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La noche cubría la ciudad como un manto oscuro, y en el corazón del refugio, Abril y Éloi preparaban su próximo movimiento. La fatiga se marcaba en sus rostros, pero en sus ojos brillaba una determinación inquebrantable. Cada palabra, cada gesto, estaba cargado de significado.
—No podemos seguir confiando en nadie —dijo Abril, mientras repasaba un mapa con rutas y nombres tachados—. Darcy sigue siendo una amenaza, y Belov se mueve con más agresividad de la que esperábamos.
Éloi asintió, apoyando los codos sobre la mesa, su voz grave y firme.
—Tenemos que adelantarnos a sus jugadas, golpearlos antes de que lo hagan ellos.
Un silencio tenso se instaló entre ambos, hasta que Abril rompió la quietud con una pregunta que ambos evitaban.
—¿Y qué hay de nosotros? ¿De todo lo que dejamos atrás?
Éloi la miró, y por un instante, la máscara de hombre frío se quebró, revelando una vulnerabilidad inesperada.
—No podemos permitirnos distracciones. No ahora. Pero… no puedo prometerte que no duela.
Abril respiró hondo, sabiendo que ese dolor era parte del precio que ambos pagaban.
El reloj marcaba las horas de una guerra silenciosa, donde cada movimiento podía ser el último.
Abril sintió el peso de esas palabras, como un golpe sordo que la dejó momentáneamente sin aliento. Años de heridas, de distancia, parecían condensarse en ese instante. Pero no podía permitirse ceder, no ahora que estaban tan cerca.
—Entonces hagámoslo rápido —respondió, con la voz firme y decidida—. Antes de que Belov decida acabar con todo lo que queda.
Éloi asintió y sus dedos se entrelazaron sobre la mesa, mostrando una tensión contenida que apenas lograba disimular.
—Mañana tengo una reunión con uno de sus hombres. Un intercambio. Si conseguimos que la información que nos dio Darcy sea cierta, podemos tomar la delantera.
Abril levantó la mirada, sus ojos brillando con un fuego nuevo.
—Tendré que ir contigo.
Éloi la observó un instante, evaluando la idea.
—No será fácil, pero necesito que estés allí. No confío en nadie más.
El silencio se rompió con el ruido de la lluvia que comenzaba a golpear las ventanas, un recordatorio de que la tormenta, tanto literal como figurada, se acercaba.
—Estamos apostando todo —dijo Abril—, y no podemos perder.
Éloi se acercó, tomando su mano con una mezcla de firmeza y ternura.
—Entonces vamos a ganar. Juntos.
La lluvia arreciaba en la ciudad, como un tamborileo frenético que marcaba el ritmo de la noche. Abril y Éloi avanzaban entre sombras, preparados para enfrentar un destino incierto. El aire estaba cargado de tensión y peligro, y cada paso que daban parecía acercarlos más a un abismo sin retorno.
Al llegar al lugar pactado, un almacén abandonado en las afueras, el ambiente era denso, impregnado de desconfianza y adrenalina. Los hombres de Belov esperaban, ojos vigilantes y armas ocultas, listos para cualquier movimiento en falso.
Éloi hizo una señal, y Abril se mantuvo a su lado, firme, lista para cualquier eventualidad.
La negociación comenzó tensa, con palabras cortantes y miradas afiladas como cuchillas. La información que Darcy había proporcionado fue puesta sobre la mesa, y para sorpresa de Éloi, uno de los hombres pareció titubear.
Un instante de duda que Éloi no dejó pasar.
—¿Estás seguro de querer jugar con fuego? —amenazó con voz baja, pero mortal—. Porque en este juego, una llama mal controlada puede quemar todo a su paso.
El hombre tragó saliva y asintió, entregando documentos que confirmaban la validez de la información.
Abril respiró hondo, sintiendo una mezcla de alivio y peligro latente.
Éloi la miró, y en sus ojos vio la misma certeza: la batalla había dado un paso crucial, pero la guerra estaba lejos de terminar.
La lluvia comenzaba a ceder, pero la atmósfera seguía cargada, como si el mundo mismo contuviera la respiración. Éloi y Abril salieron del almacén con los documentos en mano, conscientes de que ese intercambio era solo una pequeña victoria en un campo minado de traiciones.
En el refugio, mientras analizaban la información, Darcy apareció sin aviso, su presencia tan inesperada como amenazante.
—Parece que jugaron bien la partida —dijo con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Pero no olviden que yo también tengo cartas bajo la manga.
Abril la miró con dureza.
—¿Qué buscas, Darcy? ¿Otra traición?
Darcy se encogió de hombros con desdén.
—Solo me aseguro de que el tablero cambie a mi favor. Y ustedes… son solo piezas en mi juego.
Éloi dio un paso adelante, sus ojos centelleando con amenaza.
—Cuidado con lo que haces, Darcy. No voy a permitir que nos destruyas desde adentro.
La tensión en la habitación era palpable, cada palabra un filo que podía cortar la frágil alianza.
Abril respiró hondo, consciente de que la verdadera prueba aún estaba por venir.
—Si esto termina en fuego, que sea porque nosotros decidimos prender la llama.
La atmósfera en la sala era tan densa que parecía pesar sobre sus hombros como un manto de plomo. Darcy los observaba con una mezcla de desafío y calculada frialdad, como si disfrutara cada segundo de ese juego peligroso que ella misma había iniciado.
Éloi cerró la carpeta con un golpe seco y se acercó lentamente.
—Escúchame bien —dijo, su voz gélida como el acero—. Si alguna vez vuelves a cruzar la línea, no habrá lugar en este mundo donde puedas esconderte.
Darcy sonrió, un gesto lento y sin miedo.
—¿Amenazas? Eso es tan predecible, Éloi.
Abril dio un paso adelante, firme, su mirada afilada.
—No subestimes lo que somos capaces de hacer cuando nos presionan.
El silencio volvió a reinar, roto solo por el eco lejano de la tormenta que finalmente comenzaba a disiparse.
Éloi y Abril se miraron, una palabra no dicha flotando en el aire: “Juntos”.