Narra Kai
Las mañanas, desde hace un tiempo, se habían vuelto rutina. Pero no de las tediosas. No. Eran una especie de ritual que yo mismo había construido, paso a paso, con un propósito claro: ella. Emily.
Cada día antes de llegar a mi oficina, pasaba por la misma cafetería para recoger su té helado favorito, aunque la detestaba. El té, la cafetería, todo. Pero lo soportaba con gusto solo por verla sonreír cuando se lo entregaba.
—Buongiorno, principessa —le decía con ese tono que ya había adoptado como nuestro. Ella fingía fastidio, alzaba una ceja, me lanzaba alguna frase sarcástica, pero yo veía cómo se le encendía la mirada.
Ella era un misterio, una combinación explosiva de elegancia británica y fuego contenido. Y yo... yo llevaba meses, años tal vez, intentando que me viera. No como el colega fastidioso, ni como el italiano arrogante, sino como un hombre que estaba dispuesto a romperse en pedazos si eso significaba que ella me recogiera al menos una vez.
Pero esa mañana no pude cumplir el ritual. Reuniones inesperadas, llamadas urgentes, y un torbellino de papeles me mantuvieron lejos de su oficina. Aun así, mi mente seguía orbitando alrededor de su sonrisa.
Cuando por fin pude bajar un momento, decidí ir a la cafetería. Quise sorprenderla. Pero el que terminó sorprendido fui yo.
Allí estaba, riéndose con Alex. Ese tipo siempre me había parecido demasiado... disponible. Y el cabrón se aprovechaba de cada momento para acercarse a Emily. Ese día, no solo la hacía reír. Le tocó el rostro, le dio un beso en la mejilla y la abrazó como si le perteneciera.
Y algo en mí se rompió. O se encendió. O ambas. Antes de que pudiera razonar, ya lo había empujado. Antes de que pudiera controlar el pulso, mi puño ya había impactado contra su cara.
Emily gritó mi nombre. No supe si de susto, de rabia, de decepción. La tomé de la muñeca. Necesitaba explicarle. Necesitaba que supiera que no era por ego, ni por juego, ni por macho idiota. Era por miedo. A perderla. A nunca tenerla. A verla reír con alguien que no era yo.
Subimos a mi oficina. Cerré con llave, y sí, probablemente me veía como un loco. Ella me recriminó, me gritó. Y yo la besé. Porque no tenía palabras. Porque la necesitaba cerca. Porque el corazón me iba a estallar.
—Maldita sea, Emily... me gustas. Me encantas —le dije al borde del colapso emocional—. No sé qué más hacer para que me creas. Dejé de salir con otras chicas, llevo más de un año sin estar con nadie. Te he estado coqueteando prácticamente todos los días. ¿Acaso no lo has notado? ¿Por qué crees que siempre paso primero por tu oficina? ¿Por qué busco cualquier excusa para estar contigo?
Sus ojos estaban abiertos de par en par. Me escuchaba, pero también luchaba contra sus propias dudas. Y aún así, no me detuve:
—Te quiero a mi lado. No como una conquista más. Te quiero como mi novia. Mi chica. La única.
Por un segundo, el mundo se detuvo. Ella me miró con una mezcla de sorpresa, ternura y miedo. Y entonces habló. Con voz baja, rota:
—Kai... no sé qué decir.
Yo me arrodillé. Porque ya no tenía orgullo que proteger.
—Solo una oportunidad. Eso es lo único que te pido. Te lo suplico, mi princesa inglesa... ¿me darías el honor de ser mi novia?
Y dijo que sí.
Con condiciones, claro. Porque Emily no es de las que se lanzan sin paracaídas. Me advirtió que si volvía a coquetear con otra, aunque fuera en broma, desaparecería de mi vida. Para siempre. Y lo dijo tan en serio que hasta el alma me tembló. Pero acepté. Porque por ella, podría dejar el mundo entero.
Nos besamos. Y ese beso... ese beso fue fuego, fue casa, fue guerra y paz a la vez.
Hasta que...
TOC TOC TOC.
La voz de Félix se escuchó desde el pasillo.
—Kai, abre. Tenemos que hablar sobre lo que pasó en la cafetería.
Suspiré. Me acerqué al oído de Emily.
—Esta noche, bella mia... te voy a llevar a un lugar donde las estrellas no están en el cielo, están a nuestros pies. Será la mejor noche de tu vida.
Le di un último beso y me separé, acomodando el cuello de mi camisa. Abrí la puerta. Félix entró y nos miró como si acabara de interrumpir una escena de película.
—¿Interrumpo algo? —preguntó con media sonrisa.
—Sí —respondí con toda la desfachatez posible.
Emily se cruzó de brazos, roja como un tomate. Félix rodó los ojos y se lanzó con el discurso.
Hablamos. O mejor dicho, él habló y yo escuché. Me advirtió sobre las consecuencias de lo que había hecho. Sobre mi temperamento. Sobre la bomba emocional que estaba cargando desde lo de mi familia. Yo asentí. Prometí solucionarlo. Pero en realidad... solo pensaba en ella.
Cuando Félix se fue, regresé con Emily. Me arrodillé de nuevo. No por efecto dramático. Sino porque no quería que olvidara que estaba dispuesto a todo.
Y cuando ella aceptó, cuando dijo que sí con esa condición... sentí que el universo, al fin, había conspirado a mi favor.
Y así empezó todo. O tal vez... sólo acababa de empezar lo que siempre había estado destinado a ser.
#6050 en Novela romántica
#2543 en Otros
romance, romance mafia traición, romance hermanos discordia secretos
Editado: 24.09.2025