VI
AIDAN
Abrí la puerta de la habitación de golpe. Entré con paso firme, mis botas resonaban contra la piedra del suelo, y en menos de un segundo supe que algo no estaba bien.
Vacía.
La cama seguía intacta, las mantas apenas desordenadas. Ningún rastro de lucha. Ningún olor de sangre reciente. Pero lo que sí había… era ausencia.
Y podía sentirla como un puñal en el pecho.
Morgan había ido.
Un gruñido escapó de mi garganta. Cerré los ojos por un segundo, conteniendo la rabia que comenzaba a bullir bajo mi piel. Caminé lentamente por la habitación, buscando con la mirada cualquier indicio, cualquier detalle que lo guiara. Me detuve en un mechón de cabello oscuro atrapado en una astilla del marco de la puerta. Y más allá, casi imperceptible, huellas débiles sobre la capa de polvo que cubría el suelo de piedra.
Había salido por su cuenta.
Me gire hacia la puerta con los ojos brillando en la penumbra. Y di un puñetazo en el marco, rompiéndolo por la superfuerza que mi poder. Recorri los pasillos de piedra con rapidez, ignorando las miradas de los otros transformados que se apartaban a mí paso. Algunos sabían que algo pasaba. Otros lo presentían. Pero ninguno se atrevía a hablar.
Al llegar al gran salón, encontré a uno de los vigías cerca de la entrada.
—¿Viste salir a Morgan? —pregunté elevando la voz peligrosamente.
El vampiro tragó saliva, incómodo bajo la mirada.
—No… no la vi directamente, pero esta mañana notamos pasos cerca del límite del bosque. Huellas de un solo par de pies. Creímos que tal vez eran antiguas.
No respondí. Solo camine hasta la salida. La nieve crujió bajo mis botas mientras atravesaba el sendero entre los árboles. El viento me golpeaba el rostro, frío y cargado de presagios. Cerré los ojos y afine el oído. Si me concentraba lo suficiente, aún podía captar el aroma de Morgan, tenue, casi borrado por la nieve.
Pero lo que me detuvo no fue el olor.
Fue el miedo.
No podía explicarlo. Desde el primer momento en que la encontré, Morgan había sido una contradicción viviente. Una criatura medio humana, medio vampiro, con más dolor en la mirada que muchos que habían vivido siglos. Aveces aún veía a esa niña que lloraba cuando le decían que para completar su vampirismo tenía que beber sangre humana.
Ella era capaz de tener esa chispa. Una chispa que no se extinguía. Una batalla constante contra sí misma.
Y ahora estaba sola, en un bosque infestado de peligros.
—Idiota —murmuré para mí, apretando mis puños.
Recordé la discusión. La furia en sus ojos. Las palabras que había dicho… y las que no.
Ella creía que no la entendía, pero yo sí sabía lo que era vivir con rabia quemándote por dentro. Lo que era sentirte ajeno a todo, incluso a ti mismo. Lo que Morgan no sabía era que yo había luchado años para no convertirme en lo mismo que sus creadores. Y lo seguía haciendo, todos los días.
De pronto, un segundo aroma me golpeó con fuerza. Sutil, pero inconfundible.
—Lobos —susurre.
Corrí.
Mis pasos eran rápidos y silenciosos entre los árboles. Las huellas estaban allí, dispersas, como si hubiera habido persecución. Marcas en la nieve, garras, sangre seca. Y entre todo eso… el rastro de Morgan. Débil. Forzado.
Seguí el rastro hasta un roble alto, ramas rotas por el suelo, y al pie del roble, un charco de sangre.
Seguí otro rastro unos pocos metros más allá hasta que, de pronto, desapareció.
Me detuve en seco. El aire aquí era diferente. No olía a muerte ni a miedo. Olía a… madera quemada.
Y entonces lo noté
Otro aroma. Otro más.
Shadow..
La rabia me subió como fuego por el pecho. Mi mandíbula se tensó y mi mirada se endureció. Provocando que reflejará ese rojo brillante que solo aparecía cuando era capaz de enfadarme.
—Maldito bastardo…
Había sido él. Tenía que haber sido él. El rastro terminaba justo donde el de Shadow comenzaba.
Conocía ese olor demasiado bien. No por enemistad, sino por una desconfianza vieja. Shadow no era como los demás purasangre, eso era cierto. Pero eso no significaba que fuera de fiar.
Y Morgan… estaba con él y estaba herida.
Aprete los dientes y di media vuelta.
Tenía que volver al campamento. Prepararme. Shadow no la dañaría, no directamente. Pero Morgan estaba en un estado vulnerable, confusa, y si él lograba influirla… si lograba sembrar esa idea de libertad que los purasangre tanto predicaban…
Podría perderla.
Y no puedo permitirme eso.
Ni como líder.
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De regreso al campamento, reuní a algunos del Clan. Mi mirada era severa y mis ojos aún seguían rojos, mi tono inquebrantable.
—Morgan ha desaparecido. Está con Shadow.
Murmullos se alzaron en la sala, miradas nerviosas, algunas de rabia, otras de miedo. Nadie quería enfrentarse a un purasangre. Nadie, excepto yo.
Sabían que el enfrentamiento iba a provocar la muerte de todo el Clan.
—No vamos a hacer nada estúpido —dije con firmeza—. No todavía. Pero si alguno de ustedes llega a verla… no la toquen. No la reten. Solo informenme.
Me gire hacia la entrada y sus ojos brillaron con una determinación peligrosa.
—Y si Shadow la convence de que no necesita a nadie… si le hace creer que puede caminar sola por este mundo sin arder… entonces sí, habrá una guerra.
Una guerra silenciosa. No de clanes. Sino de voluntades.
Y no pensaba perderla.