, sin embargo, cuando se está a punto de realizar dicho comunicado, es importante tener ante todo empatía con la otra persona. El dolor suele ser un sentimiento que reacciona muy diferente en cada ser humano, y esto aplica también en los integrantes de la familia. Cuando Elaine llegó a la casa Allen, su miedo de que los medios de comunicación ya hubieran esparcido el hallazgo del cuerpo era latente, sin embargo cuando Roxana abrió la puerta, este miedo fue disipado. La muchacha tenía un semblante triste, pero aun bullía la esperanza en él.

—Hola Elaine —intentó sonreír—. ¿Cómo van las cosas?

—¿Roxana, puedo pasar?

—Adelante, Elaine, siéntate.

—¿De casualidad está Amalia contigo?

—Sí, está aquí, ¿deseas que la llame?

—Por favor.

Elaine buscó un lugar más íntimo, un lugar en el que se pudieran encontrar sentadas por cualquier cosa que fuese a pasar. Minutos después, Amalia Allen bajó las escaleras y, envuelta en la misma manta de siempre, se sentó cerca de la agente. Por si acaso, Collins tenía su teléfono listo para llamar a urgencias y que una ambulancia pudiera trasladarlas rápidamente a un hospital. No obstante, la señora Allen no necesitó escuchar absolutamente nada, pues el semblante de Elaine se lo dijo todo, más aparte el sentimiento extra corporal que se experimenta al menos alguna vez en la vida.




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