Los humanos jamás habían intentado atacarlos, ni encontrarlos. Para ellos los cambiaformas eran parte de mitos, leyendas, personajes ficticios que representaban en sus libros. La mayoría de ellos eran demasiado crédulos para creer que ellos existían en verdad y no eran solo imaginaciones fantasiosas suyas.
Años atrás algunos cazadores ya amenazaban con destruir la armonía que había entre las dos especies pero jamás llegaron a perpetuar sus malintencionadas intenciones, ya que todos los habían considerado locos, creyendo que la cordura los había abandonado dejándolos perdidos en un desierto de alucinaciones e incoherencias. Los catalogaron como desquiciados incapaces de distinguir entre lo real y lo que no lo era.
Pero ahora la situación no parecía ser similar, en esta ocasión ya no parecía ser un grupo reducido. Algo se sentía diferente, como si un gran huracán se aproximase trayendo consigo grandes cantidades de dolor destrucción.
Arica estaba decidida a entregar todo de ella para proteger y defender a todos los cambiaformas del mundo, incluso a aquellos que no conocía. Marlon juraba a la única fuerza mayor que ellos, que jamás permitiría que Arica fuera dañada.
Ambos caminaban en silencio ensimismados en sus pensamientos cuando llegaron al centro de su pueblo, ella divisó a lo lejos a Antara quien era una chica que había llegado recientemente por lo que se acercó a saludar y preguntar qué tal iban las cosas.
Era una dulce chica del norte del país, que un largo viaje emprendido hasta llegar al bosque. Sus ojos, de un celeste tan claro capaces de transmitir tantas cosas que Arica sentía su corazón encogerse cada vez que la observaba. Ella no entendía como una simple mirada era capaz de transmitir tanta tristeza.
— Arica — dijo tímidamente cuando la vio llegar — Hola.
—¿Qué tal todo Antara? — le preguntó interesada y con un tono amable, característico de ella. En un intento de despejar su mente de todos los problemas que la atormentaban — ¿Cómo te estás adaptando?
— Bien, todos son muy amables aquí — Antara no mentía y es que todos habían sido muy amables con ella desde que había llegado, se sentía en casa e incluso algunas veces, llegaba a olvidarlo que su familia le había hecho.
La noche de su cumpleaños número dieciséis algo extraño ocurrió, algo que desconcertó a todos los que la conocían. Ella en medio de la noche, Antara cambió y dejó su forma habitual para convertirse en un pequeño cuervo negro de ojos celestes.
Su familia la catalogó como un demonio, un ser del mal y tras ello la echaron de su hogar. Vagó por las calles durante días, hasta que un día un hombre le habló precipitadamente diciendo que el lugar el cual ella buscaba estaba en el bosque en el que ahora se encontraba.
Y como ella ya no tenía nada que perder, se dirigió allí. Luego de interminables semanas de viaje, llegó al territorio seguro en donde conoció a Arica y a un hombre árbol que luego supo se llamaba Pascal.
Arica le explicó pacientemente que era y que la forma animal de cada uno se manifiesta en diferentes edades. Algunas veces estos se presentan desde pequeños y otras de adultos e incluso, que algunas veces el espíritu animal de algunas personas jamás se manifestaba.
Luego de charlar un rato Antara decidió marcharse a volar un rato y es que ella amaba sentir la brisa deslizarse por sus plumas y la sensación semejante a correr entre las nubes.
Por lo que Arica decidió ir a visitar a Ruh.
Ella siempre le daba sabios consejos, haciéndola sentir segura entre sus brazos cariñosos de madre.
Mientras tanto, a varios kilómetros del lugar en una gran edificación, un gran oso color pardo se debatía entre la vida y la muerte.
Uno de sus ojos sangraba, dificultándole defenderse de sus sádicos agresores. Luchaba con garras y dientes intentando mantener lejos a sus captores que llevaban días enteros torturándolo. Días enteros, desde que el sol salía por el horizonte hasta que se ocultaba para darle paso a la esfera que iluminaba la noche estrellada.
En busca de algo que aún no conseguían y que mientras dependiera de él, jamás conseguirían.
Los hombres ya cansados, abandonaron su propósito y lo dejaron descansar por lo que quedaba de aquel día. Salieron de la jaula encargada de mantener al oso cautivo y se dirigieron a la oficina de su jefe, que impaciente los esperaba.
— Sigue igual señor, no hay cambios ni indicios de lo que buscamos — dijo uno de ellos cansado.
—¡Inútiles! Eso es lo que son — el hombre golpeó furioso el escritorio — Mañana me encargaré yo mismo y verán, verán que no sirven para nada.
Estaba furioso, indignada por la incompetencia de sus hombres que eran incapaces de llevar a cabo con efectividad una simple orden. En él no cabía la oportunidad de estar equivocado, porque él siempre tenía la razón. Siempre.
Jamás se confundía. Jamás fallaba.
Y esta vez no sería la excepción.