Cenizas de honor

10. Famiglia, Vermouth e Verità

Narra Kai

El día había comenzado como cualquier otro, con la única diferencia de que esta vez Emily no había despertado a mi lado. Nos estábamos mudando poco a poco, y esa noche había preferido quedarse en su departamento.

Pasé por su oficina antes de ir a la mía, con su té favorito en mano, como buen novio italiano que soy. Luego me instalé en mi escritorio, esperando otro día igual de agotador: Tsubasa vigilándome como si yo fuera un sospechoso y no su empleado, e Itsuki encontrando cada excusa para hacerme la vida de a cuadros y dejarme solo con montones de planos y carpetas llenas de proyectos.

Todo parecía dentro de lo normal… hasta que escuché unos leves golpes en la puerta.

—Adelante —dije, sin apartar la vista de los planos en mi computadora.

Pensé que sería Emily o Félix. Pero cuando levanté la vista, casi se me cayó el alma al suelo. Frente a mí estaba un hombre italiano, elegante, de no más de cincuenta años. Cabello negro con apenas unas canas rebeldes, traje gris oscuro hecho a medida, y un borsalino coronando su cabeza con el porte de un rey.

—Zio Giovanni —solté, sorprendido pero feliz—. Che gioia rivederti! <<¡Qué alegría volver a verte!>>

—Caro nipote, <<Querido sobrino>> —respondió, saludándome como buen italiano—. È meraviglioso rivederti. <<Es maravilloso volver a verte.>>

—¿Y dime? ¿A qué se debe el honor de tu visita? —pregunté, ofreciéndole una copa de vermut con hielo, como dicta la tradición.

—Vengo por un asunto de trabajo —respondió mientras aceptaba el vaso—. No esperaba encontrarte aquí, pero qué fortuna. Justo tú podrías darme lo que necesito.

—Entonces sentémonos y cuéntame qué necesitas —propuse, sirviéndome también una copa.

—Meraviglioso —dijo, tomando asiento frente a mi escritorio, mientras yo me acomodaba al otro lado.

Me explicó que mi padrino —sí, el padrino, líder de una de las organizaciones mafiosas más poderosas de Italia— quería una casa vacacional al estilo italiano, ese tipo de casa donde cada mínimo detalle gritara en cada rincón que un italiano habita entre japoneses. También una “pequeña” residencia para su hija mayor, recién graduada, que vendría a trabajar en una empresa de videojuegos en Japón. Ninguno de los diseños anteriores que el resto de arquitectos de la empresa había propuesto había sido aprobado por el jefe.

Estaba a punto de compartirle mi idea cuando la puerta se abrió de golpe: entraron Tsubasa, Itsuki y un grupo de arquitectos, con toda la energía de un comité desesperado.

—Señor Vottari —saludó Itsuki, visiblemente incómodo al verme conversando con Giovanni con tanta confianza. Seguro no sabía que nos conocíamos tan bien—. Estábamos buscándolo. Tenemos nuevas propuestas…

—Nada de eso, Signore Itsuki —interrumpió mi tío, poniéndose de pie, al igual que yo—. Ya he elegido al arquitecto adecuado. Me han mostrado decenas de propuestas, y ninguna ha sido aceptada por el jefe.

—Pero aún quedan más ideas que podríamos… —intentó decir Itsuki.

—Nessun possiamo. <<Nada de “podríamos”>> Mi sobrino Alessandro se encargará del proyecto de la casa vacacional del jefe —declaró mi tío, colocándose a mi lado. Todos los presentes se quedaron helados—. Nadie entiende mejor a un italiano que otro italiano. Y si además es de la famiglia, mejor aún. Alessandro conoce muy bien al jefe… sé qué hará un trabajo eccellente.

Tsubasa detuvo a Itsuki con un simple gesto.

—¿Así que quiere que mi hijo Kai se encargue del proyecto? —preguntó Tsubasa, mirándome con esa mezcla de sospecha y superioridad que siempre cargaba.

—Alessandro es un joven talentoso —respondió mi tío, con la sonrisa orgullosa de un verdadero italiano—. Y no creo que haya nada que le guste más al jefe que saber que su querido ahijado diseñará su casa.

La palabra "ahijado" cayó como una bomba. Los murmullos empezaron de inmediato. Ya todos debían haber conectado los puntos: yo, Kai Alessandro Tairo —o como el zio Giovanni me llamaba, Alessandro Rossi— era familia directa de uno de los hombres más temidos en el mundo criminal italiano.

—¿Crees poder hacerlo, Kai? —preguntó Tsubasa, como si dudara de mí.

—Es para mi familia. No pienso fallarle ni a mi tío ni a mi padrino —respondí con firmeza. Giovanni sonrió, satisfecho.

—Entonces te dejaremos a solas con el señor Vottari. Cuando termines, ven a mi oficina para contarme los detalles del acuerdo —ordenó Tsubasa.

Asentí. Apenas cerraron la puerta, solté un suspiro largo. Giovanni se rió suavemente.

—Tutto bene, nipote? <<¿Todo bien, sobrino?>>

—No te preocupes, zio —respondí, dando un sorbo a mi vermut.

—Sabes que si necesitas ayuda con esos dos, basta con decírmelo. Ce ne occupiamo noi. <<Nos encargamos nosotros.>>

Asentí en silencio. Su presencia me reconfortaba más de lo que quería admitir.

Conversamos por más de una hora. Entre ideas y dibujos, acordamos reunirnos pasado mañana para almorzar en un restaurante elegante del centro de Tokio. Ahí le entregaría los planos, renders y detalles de interiores y fachada. Pero también habíamos quedado en almorzar al día siguiente para ponernos al corriente de las noticias familiares.

Tras una despedida cálida y breve, me dirigí a la oficina de Tsubasa. Les expliqué el acuerdo y los requisitos que mi padrino había solicitado. Asintieron, aunque no faltaron las amenazas veladas y las advertencias sobre lo que me pasaría si fallaba.

Volví a mi oficina con pasos pesados. Sabía que más tarde tendría una reunión con los chicos, y estaba seguro de que el tema principal sería, inevitablemente, la visita del zio Giovanni.




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