Celestial (luz de medianoche 2)

Sello de Chamuel

Capítulo 30:

Sellos de Chamuel

 

Dess

Desciendo en medio de la solitaria calle frente a las ruinas que dieron muerte a Erick. Él a diferencia de nosotros no fue asesinado, no puedo decidir que fue peor, si mi muerte un corte en la garganta después de haber sido entregada por mi hermana a los rebeldes o la suya, el desplome de su residencia, ni siquiera fue una muerte rápida, no, él permaneció atrapado entre los escombros por días hasta que la muerte lo arrastro a los confines del infierno. La caída de este edificio fue utilizado por las tinieblas como una brecha hacia la humanidad.

Mis alas regresan a mi piel. La luna es un platillo brillante sobre el firmamento. Solo faltan cuatro horas para el amanecer. Dimas y Leonardo tocan el suelo un segundo más tarde.

—El lugar está limpio de rebeldes —dice Emiliano deteniendo sus pasos a poca distancia de nosotros.

—Me parece extraño —argumenta Romina.

Ella no ha dejado de mirar a todo los lugares posibles a la espera de que algo salte sobre ella. Todo en ella grita peligro, desde sus botas de combate hasta la espada cruzada en su espalda. Ni hablar de su rojiza mirada. Una franela de tirantes, blancas con una calavera con una corona de flores cubre su pecho y abdomen.

—No si el peligro viene de entre las ruinas —Santiago se ha detenido en la entrada del agujero. Él no se ve muy diferente a Romina, también ha tomado una espada. Lo único que lo hace parecer un chico normal es su ropa, jean y una franela negra ceñida a su delgado cuerpo—. Quizás Erick ya ha comenzado.

Los destellos rosados de un círculo han comenzado a emerger de entre las ruinas, y con ellos un estremecimiento que resquebraja la carretera. Son solo dos segundos de estrepitosos movimientos y grandes grietas cubren la calle y las edificaciones cercanas. Las ruinas comienzan a ceder siendo tragadas por la tierra.

—Tenemos que ir antes de que la entrada se cierre —dice Leonardo con urgencia.

Emiliano va tras él.

Pequeños temblores repiquetean contra el suelo.

Ellos dos son los primeros en bajar por el espacio que se ha vuelto más estrecho desde la última vez que estuve aquí. Tanteo con mis manos mientras bajo, mis ojos se van adaptando a la escasa luz. Pongo un pie en un trozo de cabilla curva que sobresale mientras observo debajo de mí, no hay nada de escombros solo un agujero negro que nunca estuvo allí.

Leonardo y Emiliano están en el fondo. Suspiro, comprendo a donde nos llevará. Una puerta al infierno que justo en este momento está lejos de ser cerrada. Exhalo, y me dejo caer al vacío. El impacto  de mis pies contra el suelo me hace doblarme y rodar por el piso. Desde la posición en que he quedado, boca arriba, puedo mirar a Santiago moverse con cuidado, al darse cuenta de que nada es como antes en este lugar, salta.

Leonardo me tiende la mano y me ayuda a ponerme en pie.

—¿No tienes esa inquietante sensación de déjà vu?

—Sí, también comienzo a pensar que soy un poco masoquista. Caminar de regreso al infierno no era lo que tenía en mis planes —un cosquilleo desagradable me recorre el cuerpo, la anticipación del miedo es una bola en mi estómago.

Después de Santiago, cae Dimas y tras él, Romina.

—Este lugar es espeluznante —exclama ella—, hasta se me eriza la piel.

—Espera a que estés un poco más adentro —se burla Leonardo, una sonrisa en su rostro es la máscara perfecta ante el miedo.

Dar un solo paso al interior de este túnel requiere de algo más que valentía.

Un nuevo temblor sacude el piso y las paredes, la entrada comienza a ceder obligándonos a ir hacia la oscuridad.

Los escombros comienzan a caer y no tengo otra opción que ordenar a mis pies a moverme. Una nube de polvo me hace toser al tiempo en que desciendo por el túnel que se vuelve curvo a cada paso, como bajar los pisos que una vez existieron en lo que ahora son ruinas.

Romina ha tomado la delantera, sus pasos son firmes aun cuando la atmosfera que nos rodea está cargada de tensión desenfrenada que a cualquier persona enloquecería, es como un llamado sin palabras que te insta a doblegar. Ella no parece afectada, quizás sea porque Dimas mantiene dos pasos de distancia entre ambos.

En cambio, Emiliano tiene un sutil tic en la mano derecha donde sostiene una daga, preparado para usarla si es necesario. Él va por un lado y Leonardo por el otro. En cuanto a Santiago, ha comenzado a mirar sobre su hombro con excesiva insistencia, buscando la incitación silenciosa de las tinieblas.

—¿Todo bien? —susurro una vez que estoy a su lado. Él da un nuevo vistazo sobre su hombro, ya nos hemos alejado de la superficie.

—Sí —vuelve la mirada al frente. Hay una inquietud en su mirada que contradice su palabra.

—No te alejes demasiado de mí. —Él sonríe, mantiene mi mismo ritmo al caminar, nuestras manos se rozan.

El túnel desemboca en un abierto bosque de árboles sin hojas y un ennegrecido cielo. El piso de concreto termina e inicia el de tierra.




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