Ceniza de mi corazón

Capitulo III: La cuchillas

Blade:

Toda mi vida se ah basado obediencia, en no tener sentimientos, en dejar de ser humano y ser lo que ellos quieren, ser su arma mortal, ser su cuchilla aquella que no piensa y simplemente mata, aquella que es utilizada hasta que pierde el filo. "ARES" como detesto ese nombre, lo he escuchado toda la vida. Siempre es "solo eres un arma para ARES", "Eres solo un cuchillo", "gracias a ARES eres lo que eres", si, gracias a ellos soy lo que soy, un ser sin sentimientos ni conciencia.

Cuando mi madre falleció después de darme a luz, mi padre entró en el alcohol y las apuestas, una adicción que lo llevo a pedir un préstamo a quien no debía cuando yo tenía 2 años. El problema es que yo era la garantía para aquel que se hacía llamar mi padre, pudiera seguir apostando y tomando, hasta morir.

Una noche mientras yo estaba por dormir llegaron grandes hombres e irrumpieron en mi casa, discutieron con mi padre por el pago de la deuda de 5 millones de denarios, pero para mi gran suerte mi padre estaba tan ebrio como para no saber ni su propio nombre, así que los hombres simplemente me llevaron a rastras hasta un automóvil negro, el cual terminó mi recorrido en una mansión tan grande como para que habitara toda la ciudad en ella, allí me entregaron a Él.

Al principio no sabían que hacer conmigo por lo que me mandaron con unas criadas a la cocina, pero al ser un niño tan pequeño solo estorbaba y me comía lo que encontraba, luego me mandaron a los establos pero los caballos me daban miedo por lo que lloraba cada que los veía. Estuve así por 5 años, de un lado a otro mientras me buscaban "utilidad", ¿Qué podían esperar de un niño de 2, que armara cohetes?.

Decieron mandarme a la sala de ejercicios, allí se suponía que me iba a encargar de dar toallas a los hombres que entrenaban con todo tipo de artefactos, desde pistolas hasta arcos y flechas, todo tipo de peleas, pero lo que más me llamo la atención ese día fueron dos dagas de igual tamaño, estaban puestas en una mesa de roble a la cual apenas pude alcanzar cuando estuve arriba de en un banco, y a los 7 años me enamoré de esas cuchillas que ni siquiera entraban en mi mano, quise aprender a usarlas y tenerlas pero hasta ahora esa fue la peor decisión de mi vida.

Cuando Él se dio cuenta de que me gustaba ver cómo aquellos hombres entrenaban y en especial uno, el dueño de aquellas dagas, un hombre flaco con cabello blanco y como aquellas armas atacaban a su oponente con furia pero con una gracia celestial, decidió por fin cual iba a ser mi destino, mi uso.

Ser un arma.

Al principio me hacían cosas fáciles, como correr distancias considerables, saltar pequeños muros o rejas, cosas que me parecían divertidas y además estaba emocionado de poder lograr usar aquellas armas que amaba, pero luego comenzaron los combates cuerpo a cuerpo y aunque mis combatientes intentaban no ser muy bruscos, Él decidió que aunque fuera un niño, no debía recibir trato especial. Recibí dos costillas rotas la primera vez, la segunda fue el fémur, y asi hasta que cada hueso de mi se estuviera recuperando de alguna fractura, pero aún con todas las fracturas y heridas que tenía mi entrenamiento jamás paró, al contrario como castigo por haber perdido se volvían más y más fuertes.

Tenía clases sobre venenos, lanzar cuchillos, usar el arco y flecha, usar todo tipo de armas y sobre todo, aprendí a matar a mis enemigos con mis propias manos. Al principio pensaba que siempre usaría aquellos muñecos que simulaban cuerpos humanos para practicar, pero el día en que entré a la habitación y vi a un pequeño conejo blanco, me dí cuenta de que aquello era solo un ilusión inútil.

-Ya sabes que hacer- dijo Anders, mi maestro, entregándome una de las dos dagas que estaban en sus manos.

Miré a Anders queriendo que lo que suponía que significaba, no fuera matar a ese pequeño conejo indefenso, pero su rostro serio me confirmaba lo que menos quería hacer. Trague grueso acercándome a aquel animal, sabía que si no lo hacía igual lo iban a matar en frente mío como castigo visual e iba a recibir un tortura de golpes y un encierro por 1 semana en aquel horrible cuarto oscuro que usaban para castigarme.

Sin opciones, me acerqué lentamente al animal, con todo el remordimiento de algo que no había hecho, el animal estaba masticando una pequeña hoja de albahaca, alcé la daga con mis manos y cuando intenté apartar la mirada pero Anders agarro mi cara obligándome a ver lo que iba a hacer a continuación.

-¡MIRA!- gritó con enojo y severidad mientras agarraba mi rostro con fuerza.

En un rápido movimiento bajé el cuchillo hasta que este se encontró con el pequeño conejo blanco. La sangre, de un rojo carmesí hacía contraste con su blanco pelaje mientras lo manchaba, haciendo que aquel rojo palpitara en vista mientras se impregnaba en mi mente ese momento.

Caí de rodillas al ver al pobre animal inerte en el suelo y su sangre llenando el mismo, cayó una, luego dos lágrimas y así hasta que perdí la cuenta de ellas, estaba totalmente en shock por qué acababa de hacer, como esas dagas, esa arma que amé en un principio se convirtió en lo que acabaría con la vida de aquellos seres inocentes. 

Me levanté lentamente y como si no hubiera sido suficiente aquel sentimiento de culpa y remordimiento para un castigo, Anders me dió una bofetada dejando su gran mano marcada en mi mejilla, haciendo que volviera a caer al suelo por el impacto de esta.

-No llores- dijo con severidad- si vuelves a llorar no recibirás solo una abofetea- dijo y me agarro del brazo hacia otra habitación. Allí no había un conejo, sino cientos de ellos además de ratones, cachorros y gatitos todos blancos, todos tranquilos, sin saber que estaban esperando el mismo fatídico final que el conejito anterior y no por mi propia decisión. Pasamos en esa habitacion tanto tiempo que solo recuerdo lo mucho que dolía el cuerpo por los golpes que recibí al no poder aguantar mis lágrimas, el horrendo olor a sangre que se esparcia por mi camisa y chaqueta verde favorita. Pero al salir de esa habitación con toda toda ropa manchada y la cara hecha un desastre, algo cambió, ya no era aquel niño de buen corazón, ese fue el inicio para la transformación que ellos querían, para ser un arma.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.