Cenizas de Cristal

Capitulo 20

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Las luces de Moscú titilaban como estrellas artificiales mientras Abril miraba por la ventana, con el corazón latiendo a un ritmo frenético. A su alrededor, todo parecía suspendido en una calma extraña, como si el mundo estuviera conteniendo la respiración antes del impacto. Éloi no había dicho una palabra desde que habían salido del hospital, donde horas atrás habían recibido noticias que lo cambiaban todo. No se trataba solo del atentado fallido, ni del hombre que Abril había abatido con sus propias manos. Era algo más profundo. Algo que dolía y al mismo tiempo daba esperanza.

El aire en el departamento era espeso. Abril se quitó lentamente el abrigo, aún con manchas secas de sangre en la tela. No era su sangre, pero la marca la sentía bajo la piel. Caminó hacia la cocina, encendió la luz con un leve clic, y apoyó ambas manos sobre la mesada de mármol. Respiró hondo. El silencio la rodeó como una manta pesada.

—No puedo seguir así —susurró.

Éloi apareció detrás de ella, como un espectro salido de la oscuridad. Sus ojos, normalmente fríos, tenían algo diferente. Un cansancio antiguo, mezclado con una furia controlada que parecía a punto de estallar.

—¿Querés irte? —preguntó él, con la voz ronca.

Abril se dio vuelta lentamente para enfrentarlo. Lo miró directo, con la valentía que había ido cultivando desde el primer día en que él reapareció en su vida.

—Quiero vivir —dijo ella—. Pero no entre amenazas, balas y miedo.

Éloi asintió, despacio. Caminó hacia ella con paso firme, pero sin el peso imponente de otras veces. Esta vez parecía más humano, más roto.

—Sé que te arrastré a un mundo que intentabas dejar atrás. Pero no sé si podría respirar sin vos, Abril.

Sus palabras no eran dulces. Eran honestas. Y eso dolía más.

Ella parpadeó, conteniendo el temblor en el cuerpo.

—Nos atacaron por mi culpa. Iban por mí —dijo ella—. Lo sabés, ¿verdad?

—Fueron por nosotros —corrigió él—. Porque juntos representamos lo que más temen: poder con amor.

Una risa amarga escapó de los labios de Abril.

—¿Amor? Éloi, hace unos días pensabas usarme como peón en tu guerra contra tus enemigos.

—Y terminé dispuesto a morir por vos —dijo él con dureza—. No sabés cuánto cambió todo en estos días. Ni vos ni yo somos los mismos.

Ella lo miró, buscándole una mentira. No la encontró. Se acercó a él y posó su frente contra su pecho. Su corazón latía fuerte, como si cada golpe fuera una súplica. Las manos de Éloi rodearon su cintura con la delicadeza que sólo se reserva a lo irremplazable.

—¿Qué vas a hacer con todo esto? —preguntó Abril, sin moverse.

—Limpiar la casa. Sacar a los traidores. Cerrar los círculos. Después… —hizo una pausa— después tal vez podamos encontrar otra forma de vivir.

Ella lo miró con duda.

—¿Otra forma?

—Una donde no tengas que dormir con una pistola debajo de la almohada —respondió—. Una donde yo no tenga que protegerte de todo porque el mundo ya no sea una amenaza constante.

Pero ambos sabían que eso no era tan fácil. El mundo en el que vivían no perdonaba. Y menos a los que alguna vez dominaron el tablero.

Horas después, la reunión con Viktor, Nikolai y los demás capos del círculo interno tuvo lugar en una de las propiedades más seguras de Éloi. Era una casa fortificada, lejos del centro, con acceso restringido y vigilancia satelital.

—La filtración vino de adentro —dijo Viktor, lanzando una carpeta con información sobre la mesa—. Sabían nuestros movimientos exactos. Las cámaras muestran a uno de los nuestros en contacto con los italianos.

Éloi observó las fotos. Frunció el ceño.

—¿Sabían que Abril iba a estar allí?

—Todo indica que sí —contestó Nikolai—. Lo sabían todo. Incluso que ella no estaría armada.

Éloi apretó los puños.

—Entonces los quieren ver muertos. A todos.

Las órdenes fueron directas. No habría segundas oportunidades. Quien traicionaba, pagaba con sangre. Y esa misma noche, tres casas en Moscú amanecieron en silencio absoluto. No quedaban traidores vivos.

Pero para Abril, la violencia era un veneno que se filtraba en cada rincón de su vida. Y aunque sabía que él lo hacía por ellos, por protegerlos, no podía evitar pensar en qué los convertiría ese tipo de decisiones.

Días después, Abril decidió volver a la galería. Necesitaba reencontrarse con lo que había sido antes de todo. Caminó sola por los pasillos, respirando el olor a óleo, a madera pulida, a historia. Todo seguía ahí, como si el mundo no hubiera cambiado.

—Nunca te vas del todo —dijo una voz suave detrás de ella.

Era Mikael. Más delgado, más serio, con una cicatriz nueva en el pómulo.

—Pensé que te habías ido de Moscú —dijo Abril.

—Lo pensé. Pero alguien tenía que asegurarse de que no perdieras tu esencia en medio de esta tormenta —contestó él.

Ella sonrió levemente.

—Estoy más fuerte de lo que imaginás, Mikael.

—Y más peligrosa —dijo él con una sonrisa nostálgica—. A veces me pregunto si todo esto era inevitable.

Ella lo miró con cariño.

—Tal vez sí. Tal vez Éloi siempre iba a volver por mí. Tal vez yo siempre iba a volver a él.

Mikael bajó la mirada, asintiendo. Sabía que había perdido la guerra antes de empezar.

Cuando Abril volvió a casa esa noche, Éloi la esperaba en el balcón, con una copa de vino y un abrigo largo que lo hacía parecer sacado de una pintura en blanco y negro. Ella se acercó sin hablar y se acurrucó a su lado.

—Hoy vi a Mikael —dijo ella.

—¿Y?

—Ya no siento culpa. Ni por él, ni por elegirte a vos.

Éloi la miró, sin decir nada, pero su expresión era suficiente. En sus ojos había alivio, deseo y algo que ella no esperaba: ternura.

—¿Y vos qué viste hoy? —preguntó Abril.

—A un hombre que alguna vez creyó que no merecía ser amado —respondió él—. Y a una mujer que le demostró que el amor no se suplica. Se gana.




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