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La madrugada aún estaba fresca cuando Abril salió del loft, con la cabeza llena de pensamientos que giraban como una tormenta sin pausa. La batalla de la noche anterior no solo había dejado marcas visibles, sino que había desenterrado emociones que creía enterradas para siempre. La cercanía con Éloi había encendido algo dentro de ella, una mezcla de deseo, miedo y esperanza que la desarmaba.
Pero el juego no terminaba ahí. Darcy, con su sonrisa provocativa y sus intenciones evidentes, seguía rondando el perímetro de Éloi como una sombra insistente. Abril lo sabía, y no estaba dispuesta a permitir que esa mujer se interpusiera entre ellos.
Mientras caminaba por la calle desierta, su teléfono vibró con un mensaje inesperado. Era Éloi.
“Necesito que veas esto. Ahora. Videollamada.”
Abril sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sabía que Éloi no llamaba sin un motivo urgente. Con el pulso acelerado, respondió y la pantalla se iluminó con la imagen de Éloi, con el ceño fruncido y una luz tenue que apenas iluminaba su rostro.
Pero detrás de él, apareció Darcy, con una sonrisa demasiado segura, demasiado seductora. Llevaba un vestido negro que marcaba cada curva, y sus ojos brillaban con una intención clara: provocar, desafiar, tentar.
Abril tragó saliva, el corazón amenazando con salirse de su pecho. Cada gesto de Darcy, cada palabra sarcástica que dirigía a Éloi, era una aguja clavada en su orgullo.
Éloi notó la tensión, pero no apartó la mirada de la pantalla.
—No juegues conmigo, Darcy —dijo con voz firme—. Esto es trabajo, nada más.
Pero Abril sabía que había mucho más debajo de esa fachada. Su pecho se apretó, y sin pensarlo, tomó sus llaves y salió rumbo al loft de Éloi, decidida a poner fin a esa provocación de una vez por todas.
Cuando llegó, la encontró en la sala, elegante y provocativa, haciendo que la sangre de Abril ardiera de celos y furia contenida.
—¿Quién eres tú para pensar que puedes acercarte a él? —la desafió Abril, con la voz cortante.
Darcy la miró con una sonrisa glacial.
—Solo la que sabe lo que quiere —respondió—. Y Éloi es un premio difícil, pero no imposible.
Abril dio un paso adelante, la rabia ardiendo en sus venas.
—Él es mío. Siempre lo fue y siempre lo será.
La tensión entre ellas se podía cortar con un cuchillo. Éloi observaba desde la sombra, consciente de que la batalla entre esas dos mujeres recién comenzaba.
Abril sabía que no solo estaba luchando por Éloi, sino por su propio corazón, que se negaba a rendirse.
—¿Vas a seguir ahí parada como si nada? —espetó Abril con una sonrisa tensa—. ¿O pensás seguir paseándote frente a mi pareja medio desnuda como una mosca buscando atención?
Darcy arqueó una ceja, divertida, como si todo le resultara un simple juego.
—Tu pareja, decís… —repitió, dándole vueltas a las palabras como si le costara tomarlas en serio—. Qué interesante. Porque según tengo entendido, Éloi no le debe explicaciones a nadie. Mucho menos a una mujer que lo dejó hace cinco años.
Abril sintió un golpe seco en el pecho. Darcy sabía exactamente qué botones presionar.
—Lo que pasó entre nosotros no es asunto tuyo —escupió Abril—. Pero te voy a decir algo muy claro, Darcy: no me voy a quedar mirando mientras una trepadora como vos intenta meterse en la cama de Éloi.
Darcy soltó una risa sutil, venenosa.
—Ay, querida… no necesito meterme. Ya estoy demasiado cerca.
Fue el punto de quiebre.
Abril se abalanzó hacia ella, pero una mano firme la sujetó por el brazo antes de que pudiera hacer algo más. Éloi.
—Basta —ordenó con voz baja, pero cargada de autoridad.
Las dos se giraron hacia él. Éloi estaba de pie entre ellas, su rostro tenso, su mirada fija en Abril.
—No te metas en esto, Éloi —dijo ella, intentando zafarse—. Esta víbora…
—Dije basta, moya printsessa. —Su voz fue más suave esta vez, pero con ese tono que sólo él sabía usar con ella, ese que la desarmaba sin querer.
Abril bajó lentamente la mirada. Respiraba con fuerza, tratando de calmar la oleada de furia. Darcy, mientras tanto, se cruzó de brazos, disfrutando del espectáculo.
—¿Y a mí me vas a decir algo, jefe? —preguntó con descaro, ladeando la cabeza.
Éloi la miró. Su expresión cambió. Más fría. Más dura.
—Sí. Vas a irte ahora mismo.
La sonrisa de Darcy se desdibujó por primera vez.
—¿Perdón?
—Te excediste, Darcy. No vuelvas a cruzar la línea conmigo.
Ella titubeó. Por un segundo, creyó que podía controlarlo como siempre. Pero no contaba con que Éloi ya había elegido de qué lado estaba.
—¿Esto es por ella? —preguntó, incrédula—. ¿Por la mujer que te dejó? ¿Por la que te convirtió en el hombre que sos hoy?
Éloi no respondió. Caminó hacia la puerta y la abrió con calma.
—Andate.
Darcy lo miró una vez más, luego a Abril, y sin decir otra palabra, pasó junto a ambos con los tacones resonando como látigos sobre el suelo. La puerta se cerró con un golpe seco.
El silencio que quedó fue espeso.
Abril seguía temblando. Su cuerpo todavía estaba listo para pelear. Pero ahora, el único enemigo era lo que sentía. Todo lo que le provocaba Éloi. Todo lo que la consumía de él.
—¿Por qué no la echaste antes? —preguntó en voz baja.
Éloi no respondió enseguida. Cerró los ojos por un momento, como si necesitara un segundo para calmar sus propios demonios.
—Porque durante mucho tiempo no me importaba quién estaba cerca. Nadie significaba nada —respondió—. Hasta que volviste.
Abril tragó saliva. La confesión la dejó expuesta, como si le arrancara una parte de la piel que había endurecido durante años.
—¿Y ahora sí te importa?
Éloi caminó hasta ella. Se detuvo a centímetros de su rostro. Sus ojos, oscuros y brillantes, la atravesaban sin pedir permiso.
—Ahora me importa todo —susurró—. Todo lo que te toca. Todo lo que te duele. Todo lo que te aleja de mí.