La segunda semana de clases transcurría de forma tranquila. Caterina y María de los Ángeles recogían sus pertenencias, acabada la última asignatura, para marcharse. La castaña era siempre la que más demoraba, y la otra practicaba algún paso de ballet para entretenerse. Ya todos se habían retirado. Mientras bailaba, pareció recordar algo.
—Ojitos, haceme acordar de mostrarte cómo se resuelve la ecuación que vimos hoy —habló, con su voz aguda y brillante. Caterina no pudo evitar sonreír ante ese apodo que desde el primer momento le asignó—. Bueno, y si no me entendés a mí, seguro que a mamá sí. ¡Pero vas a entender, vas a ver!
—Gracias, Ang —contestó, estirando los labios y poniéndose de pie. Enroscó un brazo en el de su compañera, y en el otro cargaba un libro suelto—. Soy un desastre para la matemática.
Así eran: una destacaba en las letras y la otra en los números, pero se ayudaban sin excepciones. Comenzaron a andar por los pulcros pasillos de Carpe Diem, conversando de trivialidades. Ángeles saludaba efusivamente a algunas personas, en tanto Caterina solo les sonreía; por lo general eran para ella desconocidos. Compartieron impresiones de los primeros días, como cada año hacían desde que eran amigas.
Ambas expresaron disgusto por Rafaela Viñoni, a quien ya conocían, pero que por vez primera les daba clase. Ladillo soltó un comentario acerca de cómo Nuria siempre parecía hacer lo que su jefa quería. Figueroa no dijo mucho, la mencionada era amiga de las madres de ambas, pero además era muy cercana a su querido tío Hernán. Prefería no hablar de modo negativo de la adscripta, más allá de la confianza, y de que en el fondo pensara lo mismo.
Súbitamente, la mirada de Ángeles se iluminó, y se vio semejante a una pradera en primavera cuando el rocío la hace embellecer. Deslizó un brazo por la espalda de la otra y se recostó en su pecho, manteniendo una tierna sonrisa de dientes un tanto torcidos.
—Catita... ¿Cuándo me vas a presentar a las mellizas? —preguntó, con notas de cautela y de emoción, jugueteando con el dije de cruz que colgaba de la cadena de plata.
—No he vuelto a hablar con Merlía, y a su hermana...
—Vienna.
—Sí, Vienna, no la conozco —Advirtió un deje de tristeza en su allegada, quizás de decepción, y lo lamentó. Le llamaba la atención su interés persistente por conocer a personas "famosas", y se cuestionaba por qué le era tan importante. No le agradaba en absoluto la nueva expresión en la faz de Ángeles, y buscó la forma de arreglarlo—. Bueno, pero voy a pensar en eso. Quizá podríamos hacer algo juntas en algún momento, ¿sí?
—¡Súper! —chilló la más alta, alzando los brazos y obteniendo alguna mirada de los que andaban por allí—. Me hace muy feliz. Además, escuché que hay unos chicos nuevos en cuarto uno, la clase de ellas. Son mellizos también, y vienen de Estados Unidos, de L.A. Sé que el apellido es Waldorf. Suena a la ensalada y a Blair, ya sabés, el personaje de Gossip Girl que se viste parecido a vos. Bueno, ¿¡no es genial!?
Caterina confirmó con un gesto, divertida ante la ilusión de la blonda. En eso, se cruzaron con Horacio Barzetti, quien había sido en otros años su profesor de Educación Musical.
—¡Hola, Hori! —exclamó Ángeles.
Él era igual de simpático que ella, y de inmediato les preguntó cómo estaban siendo los primeros días. Platicaron acerca de eso hasta que el hombre que aún no llegaba a los treinta cambió de tema.
—Angie, recordale a tu mamá lo del sábado, que sé que se va a olvidar —mencionó, con una expresión alegre en sus ojos cafés.
—Nadie se va a olvidar —aseguró, alargando la primera vocal—. Estamos deseando que llegue el día. ¡Ah! Y voy a cocinar algo rico para el postre. ¿Cupcakes? Posiblemente. Sé que te gustan con Nutella, así que les pondré bastante.
El docente se mostró satisfecho ante la respuesta, y luego de despedirse continuó su camino. Cuando estuvieron solas, Caterina expresó interés por aquello del sábado.
—Vamos a ir a almorzar a su casa. Él es un muy buen cocinero, pero me parece bien colaborar con el postre. No sabés lo lindo que es su apartamento, ¡tiene un piano increíble! Claro, es pianista.
—Ay, la relación de Horacio y tu mamá es tan linda —soltó la castaña, dejando escapar un suspiro.
—Oh, sí. Es tan increíble que desde que lo conocemos es como si fuera parte de la familia. —De pronto lanzó una risita—. Cómo soñaba yo con que fueran novios...
—Y el sueño se te vino abajo cuando te enteraste de que es gay —completó Caterina, ladeando un poco la cabeza, al tiempo que bajaban por la espaciosa escalera y se aproximaban a la entrada.
—Sip, y lo sufrí, pero luego me di cuenta de que a ella le venía bien un amigo cercano. Claro, en esos tiempos también conoció a tu mamá y a Nuria, pero no hay nadie como el amigo gay, ¿no?
A la de ojos avellana le resultaba un poco cliché aquella idea, mas no comentó nada y se limitó a reír. Unos segundos después, colocó una de sus pequeñas manos en el hombro de la otra y le hizo saber lo mucho que le contentaba que Barzetti fuera parte de la vida de ellas. Ángeles agradeció y divisó a su madre a lo lejos. Apenas las amigas se dijeron adiós, fue con un trote jovial al encuentro de Romina.
Ya en soledad, Caterina se sentó en uno de los bancos de madera próximos a la puerta. Eran las cuatro de la tarde, y sabía que debía permanecer allí hasta las seis, hora en la que su hermano Matteo acabaría la actividad extracurricular. Un muy atractivo libro de pasta dura se encontraba en su regazo. Se colocó los lentes de armazón redondo, que creaban contraste con su rostro de rasgos angulares.
Editado: 03.02.2022