Cementerio de deidades

CAPÍTULO UNO

En la profundidad del bosque, alejado del pueblo que se encontraba a unos pocos kilómetros de allí, una joven muchacha corría con todas sus fuerzas. Esquivando entre los frondosos árboles las ramas y raíces que se cruzaban en su camino, ralentizando su escape.

 

El corazón le palpitaba aceleradamente. Sus piernas se sentían cansadas. Sus músculos parecían quemar pero ella se negaba a detenerse, aquella bestia la seguía de cerca, demasiado cerca. Tanto que ni siquiera podía aminorar la velocidad para evitar que las ramas chocaran contra su rostro, provocando pequeñas heridas.

 

Sentía que estaba acabada, no tenía escapatoria.

 

Cuando su pie se trabó con una piedra que se encontraba en su camino, le fue imposible mantener el equilibrio y terminó cayendo provocando que sus manos y rodillas ardieron a causa del impacto.

 

Cuando un feroz gruñido se oyó a su espalda, en contra de todo pronóstico se giró para enfrentar a su atacante. A pesar de la poca iluminación, ya que el sol se había ocultado recientemente, pudo vislumbrar entre las sombras a una gran bestia de majestuoso pelaje blanco, tan grande e imponente que podía superar el tamaño de hasta la más grande bestia alguna vez vista.

 

Aquel animal, semejante a un tigre de bengala, la observaba atento a cualquier mínimo movimiento que ella podría llegar a realizar.

Sus orejas eran puntiagudas como las de un gato y con tan solo sentir su presencia, cualquier persona podía saber que aquel animal era una magico. 

 

Se acercó a ella lentamente con un bajo pero constante gruñido. Acechando a su presa, que siendo atacada por el pánico comenzó a temblar descontroladamente.

El animal, cansado de analizarla, se lanzó hacia ella cayéndole encima. Un grito escapó de lo más profundo de su garganta, pero quedó sepultado por el gruñido del felino.

 

— ¡Ya basta Nieve! — dijo entre risas, mientras el animal comenzaba a lamerle la cara haciéndole reír. Mientras ella intentaba quitárselo de encima — ¡Me haces cosquillas!

 

Esta con un certero movimiento logró derribarlo, para luego rascar alegremente detrás de sus grandes y suaves orejas, provocando así que este comenzara a ronronear. Demostrando ser un tierno gatito que adoraba ser mimado por la joven.

 

— ¿Quién es el tigre más bonito? Si, tú. Tú lo eres — dijo ella con un tono de voz dulce mientras jugaba con él.

 

Por el camino que ambos habían realizado hacía pocos instantes, emergieron dos gigantes cubiertos por ramas y hojas que rápidamente llamaron su atención.

Varios cuernos ondulados salían de sus cráneos, dándole a los pájaros del bosque un lugar perfecto para descansar allí.

Pero a pesar de su apariencia feroz y terrorífica, ambos seres eran los más amables y bondadosos que Arica había conocido en su vida. Ellos eran sus grandes amigos.

 

Uno de ellos al ver a la joven y al gran animal jugando entre las plantas, dirigió su mirada a ella y gruñó.

 

— Si...si, ya se que debemos volver — dijo girando sus ojos mientras se levantaba y sacudía despreocupadamente la tierra de su vestido dorado — Y grrrr a ti también Pascal.

 

Este la observó cansado mientras codeaba a su compañero, que se encontraba entretenido jugando con una pequeña flor que había salido esa mañana en su brazo, el cual prestó atención al instante al sentir el golpe.

 

— ¿Tú también quieres un grrr Teodoro? — dijo haciendo que el aludido la mirara confuso, sin comprender a qué venía eso.

 

¿Por qué Arica le gruñía? ¿Acaso la había pisado sin querer otra vez? Eso no le sorprendería, ya que había ocurrido con anterioridad algunas veces, el guardián a pesar de su apariencia atemorizante y su semblante serio, era sumamente torpe y despistado.

 

Todavía sin comprender, se apresuró a negar con la cabeza. Robándole una risita a su amiga y haciendo que Pascal bufara, cansado de aquella absurda situación. 

 

A pesar de los años que Arica tenía su esencia continuaba intacta. Siendo tan alegre y bondadosa, tan cariñosa y poderosa ganándose gracias a ellos el respeto y aprecio de todos aquellos que habitaban en el bosque.

 

Los cuatro emprendieron su camino de regreso y a lo lejos, la frondosidad del bosque comenzó a abrirse dejando a la vista un pueblo de cabañas hechas de madera, una gran cantidad de gente paseaba de un lado a otro acompañados de diferentes animales. La armoniosa convivencia entre depredadores y presas no era la único sorprendente, sino también las anomalías que algunas personas presentaban. No todos iban acompañados por animales sino que estaban fusionados entre ellos, demostrando la presencia mágica del lugar.

 

Para cuando llegaron las pequeñas heridas que se habían hecho en el rostro de Arica ya habían desaparecido, sanando a una velocidad impresionante sin dejar señal alguna de haber estado allí unos momentos antes.

A lo lejos un sonriente chico se acercó trotando, felizmente, junto a un lobo amarronado. Ella al verlo no pudo evitar sonreír abiertamente, contenta de ver a su fiel amigo.

 

— ¡Arica! Te estuve buscando por todos lados — dijo dándole una mirada a quienes la acompañaban y un saludo alegre mientras ella se dedicaba a acariciar dulcemente detrás de las orejas del canino que movía la cola agradecido.




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