“Alarma roja, ¡señores!”, alcanzó a decir el agente casi sin aliento, mientras entraba corriendo en la habitación con el rostro tenso y seguido por una colega.
“Señor, me temo que deberemos evacuar el edificio. En menos de cinco minutos llegará el helicóptero y podremos llevarlo a un lugar seguro”, intervino el compañero a pesar de que la situación era desesperante, como se podía percibir del transceptor que sostenía nerviosamente en su mano.
“No”, respondió su superior después de un largo suspiro, entre la resignación y la irritación.
“Pero… Señor, su seguridad… La Macross Company lo necesita… ¡La Orden lo necesita!”, se preocupó el primer hombre, que habría dado incluso la vida por su superior.
“Estoy seguro, Alex. Quédate tranquilo. Quédense todos tranquilos.”
“Esos vampiros allí afuera están cazando! No pasará mucho tiempo antes de que derriben al último guardia y entren aquí”, gruñó el segundo oficial.
“Den la orden a todos que los dejen pasar! Que vengan. Los esperaré”, dijo el presidente de la Macross Company decidido, antes de acercarse a su esposa que permanecía en la cama, sin energías.
“Oh, tesoro, ¡tengo tanto miedo de que puedan hacerte daño! Me siento tan impotente en este momento”, susurró apenas la mujer abrazando lo que más quería en el mundo.
“Fanny, quédate tranquila! Estoy aquí”, le dijo el marido sonriéndole sereno. “No pasará nada. Es sólo que no entiendo por qué justo ahora, sin preaviso. No suelen hacer eso”, frunció el ceño por un momento Zachary Macross, antes de volver con los guardaespaldas.
“Alex y Michael, avisen a todos que no hagan nada. Dejen libre el ingreso. Pongan a todos los demás pacientes de la clínica, a salvo en sus habitaciones”, dijo seguro Zack.
“Y usted?”, se apresuró a preguntar Michael, reacio a dejar a su jefe y su familia en las manos de esas criaturas.
“Yo estoy a salvo. Esos vampiros no me harán nada”, intentó tranquilizarlo.
Incluso sino estaba convencidos, los dos agentes salieron de la habitación para seguir las nuevas directivas. La Orden de la Cruz Ensangrentada había puesto bajo vigilancia toda el área de la clínica privada del famoso Zachary Macross, hombre de negocios a cargo de una de las compañías más poderosas del mundo, que sirvió como pantalla a la orden de los cazadores de vampiros más despiadada de Occidente y estrechamente vinculada con las fuerzas vaticanas más secretas y arcaicas de la Iglesia.
“Es posible que todo este caos se deba a esta hospitalización?”, dijo la esposa Fanny apenas quedaron solos.
“Estaba pensando lo mismo. Y creo que esta vez Vera y Blake tendrán que pagar las consecuencias. Saben que la tregua de los últimos años ha requerido grandes sacrificios de ambas partes. Contener los espíritus violentos y sanguinarios de los vampiros, manteniendo a raya también a la Orden no fue nada fácil”, se enojó Zack.
“Y fue posible también gracias a nosotros, los lobisones”, le recordó Fanny pensando en el respaldo que había dado su especie para asegurar que ese armisticio continuara imperecedero a lo largo de los años.
“Claro, amor mío. ¡Hicimos de todo, pero ahora los vampiros están echando todo por la borda! ¡Esta vez la Confederación de Sangre me va a escuchar!”
“Es extraño que Vera haya permitido este ataque de locos! Sabes que te quiere mucho. Dudo que haya permitido a los vampiros hacerte daño.”
“Olvidas que Vera no controla a todos los vampiros. Hay algunas facciones que declararon la guerra a la Confederación después que hicieron la alianza con nosotros, los lobisones y los Cazadores Hechiceros de Susa.”
“Es cierto…”, suspiró perturbada Fanny dejándose caer en las suaves almohadas. Estaba muy cansada, como nunca lo había estado en su vida. Sin embargo, habría peleado hasta la muerte para defender a su familia. Ella no dejaba de ser una mujer lobo y, los vampiros no tenían salida frente a su fuerza y su venenosa mordida.
A medida que pasaban los minutos, el zumbido se hacía cada vez más intenso y alborotado, terminando con un violento empujón en la puerta, que inmediatamente cayó y terminó ruidosamente en el suelo.
El gentío que se extendió como la pólvora dentro de la habitación asombró a Zack y a Fanny, que estaban petrificados ante ese inesperado caos.
Por lo que se veía, aquellos que sus agentes habían llamado “sanguinarios mercenarios devastadores del hospital” eran en su mayoría personajes que parecían cualquier cosa, menos asesinos: dos niños por debajo de los siete años, tres ancianos de los cuales uno era ciego, un vampiro que temblaba y estaba lleno de paquetitos de colores con moños, tres mujeres jóvenes de las cuales una estaba embarazada, dos lobisones de la familia de Fanny y tres vampiros más preparados para escapar por la vergüenza que para luchar y matar.
“Se puede saber qué demonios han hecho?”, explotó Zack furibundo después de haber entendido que aquellos que consideraba sus amigos más queridos, habían destruido media clínica, enviado al hospital a la mitad del staff, asustado a su esposa y puesto en peligro la tregua entre la Orden y los vampiros.
No pudo agregar más nada, porque la mujer que parecía estar a cargo de esa misión le dio una sonora bofetada en la cara.
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Editado: 27.03.2021