Narra Kai
El día de trabajo había terminado con más sorpresas de las que me hubiera gustado. La aparición de mi tío Giovanni, como un fantasma del pasado, no solo cambió las reglas del juego… le dio la vuelta a la mesa. Tsubasa e Itsuki ahora sabían que conmigo no podían jugar a las escondidas. No sin arriesgarse a que una de las organizaciones mafiosas más poderosas de Italia —y del mundo— les respirara en la nuca.
—Allora, el joven Alessandro Rossi —dijo Félix con una sonrisa burlona, dejándose caer en el sofá como si esto fuera un chiste.
—Bonita sorpresita que nos tenías guardada, cugino —añadió Tomoe, mi prima, quien recientemente se había unido a la operación Caza de Brujas—. No sabía que tenías... conexiones con la mafia italiana.
—No pertenezco al cien por ciento a la organización —respondí, apoyándome con desgano contra la pared más cercana—. Pero los Rossi, es decir, mi familia materna sí tiene lazos con los Maranzano y los Vottari, que son dos de las familias más importantes en la organización. Son... viejos amigos de la familia.
—Ok, pero eso no explica por qué el señor Giovanni te llamó Alessandro, si tú te llamas Kai —intervino Emily desde el otro sofá, frunciendo el ceño.
—Tengo dos nombres —expliqué, bebiendo un sorbo del vino tinto que giraba perezoso en mi copa. Todos me miraban como si acabaran de descubrir que dormían con un dragón bajo la cama—. Mi nombre real es Kai Alessandro Tairo. Pero dentro de la organización me conocen como Alessandro Rossi. Es mi nombre italiano. Mi pasaporte al infierno.
—¡Vaya! Entonces, ¿podemos llamarte Alessandro? —preguntó Félix, con esa sonrisa traviesa que siempre dejaba a uno preguntándose si estaba bromeando o si había una advertencia oculta.
—No exactamente —respondí, fijando mi mirada en él—. Solo los miembros de la organización suelen llamarme así. Mi primer nombre nunca les ha gustado... dicen que suena poco italiano. Así que cuando me presentaron, lo hicieron con mi segundo nombre y mi apellido materno. Porque si vas a andar entre lobos italianos... al menos deberías llevar una máscara que huela a Roma.—Bueno, ya que hemos bajado la cortina del teatro —continue, dejando la copa sobre la mesa—, hablemos de lo que realmente importa. ¿Qué se ha descubierto sobre el dúo canaglia?
—Las cosas no se ven nada bien, Kai —respondió Tomoe, frunciendo el ceño mientras extendía unos documentos sobre la mesa, como si fueran cartas malditas.
La socialización de la información comenzó con un silencio casi ritual. Revisamos documentos, grabaciones, extractos bancarios… y la verdad, esa verdad sucia y viscosa, empezó a salir a la luz. La familia Tairo no solo tenía las manos manchadas. Lo del lavado de dinero era solo la superficie de un océano tóxico. Había algo más. Algo que, si se descubría, no solo pondría en peligro la empresa... podría llevar a la aniquilación total de la familia. Todos. Excepto yo, que contaba con la protección de la organización, y Félix, que aún era invisible a los ojos de los Tairo. Quizás Antonio también se salvaba, gracias a que lo habían expulsado años atrás y era parte de la policía.
—Bueno… al menos no estamos en un peligro inminente si los Yakuza se enteran de esto —dijo Antonio, señalando unos papeles que mostraban cómo Tsubasa e Itsuki habían traicionado tan descaradamente a la mafia japonesa.
—Hablan por ustedes —interrumpió Tomoe, con una seriedad helada—. Aiko y yo estamos de primeras en la lista, después de esos dos.
—Para los Yakuza, solo eres la secretaria de Itsuki —intentó calmarla Félix—. Y la señora Aiko tiene protección política gracias a su padre.
—Soy la amante de la esposa de mi jefe —declaró Tomoe, mirándonos con una mirada firme. Su voz era como una daga, y el silencio que siguió fue tan denso que se podía cortar—. Si la Yakuza no me matan por ser parte de la familia Tairo, Itsuki me va a matar por estar revolcándome con su esposa desde hace tres años.
Boom. Así, sin anestesia. Nadie se movió. Nadie respiró. Ni siquiera yo.
—Oddio… —murmuré en mi italiano nativo, sin saber qué más agregar. Todos me miraron como si acabara de ofender a sus madres. —Oh, déjenme ser. Soy italiano, a veces me sale lo que no debo... por naturaleza.
—Volviendo al tema... —dijo Antonio, recuperándose con la elegancia de un actor de teatro veneciano—. ¿Qué haremos? Ellos ya están empezando a sospechar.
—Me hablaste una vez de un amigo que podía ayudarnos, ¿verdad? —pregunté, y Antonio asintió—. Pues ha llegado el momento de usar ese contacto, bambino.
La reunión continuó durante media hora más. Hicimos acuerdos, esbozamos estrategias, tejimos redes de humo para distraer a nuestros enemigos. Era un tablero de ajedrez con piezas que sangraban.
Cuando todos se fueron y solo quedábamos Emily y yo en la sala, me dejé caer en el sofá con un suspiro profundo. Me sentía como una marioneta a la que le han cortado los hilos.
—¿Estás seguro de que esto funcionará? —preguntó Emily, con una mirada de preocupación en sus ojos.
—Tiene que funcionar —respondí sin abrir los ojos—. Haré lo que sea necesario para que esos dos paguen por todo el daño que han causado. Lo juro por la sangre que aún me hierve en las venas.
—¿Y si tu última opción es recurrir al contacto al que tanto te resistes?
—No quiero involucrar a los ‘Ndrangheta en esto.
—Pero tú mismo dijiste que tu familia materna tiene lazos con ellos —replicó Emily, con firmeza—. No lo harían solo porque Tsubasa e Itsuki te están amenazando. Lo harían por venganza. Por tu madre. ¿O ya olvidaste que fue Tsubasa quien la asesinó?
Sus palabras cayeron como cuchillas. No podía ignorar lo evidente. Ya no era solo por mí. Era por ella. Por mi madre. Por su nombre, por su recuerdo, por esa vida que Tsubasa Tairo le había arrebatado como si fuera un simple papel que firmar y desechar.
—Mañana tengo una reunión con el zio Giovanni —dije, tomando la mano de Emily con delicadeza—. Le hablaré de todo. Él sabrá qué hacer.
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Editado: 24.09.2025