Celda De Diamante

Cap. 9. Enfrentando lo que pasó (Parte 2)

En la ventanilla del auto se traslucía un siniestro estilo personal y una sonrisa que albergaba un misterio aterrador.

El perro arañaba, intentaba ladrar y se volvía loco por querer salir.

—¡Cállate! —desde la parte delantera, Howard le lanzó una lata de refresco vacía y después golpeó el volante—. ¿¡Por qué Hardy, por qué la fuiste a sacar!?

Erick aparcó una vez más al costado del lago, tomó un par de cuerdas, bajó con la jaula en las manos y esta vez caminó por toda la orilla en lugar de subir al puente. Sus tenis blancos se llenaron de lodo, los mosquitos se le pegaron en el rostro, y en un cierto tiempo no pudo mantener el equilibrio y se tropezó.

—¡Maldita sea! —cuando consiguió levantarse, vio sus pantalones y las mangas de sus brazos envueltos de barro pegajoso.

Debía ser muy cuidadoso al momento de sacar al animal, pues un mal movimiento causaría la liberación del perro y que este pudiera echarse a correr.

—Esta vez no voy a ser tan estúpido, me cercioraré de que estés muerto.

Al moverse las ramas y los árboles con el viento, estos dejaron caer pequeñas hojas muertas que llegaron a sus pies. Erick sacó con cuidado al perro valiéndose del bozal que apretaba su hocico. El pobre Hardy se retorció, gruñó y arañó con la intención de salvar su vida, pero Howard, con el vivo instinto de quererlo muerto, lo envolvió con sus brazos, y con una fuerza descomunal, comenzó a ahorcarlo. El estrangulamiento duró alrededor de diez minutos, el perro no desistió hasta el último momento y cuando ya no pudo aguantar más, se dejó morir.

Hardy había muerto, murió entre los brazos de Erick que estaban rojos del esfuerzo, y cuando el hombre lo soltó, su rostro mismo se percibió exhausto, abatido se dejó caer de rodillas y lanzó al animal contra el piso. Nuevamente le volvió a colocar varias rocas dentro de la jaula y lo arrojó al lago para que se hundiera y así desaparecer

de cualquier investigación.

—Salúdame a tu querida dueña —se despidió de él.

5

Mientras más tiempo pasaba, Jadela rayaba en la locura. La desesperación se la comía viva, le carcomía el pecho y los dedos de la mano, pero pronto su calvario de extravagantes pensamientos estaría por terminarse cuando Erick apareció en la puerta de entrada, cubierto de lodo hasta los pantalones y el enorme golpe de la cara.

—¡Erick!... Dios santo, ¿qué te pasó?

—Me habré caído —sin voltearla a mirar, se dirigió a las escaleras.

—¿Cómo que te caíste? ¿En dónde te caíste? ¡Erick, ven acá!

—¿Qué quieres, mamá? No tengo tiempo para tus rabietas y preguntas de por qué llegué tarde. Necesito lavarme, el lodo comienza a picarme la piel.

—¿Que está sucediendo? ¡Porque no me habías dicho nada!

—¿¡De qué!?

—¿¡Que le pasó a Sara!? ¿¡En dónde está Elizabeth!?

No hubo respuesta, pues sus barreras comenzaban a degradarse.

—¡Respóndeme, Erick!

—¡No lo sé, no lo sé! ¡Desapareció hace días y nadie sabe nada!

—¿Hace días? ¿Cuántos exactamente? ¡No me des la espalda cuando te hablo, Dhaniel!

—Jadela, detesto cuando me llamas Dhaniel.

—¡Quiero que me des una explicación ahora mismo! ¿Qué le pasó a Sara? ¿En dónde está y por qué no ha venido? ¿Qué hacía su suéter en tu habitación?

—¿Su suéter?

—Sí, un maldito suéter morado que encontré el día que tu hermano y yo regresamos.

—¡Era mi novia! es claro que hay cosas de ella dentro de esta casa.

—Erick —se llevó la mano a la cabeza—, respóndeme por favor, ¿hace cuánto fue que Sara desapareció?

—No lo sé, hace unas dos semanas aproximadamente.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—¿Para qué te lo iba a decir? Solo conseguiría ponerte más histérica. Además, ¿qué te iba a decir? ¿Que Elaine y Rodrigo Collins vinieron a interrogarme por su desaparición el mismo día que ella y yo terminamos?

—¿Terminaste con ella?

—Sí. Fui a su casa, tuvimos una breve discusión, yo me largué y después de eso no volvía saber nada más de ella.

—¿La policía vino? ¿Qué te dijeron?

—Me hicieron un par de preguntas y después de respondérselas se marcharon.

Jadela entornó la mirada, intentó permanecer firme pero no sirvió de mucho, pues al final de cuentas su lenguaje corporal comenzó a hablar por ella.

—¿Me estás culpando de esto? —Erick habló, trató de defenderse ante las acusaciones no verbales de su madre.

—Nunca dije eso.

—Pero lo estás pensando. Púdrete mamá, yo jamás lastimaría a Sara. No tendría por qué hacerle ningún daño.

—¡Erick, ven aquí! —pero ya era tarde para el grito. Cuando Jadela se dio cuenta, el hombre había corrido escaleras arriba y ahora se había encerrado en su propia habitación—. ¡Erick, ábreme! Necesitamos hablar. No te estoy culpando de nada, pero esto es tan… sorpresivo para mí.




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