Cementerio de deidades

CAPÍTULO DOS

Miraba a sus hombres, prestandoles una total atención a lo que ellos tenían para decirle. Regocijándose en su interior, alabándose a sí mismo.

El cuchillo que sostenía en su mano se deslizaba una y otra vez por un paño llenándolo de sangre. En un intento de limpiar aquel utensilio.

 

Una macabra sonrisa hizo presencia en su rostro al escucharlos, aquellos ineptos le acababan de dar la noticia que tanto anhelaba oír.

Supo que pronto estaría en la cúspide, sobre todo y todos. Dentro de poco el negocio comenzaría a mejorar y aquellos que lo habían catalogado como loco, se arrepentirían.

 

Sería considerado un Dios, alabado por todo por su descubrimiento.

 

Mientras tanto, el cuervo que permanecía privado de su libertad en una pequeña jaula graznaba una y otra vez, en un intento de liberar aquel dolor que, en parte, le pertenecía. A su lado el chico agonizante, a pesar de tener su rostro ensangrentado por la reciente herida, en lo único que podía pensar era en la catástrofe que se armaría si su especie fuera expuesta al mundo por la ignorante idea de un ser completamente cegado de poder.

 

Temiendo por lo que acababa de oír, por su vida y por la de todos los que vivían en ese sitio.

 

La conversación de aquellos hombres se vio interrumpida por el gran alboroto que se había formado a sus espaldas.

Las jaulas eran golpeadas fuertemente, gritos, insultos, aullidos, graznidos y lamentos se oían por toda la sala. Absolutamente todos habían oído los oscuros planes de esos hombres y enfurecidos querían cobrar venganza por lo que planeaban contra su especie.

 

— ¡Silencio todos, adefesios! — gritó el hombre que dirigía todo aquello, sus ojos negros que por su frialdad atemorizaban a todos demostraban su negativa a retractarse. Negado a dejar inconcluso su plan.

 

Enfurecido por el incesante ruido y la negativa de aquellos seres de respetar a su propietario y acatar sus órdenes, se dirigió a paso seguro a un panel que se encontraba en una amplia mesa llena de computadores y artefactos tecnológicos de todo tipo, en donde se veían una serie de pantallas que reflejan lo que las cámaras en las jaulas captaban y sin dudar, apretó uno de los botones del panel.

 

— Será por las buenas o por las malas…

 

Seguido a eso, cientos de lamentos y gritos de dolor se escucharon, provocando a aquel que lo escuchara una sensación en la piel de incomodidad y pesar.

 

Luego de interminables segundos en donde lo único que se escuchó fue sufrimiento, el silencio reinó.

 

Y aquellos malintencionados hombres continuaron platicando tranquilamente, cada uno pensando sobre diferentes cosas pero de entre todos, uno se destacaba en fuerza y decisión.

 

El anhelo de poder, costara lo que costará conseguirlo.

 




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