Era lunes en la mañana y yo la estaba esperando para desayunar, cuando de repente, sentí un par de manos que me apretaban los hombros y un perfume dulce que se acercó junto a la visita.
—Hola Erick.
—Hola, Dafne —no le sonreí y ni siquiera le pregunté cómo estaba, no quería hablar con nadie. Llevaba casi media hora esperando a Sara y ni un maldito recado me había enviado para cancelarme.
Dafne Woods era una mujer muy bonita, tenía el cabello oscuro, ojos marrones, y el labial rojo que siempre solía ponerse le agrandaba los labios, lamentablemente también parecía agrandarle la boca. Esa era la razón por la que a Elizabeth le disgustaba su presencia, parecía ser que la mujer tenía un imán conmigo, pues siempre quería estar donde yo estaba o a donde yo iba. Y luego su hipocresía que adoptaba al vernos juntos era para enfermarme.
—¿A quién esperas? —me mordí la lengua cuando la vi sentarse en la mesa—. ¿Tal vez pueda acortar mi tiempo y hacerte compañía?
—Gracias, pero Eli no tarda en llegar.
—¿Eli? No es justo que le tengas este tipo de consideración, Erick.
—Dafne, por si no lo has notado, quiero estar solo.
—El Erick Howard frío y distante aparece, ¿eh? Me encanta cuando te pones así. Créeme que si no fuese considerado delito, ya me habría desnudado aquí mismo, frente a ti.
—Piérdete de mi vista.
Dejé algunos dólares sobre la mesa del lugar como recompensa para los meseros, y luego de tomar mi chaqueta me disponía a marcharme cuando de repente ella me alcanzó.
—¡Erick, espera!
—¿Qué quieres?
—¿Por qué?
—¿Por qué, qué? De verdad, Dafne, déjame en paz.
—¿Por qué siempre buscas darle lo mejor sabiendo lo que sucede?
—No sucede nada, y aunque sucediera algo, no es asunto tuyo.
—¡Eres un idiota, Erick! Ella no te quiere. ¡A Elizabeth ya no le importas, piensa dejarte y tú creyendo en tu fidelidad!
Fue entonces que despertaron. Todos esos seres malévolos que vivían dentro de mí despertaron cuando esa frase me golpeó en el pecho. Mi coraje fue tan grande que cuando me di la vuelta regresé a ella dando enormes pasos hasta tomarle del cuello de la blusa.
—¡Suéltame! ¿¡Qué te pasa!?
—¿Qué dijiste? ¡Repíteme lo que dijiste!
—Nada, te juro que no dije nada.
—Tú dijiste algo… —respiré hondo—. Repíteme lo que habías dicho.
—Se lo dijo a Evans, yo sólo la escuché cuando se lo estaba diciendo, después ella advirtió mi presencia y me corrió. Eso fue todo, te lo juro.
—¿¡Pero qué le dijo!?
—Que quería terminar porque ya no se sentía cómoda contigo. ¡Erick, suéltame, me estás lastimando!
Solté su ropa y la hice a un lado, estaba demasiado concentrado en calmarme que no hice caso a sus insultos y amenazas de demanda. A partir de ese momento llegaron los problemas en mi trabajo, esa tarde no regresé y el gerente anexó un punto negativo a mi expediente, el primero de muchos más a mi expediente laboral que ya no tendría salvación.
Llegué a mi casa y me encerré en mi habitación; solo yo y mis extraños pensamientos que me provocaron un fuerte dolor de cabeza. Todo hubiera estado bien, muy seguramente me hubiese tranquilizado, habría tomado un baño y un jugo de uva, pero… los recuerdos de mi inexplicable niñez siempre vienen acompañados (los dientes me duelen cada vez que aprieto mi mandíbula y siento todo mi cuerpo ponerse rígido).
—Tú —susurré viendo a la ventana.
Ahí estaba, ahí volví a ver a ese maldito animal que tanto aborrecía. Te juro, Elaine, que si hay algo que más deteste en este planeta, aparte de mi padre, es a los insoportables gatos, sobre todo los blancos. El gato estaba ahí, me observaba y estaba seguro de que se burlaba de mí. Todo parecía indicar que se trataba de mi sutil imaginación jugándome una broma lúgubre, pero cuando decidí salir para terminar con ese problema, avisté al endemoniado felino recostado sobre uno de los árboles de mi patio trasero. Me partió verlo ahí, tan tranquilo como si yo no lo estuviese viendo. Estaba más que claro, el gato debía morir.
Fui directamente hacia el garaje, cogí un tubo de acero y comencé a golpear la copa del árbol para que el pequeño animal callera al suelo, y cuando mi cometido sucedió, el gato logró escabullirse al interior de una pila de ladrillos. Cada vez me fastidiaba más y más, intenté de todo para hacerlo salir, golpear su escondite con el tubo de metal, lanzarle agua y dejar un trozo considerable de carne cruda, pero nada funcionó. Finalmente opté porque todo fuese mucho más elaborado, debía asesinar a ese gato cuanto antes, de lo contrario me seguiría molestando el resto de mi vida. Me dirigí a la cocina, tomé un bidón de gasolina y regresé a donde el felino ahora maullaba. Recuerdo que rodeé los ladrillos con cajas de cartón que almacenaba en el garaje y solo dejé un hueco por donde el gato se vería obligado a salir, finalmente rocié todos los ladrillos y por debajo de ellos para prenderles fuego. Todo comenzó a quemarse, el gato siguió maullando, y pensé que se quemaría vivo hasta que lo vi salir por el agujero que yo mismo le había facilitado. En su intento por escapar cayó dentro de una bolsa de manta blanca, la cual cerré y alejé de las llamas.
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Editado: 07.05.2024