APRIL
La Confederación de Sangre era mi segunda familia.
Allí estaban todos tíos, primos, abuelos, incluso si ninguno de ellos era pariente mío, excepto por Félix, el hermano de mi madre.
Y yo era la “pequeña April” para los vampiros que trabajaban en la sede de Londres, la “muchacha con perfume de primavera”, para quien todavía no había pasado de nutriste de sangre humana a la BloodSky, “la humana que esconde un secreto que todavía no he podido descifrar” para el científico Grucho, “piel de zanahoria/ Pandereta / flor de campo” para Elizabeth que adoraba molestarme por mis cualidades que ella consideraba vergonzosas, como mis pecas y el cabello rojo, mi corazón tan “humano” que latía como un tambor haciéndose siempre sentir y expresando todas sus emociones, o el aroma que tenía, tan delicado y persistente como un prado florido.
Elizabeth era una contradicción: podía decir la cosa más antipática y de inmediato la más dulce, pero en mi opinión, su miedo mayor era el mostrar la humanidad que había dentro de ella, ya que su madre Tess era una simple humana.
De todas formas, nadie hacía caso a mi presencia y después de las usuales cortesías, me encerraba en el gimnasio donde sabía que habría encontrado a las únicas personas que me habrían ayudado.
Como siempre, el gimnasio estaba lleno de jóvenes vampiros de espíritus encendidos y con el temperamento irascible y a menudo presumido, que los empujaba a participar en los combates contra los lobizones.
Había faltado a un seminario en la facultad para estar allí y de inmediato estaba contenta de ver al último vampiro al que le habían dado un KO, con la fuerza y la técnica increíbles de Leo, hijo de Xander, el lobizón Alfa que lideraba su clan.
A pesar de que Leo sólo tenía siete años más que yo, parecía que nadie podía desafiarlo.
Aunque al inicio había sido considerado casi una subespecie de lobizón, ya que su madre Siobhan era sólo una hechicera que luego se había vuelto vampiresa y no un hombre lobo, no se necesita mucho antes que todos entendieran que Leo no era menos por sus orígenes híbridos.
¡Es más! Esa unión de genes distintos lo había vuelto perfecto: ¡fascinante y magnético como un vampiro, resistente y poderoso como un lobizón, dulce y humilde como un humano… con una pizca de magia!
¡Irresistible para mí! ¡Tanto como para considerarlo “el muchacho de mis sueños” durante toda mi adolescencia!
Una obsesión jamás correspondida, sino con un gran afecto y sentido de protección de su parte.
Incluso si había crecido y la obsesión se había atenuado, bastó que su mirada ámbar se posara en mi por un instante, antes de mirar al resto de los presentes, para sentir de nuevo el corazón dando brincos.
Cuando lo vi luego quitarse la playera mojada por el sudor y quedarse con el pecho desnudo con esa sonrisa dulce grabada en su rostro, me puse completamente roja.
“April, ¿qué haces aquí?”, me dijo de inmediato viniendo hacia mí y dándome un beso en la mejilla caliente.
“Hola, Leo. Te estaba buscando. Necesito tu ayuda.”, lo saludé orgullosa de mí. Me había llevado cinco años conseguir hablar delante de él sin balbucear y finalmente lo había conseguido.
“Siento perfume a problemas”
“Es por la invitación a la fiesta de máscaras de esta noche.”
“Problemas serios”, dijo de inmediato Leo.
“No si tú me ayudas”, le supliqué. “Te lo ruego.”
“Y como podría decirte que no”, me susurró haciéndome una caricia en la mejilla que hizo que me temblaran las piernas.
“Aquí estas!”, llegó como un rayo Elizabeth interrumpiendo mi encuentro idílico. “Sentí tu presencia desde afuera, con ese tambor que tienes en el lugar del corazón.”
“Ely, déjala en paz”, intervino Leo. “Sabes que no es de buena educación hacer notar cuanto podemos percibir las emociones humanas.”
“No es culpa mía si tengo un oído extrafino”, se justificó Elizabeth de inmediato, mordaz con Leo. “Y tú, por otra parte, ¡vístete! ¿No ves que haces que se emocione? ¡Está toda roja y acalorada! Es obvio que el enamoramiento que siente por ti todavía no se le pasó, y ya que no quieres corresponderla, por lo menos ten la decencia de vestirte y de evitar ciertas cosas con ella o seguirás ilusionándola, ¡estúpido!”
Era imposible estar delante de Elizabeth sin sentir al menos por un instante el impulso de matarla.
Y no sólo para las pobres humanas como yo, sino también para los vampiros y lobizones.
Ella era la Princesa de la Confederación: las más hermosa, la mejor, la más fuerte, la más deseada, la perfecta…
Y ella lo sabía. ¡Y lo sabía bien!
Al único al que no le importaba era a Leo.
Y eso enojaba muchísimo a Elizabeth. Las cosas, además había empeorado cuando ella, la mejor en combate, había sido vencida por el mejor en combate, es decir, Leo.
Una derrota imperdonable para Elizabeth, tanto que se había vuelto aún más resentida hacia él, quien por el contrario siempre la trató como a una dulce hermanita a la que amaba, a pesar de todo.
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Editado: 27.03.2021