Cementerio de deidades

CAPÍTULO DIECISÉIS

Las personas vagaban alegres por el lugar, asombrados por lo que sus ojos veían. 

El ojo humano jamás había observado algo tan magnífico, tan espectacular.

Su asombro los había dejado impactados,  tanto que dejaron atrás todo rastro de humanidad que habitaba en ellos sin percatarse que aquellos seres hermosos con lo cuales ellos deleitaban su vista estaban en un encarcelamiento, con un sufrimiento que surgía de lo más profundo de sus almas.

 

Hacían oídos sordos a las súplicas y quejas de los cambiaformas, que para ellos no eran más que objetos con los que deleitarse ignorando su apariencia humana. Eran otro objeto más de la colección que exhibían orgullosos como si de un trofeo se tratase.

Los días pasaron lentamente de una forma tortuosa. Desde temprano en la mañana hasta tarde en la noche el zoológico se mantenía abierto al público, donde miles de personas lo visitaban deleitando su vista con el sufrimiento de seres ajenos a ellos, que jamás le habían causado un mínimo daño.

 

Mientras que por las madrugadas, cuando ya nadie quedaba allí a excepción de unos cuantos guardias, algo similar a lo que se definiría como felicidad se desataba.

En cada una de las jaulas, cuando las puertas del zoológico se cerraban, se abrían pequeñas compuertas que daban a un gran sótano en el cual les dejaban comida y agua. Un lugar en donde los cambiaformas podían encontrarse hasta el amanecer en donde las descargas se hacían presentes obligándolos a salir nuevamente para ser un espectáculo para el egoísmo.

 

Los ruidos constantes mezclados de los sonidos de los espíritus del lugar enloquecían a los guardias.

 

Porque cuando el sol se escondía, el lugar pertenecía a los cambiaformas, que algunas veces, en su forma animal debatian a gritos incomprensibles a los oídos humanos como escaparían de allí.

 

Arica fácilmente se familiarizó con cada uno de ellos. Por las noches era cuando más cerca podían estar entre ellos, separados por una fina pared de cristal entre cada pequeño cuarto en el que estaban distribuidos según sus compañeros de exposición.

Frente a su prisión se encontraba Ronan con una pequeña niña, llamada Danna que poseía como espíritu una pequeña ardilla marrón, junto con dos hombres.

 

El buho blanco pertenecía al más escuálido de los dos, con un cabello negro desarreglado y una heterocromia en sus ojos, los cuales provocaban que todas las personas se quedaran hipnotizadas antes su hermosa mirada. Este siempre era protegido por su compañero, un hombre robusto de tez morena y de una intensa mirada roja que causaba incomodidad cuando esos orbes se detenían en tí. Un guacamayo del mismo color  de sus ojos, revoloteaban siempre alrededor del pequeño buho blanco.

 

A su izquierda descansaba una joven adolecente morena con cabello rizado que parecía indomable junto con su pequeño espíritu animal. Una pequeña cachorra de león  descansaba acurrucada a sus pies y es que su espíritu no tenía ni siquiera un año de vida aún.

En las demás jaulas habitaban diversos espíritus junto a sus humanos. Desde una boa blanca, una pareja de águilas, un par de kudus, un cisne, un pavo real hasta incluso había visto un imponente caimán entre muchos más animales.

 

Ideaban su escape sin apresurarse, querían que todo saliera perfecto sin inconvenientes hasta que una tarde bastó para que todo cambiara.

Ese día el lugar estaba recibiendo más público de lo normal por lo que las descargas eléctricas comenzaron a ser más frecuentes, acortando el tiempo que ellos utilizaban para recuperar fuerzas.

 

Fue la venteaba descarga del día la que desató el caos.

 

Aún no habían podido recuperarse de la anterior descarga cuando Rixton ordenó otra ronda de estas, que provocó la primera muerte de muchas.

El grito horrorizado de una niña obtuvo la atención de todos los cambiaformas, incluso de aquellas personas que paseaban, ignorantes al sufrimiento, por allí.

 

— ¡Mami, mami! —grito señalando una de las vitrinas — ¿Porque le sale sangre al niño?

 

Inerte en el suelo de su prisión yacía Allen, sangre se derramaba por sus oídos y fosas nasales mientras que su espíritu animal graznaba desesperado a su lado.

La piel de Arica y la de todos los prisioneros se erizó y sintieron  sus corazones marchitarse al comprender lo sucedido. La vida había abandonado ese cuerpo para dejar a un espíritu destrozado en busca de consuelo por parte de su otra mitad, uno que jamás obtendría.

 

Ronan horrorizado cogió a Danna en sus brazos y la reguardó en su pecho, en un vano intento de evitar que su pequeña observara aquella cruel escena, pero no sirvió de mucho. En sus ojos ya había quedado grabado el cuerpo inerte del joven, el pánico no tardó en ingresar a su ser.

Sollozos comenzaron a salir de la pequeña niña que temblaba en sus brazos, aterrada, pensando que ese sería su futuro.

 

Arica observaba la escena anonadada.

 

El escándalo comenzó y sorprendentemente las personas parecieron reaccionar de un trance por un instante, percatandose de lo que ocurría. Comenzaron a quejarse y gritar por lo que Rixton se vio obligado a cerrar antes ese día.




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