Celestial (luz de medianoche 2)

Plumas negras

Capítulo 12:

Plumas negras

Dess

 

Siento que mi corazón se va a salir del pecho, apenas y puedo respirar lo bueno es que el dolor se ha ido, aunque me siento débil llegar al baño fue todo un reto, mis piernas tambaleantes y unas enormes alas que no conseguía como acoplar a mi cuerpo para que facilitara el paso por el estrecho pasillo.

Para entrar al baño necesite ayuda, un muchacho de piel oscura me ayudo, ya lo había visto antes hace algún tiempo cuando necesite un té de los que prepara Dimas. Ni siquiera sé su nombre, pero está fuera de la puerta esperando a que salga.

Las manos me tiemblan sobre el lavamanos. Abro la llave del agua y me llevo un poco a la boca para quitarme los resto del vómito, después de toda la agonía que me hizo revivir mi retorno a este mundo, las ganas de expulsar todo de mi estómago me albergaron, apenas alcance a llegar al baño.

Alzo la vista al espejo, estoy igual de pálida a la primera vez que vi mi reflejo, la única diferencia es que mis ojos están en un vivo azul, y que hay dos enormes alas con plumas negras en mi espalda, son negras completamente negras. Pensé que todas eran blancas, y por un segundo pensé que soy anormal, pero cuando salí de la habitación sin poder sostenerme muy bien, vi a Leonardo con sus alas marrón claro. Eso me tranquilizo un poco, solo un poco.

—Dessire, ¿estás bien?

—Sí, ya salgo —alcanzo la manilla y consigo abrir la puerta. Aunque mis manos siguen temblorosas.

Él me sonríe, y me tiende la mano para que sostenga. Su brazo se posiciona en mi cintura, mientras nos dirigimos a la sala. Me deja cerca del mueble, así que me acomodo lo mejor que puedo, las alas son un poco incómodas, en cambio Leonardo se ve muy cómodo con las suyas, sus ojos amarillentos me observan con asombro. Creo que mis alas van a causar mayor furor que las de él. Deja un humeante té delante de mí, y le sirve uno también a otro chico, se sienta frente a mí y sopla un poco sobre su taza.

—¿Cómo te sientes? —pregunta sin alejar la taza del borde de sus labios.

—Débil e incómoda —agarró la taza de en mis manos y hago lo mismo que él. El aroma me relaja, es como si la tensión de mis músculos sencillamente se apacigua debajo de mi piel.

—Estaremos así un par de días—explica Leonardo—, o quizás unas semanas, es difícil saberlo.

—¿No es cierto? —no lo puedo creer como voy a hacer con estas alas extendidas tanto tiempo. Es decir, Dimas nunca las tiene así, siempre están guardadas, no sé dónde. Pero muy bien resguardadas en su espalda.

—Sí lo es —dice el otro chico.

Tocan la puerta, y él va a abrirla.

Leonardo se termina su té sin siquiera darme cuenta yo ni siquiera he probado el mío. En la puerta se encuentra Sandra, y sonríe al ver nuestras alas.

—Hola, Víctor —saluda al chico. Así que ese es su nombre—. ¿Y ustedes como se siente?

Cruza la sala, observa a Leonardo encantada. Ambos comparten el mismo tono de ojos, lo que significa que pertenecen a la misma casa. Examina sus alas con determinación, asombrada ante el tono de las plumas, un marrón claro y suave. Las de él no son tan fuera de lo normal, es decir, solo son un poco más oscuras a las blancas en cambio las mías, son totalmente diferentes.

—Son hermosas —dice admirada—. Te he encontrado un lugar en nuestro piso.

—¡Excelente! —exclama—, mira las de Dess, son asombrosas.

—Difícilmente no las vio cuando entró —replico un poco incómoda, porque ahora es a mí a quien inspecciona en detalle. Se acomoda detrás del sofá para mirarlas mejor, pero no dice nada al respecto, siento su tacto sobre las plumas, suaves y cálidas.

—¡Son magníficas! —nunca había escuchado a Sandra tan emotiva.

—Parezco un cuervo —me quejo.

—Claro que no, el negro de las alas y el azul de tus son una combinación perfecta —interviene Víctor que no se ha movido de la puerta, tampoco la ha cerrado como si esperara a alguien.

¿Será que los chicos ya han vuelto?, no me atrevo a preguntar.

—Deja de preocuparte por eso, aquí todos somos fenómenos si vamos al caso —tiene razón, pero es no me tranquiliza—, ahora la razón por la que realmente vine, es que estuve conversando con Daniel.

—¿Sobre mí? —inquiero.

—Eh sí. Él no sabe muy bien cómo tratar esta situación, es decir, tiene una hermana que estaba muerta y que aparte de eso es menor que él, cuando en realidad eres mayor. Todo eso es muy abrumador, sin contar la muerte de Victoria, que pues le ha afectado bastante.

Viéndolo desde ese punto de vista es razonable su actitud hacia mí, y si son demasiadas cosas sin sentidos las que han sucedido.

—Entiendo —digo después de unos minutos meditando sus palabras —, yo solo le daré espacio.

—Es lo mejor por ahora —, concuerda conmigo—, otra cosa hemos recuperado al anciano ese que estaban buscando.

—¿Entonces ya todos han vuelto? —pregunta Víctor.




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