Cementerio de deidades

CAPÍTULO SEIS

Maratón 1/2

Arica se encontraba sentada en la cima de un gran pino mirando el amanecer atentamente. Disfrutando la danza de los colores que se encontraban en el cielo recién iluminado.

 

A lo lejos se podía escuchar al mundo despertar.

 

Anhelaba con todo su corazón ver acercarse hacia ella entre las nubes, esa silueta negra que tanto amaba y extrañaba. Ese siempre fue su lugar de encuentro, donde se acurrucaban y disfrutaban ver el mágico amanecer pero desde hacía ya un año y medio que esa silueta no volvió a aparecer.

 

La primera vez que vio a Antara, ya hace unos meses, creyó ilusamente por unos instantes que su amado habia regresado, al ver un cuervo negro acercarse volando entre las nubes, pero inmensa fue su desilución cuando se percató de que aquel animal era de un tamaño menor que el del cuervo que tanto conocía.

 

No era él.

 

Y ahora, cada vez que la observaba volar su corazón se estremecía, llorando por su ausencia.

 

El había ido a dar un paseo, los cuales amaba y eran parte de su rutina. Arica lo esperó, paciente, durante dos días enteros olvidándose de sus obligaciones, pero Ronan jamás regresó y con lágrimas en los ojos comprendió que debía de hacer a un lado su dolor y velar por la seguridad de todos aquellos que habían puesto sus vidas en sus manos.

 

Al principio ella creyó que se había marchado cansado de ella y de todo lo que la rodeaba, pero ahora una gran incógnita atormentaba su mente. ¿Y si no se había marchado por decisión propia?

 

La mención de los cazadores la tenía en un constante estado de nervios y desde entonces, esa pregunta no dejaba de rodar en su mente.

 

El sol había salido por completo ya y ahora, el pequeño pueblo en el que habitaba estaba más vivo que nunca.

 

 —¡Arica! — el grito se oyó por todo el lugar, Ferran se acercó corriendo feliz a su amiga con una gran noticia que contarle.

 

 —¿Por qué estás tan feliz?  — le preguntó entre risas, provocadas por la acción de su amigo que la había apresado entre sus brazos y giraba en círculos riendo.

 

 —Adivina, tienes dos oportunidades.

 

 —¿Por fin lograste que Teodoro aceptara llevarte en sus hombros por el bosque?  — Y es que por más alocado que pareciera, Ferran llevaba meses tratando de convencerlo para que este lo dejara ir en sus hombros y así poder observar la copa de los árboles, pero el hombre árbol no hacía más que negarse y parecía que no cambiaría de decisión.

 

 —Pff, ni lo menciones  — contestó Ferran negando con la cabeza  — Ese amargado sigue negándose pero se que voy a convencerlo. En algún momento.

 

 —Entonces estás feliz por…

 

 —¡Heda aceptó salir conmigo!  —gritó mientras hacía un chistoso baile que le sacó más de una risa a las personas que pasaban por el lugar.

 

Heda era una chica que vivía en el bosque hacía unos cuantos años siendo, desde la primera vez que la vió, su amor imposible hasta ese momento.

Su espíritu animal era una pequeña zorra de color rojizo. Siempre estaba corriendo por todos lados y soltando pequeños chillidos de felicidad, semejantes a una risa.

 

Ferran emocionado enganchó su brazo con el de Arica y comenzaron a caminar por el sendero de árboles hasta llegar a un hermoso prado en donde se sentaron y comenzó a relatarle cómo había ocurrido aquello mientras que Arica soltaba algunos comentarios divertidos sumamente feliz por su amigo.

 

Muy lejos de allí, en cambio, la alegría se había esfumado hacía rato siendo reemplazada por el miedo y la angustia.

 

Una pequeña ardilla correteaba entre los árboles, saltando de rama en rama y trepando a la copa de estos en un inútil intento de perder a los hombres que la seguían.

Pero ella era pequeña y su resistencia no era la misma que la de un adulto, su pequeño cuerpo pedía a gritos un descanso.

Por un instante titubeó, creyendo estar lo suficiente lejos para poder descansar unos segundos pero ésto le jugó en contra. 

 

Por detrás uno de los hombres la acechaba y al estar cerca, la atrapó en una red para posteriormente ser depositada bruscamente en una angosta bolsa de tela que apenas permitía el paso del aire.

 

Peleó, claro que sí. Lanzó zarpazos con sus pequeñas garras e intentó morder a sus captores pero las fuerzas la habían abandonado abruptamente luego del gran esfuerzo físico, enviándola al mundo de los sueños.

 

Cuando despertó se encontraba en su forma humana encerrada en una jaula.

Permitiendo ver a una niña de cinco años, con unos ojos verdes que irradiaban terror.

 

 —Tranquila, no tengas miedo  —al oír una voz a su lado se sobresaltó. No se había dado cuenta de que a su lado se encontraba otra jaula en donde descansaba un joven, el cual tenía una cicatriz en su rostro que le surcaba desde el principio de la frente hasta el pómulo derecho, atravesando incluso su ojo.  




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