III
MORGAN
"Las cenizas también pueden arder otra vez."
Pero ¿y si no quiero arder otra vez?
Las palabras de Aidan siguen latiendo dentro de mi pecho como una herida mal cerrada. Me dejo consumir por la rabia, por esa necesidad absurda de sentir algo que no sea este vacío, esta impotencia constante. No soporto quedarme quieta, atrapada en esta cueva de muertos vivientes con reglas que no elegí seguir.
Salgo. Sin permiso. Sin pensar. Sin importarme las consecuencias.
La noche me recibe como una madre cruel, con un aire denso que huele a humedad, a tierra y a peligro. Camino entre los árboles con pasos decididos, aunque no tengo un rumbo claro. Solo quiero alejarme. De Aidan. De sus advertencias. De mí misma.
El bosque está especialmente silencioso. Ni grillos, ni aves. Solo el crujir ocasional de las hojas bajo mis pies. Es como si el mundo contuviera el aliento.
Y entonces, lo escucho.
Un gruñido.
Me detengo en seco. El sonido viene de mi derecha, pero luego lo escucho también por la izquierda. Y detrás. El instinto se activa. Miro a mi alrededor. Ojos. Brillantes, numerosos.
Lobos.
No transformados. No como nosotros. Son animales. Salvajes. Reales. Pero hay algo en ellos que me resulta extraño, estos lo os son más grandes, peor no importa, tienen hambre, y no les importa que yo no sea del todo humana. O tal vez eso los atrae aún más.
Retrocedo un paso. Otro. Pero ya es tarde.
Uno de ellos salta.
En un impulso salo hacia el lobo y lo agarró con fuerza, abrazando su cuello.
Mis uñas largas se clavan en sus hombros, con fuerza. Estoy apunto de acabar con la vida del animal cuando una mordida feroz me arrastra haciendo que suelte el cuerpo casi muerto del lobo.
Me separo como puedo del lobo pero del mismo sitio de donde salió empiezan a salir muchos más.
Cuando me doy cuenta estoy frente a una jauría entera de lobos.
Me levanto y noto como mi herida de la costilla se abre, el dolor es intenso pero soportable.
Sin pensarlo Dos veces, retrocedo dos pasos hacia atrás y echo a correr, corro sin mirar atrás, esquivando raíces, respirando con dificultad. El bosque se convierte en una trampa viva, con ramas que se aferran a mi ropa, sombras que se mueven demasiado rápido, tan rápido como yo. Los lobos me siguen como una ola de dientes y furia.
La herida en mi costado, vieja y nuevamente abierta empieza a arder. Siento la humedad caliente filtrarse a través de la tela. El dolor me roba el aliento.
Corro lo más que puedo pero mis piernas ya no responden, estoy deshidratada, necesito alimentarme.
Voy perdiendo fuerza poco a poco, e conseguido dejar a los lobos a unos cuantos metros que cada vez se acortan más.
Miro a mi alrededor, los lobos son fuertes en tierra pero si me subo a un árbol no podrán hacerme nada.
Veo un roble enorme a unos pocos metros, corro como puedo hacia él y cuando saltó aferrándome con los dedos al tronco, evitando a un lobo que acababa de saltar.
Escalo por el tronco llegando a una rama, miro hacia abajo y veo a los lobos saltando, gruñiendo.
Decido subir más arriba y esperar a que se cansen y que acaben por marcharse.
Pasan horas interminables y la noche sigue, nose hasta cuando seguirá pero ellos no piensan marcharse.
Tengo que lograr salir de aquí, miro a los demás árboles, podría intentar volar hasta las ramas y así poder volver al campamento.
El plan es bueno, pero lamentablemente aún no tengo el vuelo completamente desarrollado y controlado, es algo que solo los vampiros convertidos pueden controlar bien, yo sigo siendo novicia.
Y entonces, lo noto: el cielo empieza a aclararse.
No puede ser.
La noche se acaba.
No tengo tiempo y menos para pararme a pensar si hacerlo o no; me arrastro como puedo a la punta de la rama, con cuidado porque con cada movimiento crujía alertando a los guardias perrunos de abajo.
Me incorporo con cuidado y respiro hondo. Saltó. Abro mis manos preparada para agarrarme a lo primero que toque pero a mitad del saltó empiezo a caer llevándome las ramas por delante.
Caigo al duro y frío suelo de tierra.
Me incorporo adolorida, noto un puntazo de dolor en las costillas, ahora tengo 3 costillas rotas y 1 herida abierta.
Maldigo a quien dijo que los vampiros no sentían dolor.
Miro al frente y veo a un lobo más grande que los demás, supongo que será su líder.
Retrocedo arrastrandome por la tierra hasta que mi espalda choca con el tronco del árbol por el cual me caí.
Estoy acorralada. Aidan tenía razón, salir siendo novicia es peligroso.
Un rayo débil de luz atraviesa la copa de los árboles. Cada vez me siento mas débil. Las hojas húmedas se pegan a la mano que tengo apoyada en el suelo para sujetarme.
No puedo más.
Un lobo se lanza hacia mí.
Cierro los ojos esperándo mi final.
Y no llega.
Una ráfaga oscura, rápida como un suspiro, se interpone. Abro los ojos de inmediato. El lobo cae al suelo con el cuello roto, sin que yo haya visto cómo ocurrió. Otro gruñido. Otro salto. Otro cuerpo muerto.
Y entonces lo veo.
Una figura alta, elegante, letal, poderosa.
No se mueve como nosotros. No como los transformados. No necesita fuerza bruta. Todo en él es precisión. Dominio. Silencio. Agilidez y elegancia.
Su cabello es corto, liso, oscuro. Su rostro es una obra de arte tallada en mármol. Y sus ojos... no hay nada humano en ellos. Son rojos como la sangre fresca, pero no arden de rabia. Arden de algo mucho peor: poder absoluto.
Lo reconozco al segundo, un purasangre.
Lo sé incluso antes de que hable.
Los lobos retroceden. No sé si por miedo o por instinto. Tal vez perciben que él no pertenece a este mundo. Ni al nuestro. Él es otra cosa. Algo más antiguo. Algo más... puro. Más poderoso incluso para esas bestias de 4 metros de altura.