Cenizas al café

• 6: Creando algo especial •

Era ya mediados del mes de marzo y Vienna no había hecho nada que a su criterio fuese divertido. Se le ocurrió entonces una idea. Merlía accedió desde un principio, mas su interés incrementó cuando la mayor propuso invitar a Caterina. Ambas acordaron que lo más prudente era que la muchacha no supiera los detalles hasta que estuvieran reunidas. La melliza mayor no pensó, por algún motivo, en incluir a Agustina o a otras chicas de su grupo. Tampoco quiso indagar en el porqué.

—Todo va a salir de maravilla, querida —aseguró cuando la castaña compartió su incertidumbre—. Vas a disfrutar tanto que vas a querer quedarte a vivir en Carpe Diem y que todos los días de tu vida sean como este. ¿Confiás en mí?

—Lo que pasa es que no quiero perder la relación que voy teniendo con Cat. Yo quiero que ustedes dos se conozcan también, y si esto sale mal... Pero sí, sí confío en vos, hermana.

—¿Sabés lo que pienso? Luego de esta experiencia van a estar más unidas que antes, y además, va a ser bueno para que ella y yo nos conozcamos. Vas a ver. Sabés que no suelo errar a las suposiciones.

Cuando el sol ya se había transportado al otro horizonte y el ambiente comenzaba a ensombrecerse, las mellizas regresaron al colegio que habían abandonado en la mitad de la tarde. Se dirigieron al salón de clase, donde no había más rastro de vida que el suyo. Se habían infiltrado en un horario en el que frecuentaban muy pocas personas. Solo algunas actividades deportivas se llevaban a cabo, pero lejos del segundo piso donde se encontraban las jovencitas. Para instalarse allí, dejaron sus bolsos y tomaron asiento.

Antes de lo previsto llegó Caterina, asomándose muy tímidamente por el marco de la puerta, esparciendo por el aire su perfume de vainilla. Vienna la analizó por unos segundos; la conocía por las fotos que su hermana le había enseñado después de haberla buscado en las redes sociales, y por el retrato que había creado. Le resultó tierna su inhibición, y alcanzó a pensar que a lo mejor no era una buena idea que ella estuviese allí para lo que iban a hacer. No tuvo, sin embargo, el tiempo necesario para cavilar en eso, pues detrás de Figueroa apareció una muchacha rubia de aspecto afable y relajado. ¿Por qué la hija de Romina Lucero, quien fue su profesora de Matemática, estaba allí? Merlía contaba con la misma interrogante.

—¡Hola, chicas! —exclamó María de los Ángeles, dejando ver sus dientes perlados—. No podía esperar más por este día, al fin me junto con ustedes. Me pone muy, pero muy feliz que de una vez por todas hagamos algo las cuatro. Cuando Cate me dijo de venir hoy, ¡me emocioné muchísimo!

Las palabras de la blonda desbordaban ilusión, mas las miradas que las hermanas intercambiaron, confusión. Vienna le echó una ojeada molesta a Figueroa, la cual se encogió de hombros.

—Vienna, ¿hay algún problema? Sí, invité a mi amiga Angie, no tenés por qué mirarme así —atajó, con los brazos cruzados, lamentando que esa fuera la primera interacción con ella.

Observándola, consiguió apreciar las diferencias entre las dos Ferrari. Además de los distintos colores y largos de cabello, un cerquillo sombreaba la frente de Vienna. Notó que los labios de esta eran ligeramente más carnosos, y las mejillas un tanto más delgadas. Merlía era unos centímetros más baja que su melliza y contaba con unas pecas apenas perceptibles concentradas en la nariz.

—Esperen... ¿Ustedes no sabían que yo venía? —interpeló Ladillo, con voz trémula y los ojos glaucos muy abiertos. La mayor lanzó un suspiro, mientras que la otra mantuvo la calma—. Yo creí que como Cate habló con Mer para juntarnos, y ella dijo que sí...

—No, Ángeles, no funciona así. Nunca acordamos que esta iba a ser la ocasión. Pero ahora que ya estás acá, las invito a las dos a sentarse, así mi hermana y yo les explicamos lo que tenemos en mente.

—Seré directa —comenzó Merlía, jugando con sus dedos—. ¿Alguna vez fumaron porro?

La brillante mirada de Ángeles se cubrió con un velo de desconcierto. Caterina, por su parte, logró entender a la perfección de qué se trataba todo eso.

—¿Nos invitaron al colegio para fumar marihuana? —cuestionó y frunció el entrecejo—. Merlía, ¿es en serio?

La mencionada agachó la cabeza. No era capaz de contestar, por más que hubiese pensado en eso toda la tarde. Fue cuando vio que estaba a punto de largarse que exclamó:

—¡Cat, esperá! Imagino lo que pensás acerca de esto y lo respeto completamente. Pero supongo que estás al tanto de que con hacerlo una vez no pasa nada...

—Caterina, hacele caso a mi hermana —intervino Vienna, sin alzar la voz, observando que la muchacha aún se encontraba en la línea entre la entrada y la salida—. Hay que probar cosas en la vida, somos jóvenes, que no te pase que después te arrepentís. Bueno, como prefieras, yo voy a hacerlo igual. Con permiso.

Con dicho parlamento las dejó a todas mudas, y acto seguido, quitó de su mochila un extraño cofre. En el fondo, bien cubierto por una bolsa con cierre, estaba la auténtica marihuana de las mellizas Ferrari; que nadie sabía cómo conseguían, y nadie quiso preguntar.

—No puedo creerlo, chicas. Nunca en mi vida pensé que iba a tener de eso de lo que tanto se habla tan cerca —emitió Ángeles, tomándose el asunto como parte de una fantasía, absorta como ninguna en la contemplación. Caterina intentó decirle que no era tarde para que se largaran de allí, mas Ladillo la interrumpió—. Ay, ya está. Quiero y voy a hacer esto. No me importa lo que diga mi madre, estoy segura de que ella ha probado esto y mucho más durante su vida. Además, chicas, aprovechemos que somos jóvenes, como decía Vienn. Siento que es el mejor momento para hacer este tipo de locuras. En fin, ¿cómo se hace?




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