IX
AIDAN
La oscuridad volvió a envolverme, pero esta vez se sentía más pesada. Más real.
Kaila tenía razón en muchas cosas, pero no podía decírselo. No podía darle palabras que sonaran a consuelo cuando todo dentro de mí estaba roto.
Apoyé las palmas de mis manos contra un árbol y cerré los ojos.
El recuerdo de Morgan me azotó de nuevo. Su risa, su forma de fruncir el ceño cuando discutía conmigo, su olor… Ese maldito olor que creía haber olvidado, pero que ahora se aferraba a mí como un tatuaje en el alma.
“¿Y si no quiere volver?”
Las palabras de Kaila seguían repitiéndose, como un eco cruel.
Pero no podía aceptarlo.
—Aidan —la voz de Ian me interrumpió desde atrás—. Hemos encontrado rastros. Sangre reciente, mezclada con un olor distinto, no es de los nuestros.
Me giré de inmediato, el corazón no muerto latiéndome con fuerza.
—¿Dónde?
—A poco más de un kilómetro al este. Mayak está allí, vigilando. Dice que es sangre y signos de lucha.
Eso sólo podía significar una cosa: Había habido una pelea.
Me eché a correr sin esperar más explicaciones. Las ramas rasgaban mi ropa, la noche se hacía borrosa. Sentía a Ian detrás de mí, pero ya no importaba.
El suelo estaba manchado. Oscuro. Aún fresco. Me agaché, tocando el barro con los dedos. La sangre era espesa, densa… pero no era de Morgan.
No es vampira.
—Esto no es sangre vampira.. —Dije sin apartar la vista del suelo.
—No, esa es de lobo. —Dice Mayak
¿Lobos?
Miré a Ian.
—Sí. Hay otro rastro mezclado. Uno más antiguo. Uno que no he olido desde hace años… —Su voz bajó el tono—. Es purasangre. También está el rastro de Morgan y sangre suya, parece que hubo un enfrentamiento entre las tres razas.
Cerré los ojos con fuerza. Shadow.
Ese malnacido la había encontrado.
Y ella… ¿había ido con él por voluntad?
Claro que no, estaba herida y probablemente él la obligó.
Una ráfaga de viento me trajo algo más.
Un susurro.
Un perfume que conocía mejor que el mío.
Morgan.
Abrí los ojos. Ya no había duda.
Estaba cerca.
Y no me importaba si tenía que cruzar un infierno para traerla de vuelta.
—Ian —ordené, incorporándome— dile a los demás que se preparen.
—No habrá lucha, dijiste, ¿verdad? —Pregunta Mayak.
Ian también me miraba con preocupación.
—¿Vas a enfrentarlo? —Pregunta Kaila.
—Voy a recuperar lo que es mío.
Y esta vez, no pensaba perderla.
MORGAN
Sentía ardor en mis rodillas; al caerme me había hecho raspaduras que empezaban a sangrar. Me levanté adolorida. Miré a Shadow, que estaba parado a unos pocos metros de mí con la mirada fija en algo entre los árboles.
— ¡No te muevas!— dijo colocándose delante de mi.
Asentí, aunque sabía que él lo sentía. El olor de mi sangre, por mínima que fuera, se volvía casi insoportable para él. Pero no se movía. No hacia mí.
—¿Qué es eso? —pregunté, limpiando mis manos en la tela rasgada de mi pantalón.
Shadow frunció el ceño. Sus ojos brillaban con un tono plateado que solo aparecía cuando estaba alerta. O furioso.
—No estoy seguro..—murmuró.
El viento cambió y, de repente, lo sentí también. Un olor.. familiar. Olía como Shadow.
El corazón se me aceleró, o lo más parecido que un corazón como el mío podía hacer. Shadow rodeó mi cintura y me pego a él.
—No te alejes.
—Es… —susurré.
—Otro purasangre —gruñó Shadow.
Lo miré. Esa tensión en su mandíbula, la forma en que apretaba los puños.
—No me hará daño, ¿verdad?
Shadow me miró por fin. Y algo en sus ojos me hizo estremecerme.
—No soy yo quien lo busca. Él viene por ti, Morgan.
Sentí un escalofrío. No estaba preparada. Ni para enfrentar a otro purasangre ni para entender lo que estaba sintiendo en ese momento por Shadow.
—No quiero que me mate. —dije al fin, apenas un susurro.
—No dejaré que te toque ni un pelo.
Un ruido seco rompió mi dilema. Ramas quebrándose. Pasos. La presencia del Purasangre se volvió imposible de ignorar.
Shadow dio un paso al frente, colocándose entre la dirección del sonido y yo.
—No lo escuches, puedes usar su poder de la obediencia para manipularte. Si lo hace, no abra vuelta atrás.
Mi cuerpo temblaba. Por una vez, tenía miedo.
Y en ese momento… lo vi.
El purasangre emergió entre las sombras, con los ojos brillando en deseo y sed. Su voz fue un trueno contenido:
—Hola, hermanito.