Después de eso me dejé caer de espaldas sobre el suelo, las lágrimas me rodeaban la cara, (sonrío, la amargura del recuerdo me adormece los labios) pero no de miedo. Eran lágrimas de felicidad. Por fin se había terminado. Cuando pude reincorporarme, simplemente huí del edificio. Yo creo que durante el momento en el que lo estaba apuñalando, un poco de su sangre entró en mi boca, pues el sabor que sentía en la lengua me hizo dar pequeñas arqueadas que logré controlar hasta que subí a mi auto.
Ya nada me pareció silencioso, la música de las discotecas sonaba fuerte y retumbaban los vidrios oscuros de mi auto, se había llegado la madrugada y los perros comenzaron a ladrar. Afuera estaba helando, conduje en silencio por la carretera, un silencio nada parecido a mi aura de maldad que siempre me había acompañado. No estaba preparado para ir a la cárcel, me aterraba esa posibilidad, así que rogué por no encontrarme ninguna patrulla en mi camino.
Mi casa también estaba igual, vacía y sin ruido. Mi madre no había despertado y Morgan seguramente se había quedado dormido con la orden que le di de no despertarla.
Me tocó despedir a la reina con una ovación de pie.
Quiero decirle que no soy un héroe,
solo soy un personaje más.
Un jodido personaje con una máscara y un disfraz.
A ellos les encanta the blood,
humana es la mejor.
Son demonios, seres infernales que hablan en mi cabeza
Luchan y conversan,
beben cerveza y les encanta la nieve blanca…
Recargué mi frente en el azulejo de la pared, la regadera seguía abierta y me lavó la espalda. No me habían violado, pero me sentí sucio, pude vomitar en el retrete al acordarme de la sensación asquerosa que me cubrió la lengua cuando la sangre de Brandle me salpicó. Mi ropa estaba al lado, sobre el piso se lavaba y dejaba a su paso un largo hilo de sangre que se perdía en el alcantarillado. No puedo asegurarte que tuve una noche tranquila, porque fue la última noche en la que tuve pesadillas. A partir de ese día me juré que nunca me volverían a molestar los malos sueños, ni las derrotas, ni los miedos. Fueron dos, dos personas a las que había asesinado, o que creí asesinar, y con todo y esos demonios desatados no sucedieron los sueños que imaginé tener. Pensé que la policía tardaría días en descubrir los cuerpos, pensé que nadie se molestaría en buscar a Brandle y a una trabajadora de la calle, pero me equivoqué. Al día siguiente, cuando regresé de trotar un rato, Jadela estaba llorando en el sofá de la entrada.
—¿Qué tienes? —le pregunté con el corazón en la garganta.
—Es, Brandle… Él está, está muerto.
—¿Muerto? —la abracé—. ¿cómo te enteraste de eso?
—Lo estaban diciendo en las noticias.
—¿Pero cómo? ¿Quién lo mató?
—No se sabe. Los noticieros dicen que posiblemente fue un atraco entre la zona de Quinton y la de Crowder por el negocio de las drogas. Un reportero dijo que la policía había encontrado varios paquetes de cocaína en su departamento. Es espantoso.
(Elaine me interrumpe, está más que claro que no puede mantener la boca cerrada. Hace un par de preguntas reafirmando lo que he dicho, y al final comenta que por la naturaleza del crimen, es decir, por las apuñaladas, el estrangulamiento y la pelea, es ilógico que los agentes pensaran que se trataba de un homicidio por drogas).
Te lo dije, la policía sirve para maldita la cosa, pero bueno, me parece “excelente” que sigas creyendo en la justicia. Sigamos.
—Tranquila mamá, no llores, no vale la pena que llores. Estaremos bien, incluso mejor ahora que él ya no está.
—No lo entiendo, ¿cómo pudo pasarle?
—Estaba claro que algo como aquello iba a sucederle. Brandle era un adicto sin remedio. Quizá su presencia en este pueblo había sido con la intención de conseguir y vender drogas, y no para buscarnos.
—Pero entonces, ¿cómo encontró la casa? Vino hasta acá, Erick.
Me encogí de hombros y mi excesiva despreocupación fue lo que le dio el primer signo de alerta. Sí vi que su semblante cambió, ya no fue la misma desde que decidí soltarla y sentarme en el sillón con la esperanza de que los canales volviesen a repetir las noticias, pero no sucedió.
—Erick… —la voz de mi madre me trajo caos— ¿Dónde estuviste anoche?
—En mí cama, ¿durmiendo? Qué preguntas haces mamá —me reí, pero aquello solamente sirvió para alimentar su preocupación—. A ver Jadela, ¿qué estás pensando?
—¿Yo? Nada hijo, nada.
—Te conozco perfectamente, madre, y sé cuándo me estás mintiendo. ¿Qué es lo que piensas?, ¿qué yo lo asesiné?
—¡No! No, Erick, yo jamás pensaría eso.
—Mamá, no te mentiré. Es verdad que detesto a Brandle con todas mis fuerzas, ¿pero hacer algo para lastimarlo? Eso jamás.
—Perdóname mi amor —me tomó de las mejillas y me dio un beso en la frente—. Siempre nos has cuidado y nunca provocarías nada para causarnos algún daño.
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Editado: 07.05.2024