Cenizas de honor

16. Il Codice d'Oriente e d'Occidente

Narra Kai

Todo estaba preparado para esta noche. Era el momento decisivo. Las piezas ya estaban en su lugar, y solo faltaba que Antonio y yo supiéramos cómo jugarlas correctamente. Un solo error de cualquiera de nosotros podría arruinar todo el esfuerzo que habíamos puesto en esto.

Félix y Emily ya estaban conmigo en la mansión de mi padrino, por precaución. Si algo salía mal, al menos ellos estarían a salvo. Tomoe y Aiko, por otro lado, habían decidido huir del país. Se exiliaron para protegerse... y, siendo honesto, dudo que las vuelva a ver.

Ahora me encontraba frente al espejo de mi habitación, ajustando los últimos detalles de mi traje. Esa noche me iba a reunir con el signore Shinobu Yamaguchi, el líder de la organización Yamaguchi-gumi, la más poderosa de todas las organizaciones Yakuza en Japón. Vestía como se espera de un hombre de honor en una elegante noche de guerra: un traje negro italiano a medida, una camisa blanca, una corbata negra clásica, mocasines negros brillantes como un espejo, el Rolex que mi nonno me regaló antes de venir a Japón, el anillo de oro con el sello de la orden en mi dedo anular derecho (el de matrimonio lo llevaría en la izquierda, como buen italiano), y mi borsalino bien colocado. Estaba listo.

Bajé a la sala. Allí me esperaban mi padrino, zio Giovanni, Félix, Emily y mi hermano Antonio. Apenas entré, mi padrino y mi tío se acercaron.

—¿Estás listo para este gran paso? —preguntó mi padrino, mientras me acomodaba el cuello del saco.

—No será fácil, sobrino —advirtió zio Giovanni—. Estarás solo frente al líder de los Yamaguchi-gumi. Cada palabra cuenta, y el más mínimo error puede costarte la vida.

Asentí en silencio. Sería una mentira decir que no estaba nervioso, pero ahora más que nunca debía sacar esa frialdad italiana que me enseñaron desde niño. Testa alta, cuore fermo << Cabeza en alto, corazón firme>>.

—¿Irá solo? —preguntó Emily, con un tono lleno de preocupación.

—No solo —respondió mi padrino con firmeza—. Nunca lo pondríamos en un peligro como este sin respaldo.

—Lo acompañarán Moretti y cinco de nuestros mejores hombres —añadió mi tío—. Pero no podrán intervenir. Solo estarán como testigos.

Emily y mis hermanos intercambiaron miradas llenas de dudas.

—La reunión será en el Sunrise Building Tokio, a las ocho en punto —dije, repasando mentalmente cada paso—. Estaré con Moretti y cinco hombres más. Siete en total de nuestro lado.

—Según lo acordado, el señor Yamaguchi irá con unas doce personas —añadió mi padrino con esa frialdad calculada que lo caracteriza—. En total, unas veinte personas en la sala. Reservé el salón más lujoso y ordené instalar una pantalla grande para que puedan ver en directo la rueda de prensa.

—La rueda de prensa será a las 8:30 p.m., desde el salón de la Agencia Nacional de Policía de Japón —informó Antonio, mientras me entregaba un sobre con la documentación—. Estas son las pruebas de los delitos que Tsubasa e Itsuki han cometido contra la mafia japonesa: lavado de dinero, asesinatos, alianzas con organizaciones enemigas... todo lo sucio.

Asentí junto con los demás. En ese instante, Moretti y los cinco hombres hicieron su entrada a la mansión, armados y listos para lo que viniera.

—Estamos listos, jefe —dijo Moretti, haciendo una pequeña reverencia—. Solo dé la orden.

—No deben intervenir ni atacar —aclaró mi padrino—. Moretti, tú serás el testigo. El resto tiene la misión de protegerlos si las cosas se complican.

Todos asentimos. Me acerqué a Emily para despedirme.

—¿Estás seguro de que estarás bien? —preguntó, con esos ojos llenos de tormenta.

—No te preocupes, amore mio. Volveré antes de que te des cuenta —le respondí, abrazándola. Aunque por dentro, no podía prometer nada.

—Más te vale, o vas a tener que rendirme cuentas, signorino —me dijo, sonriendo entre lágrimas mientras se aferraba a mí.

—Te lo prometo, mi vida —susurré, y la besé suavemente.

Después de despedirme de mi familia, nos dirigimos al salón de reuniones. Llegamos temprano, lo que nos dio la oportunidad de revisar el lugar y afinar los últimos detalles. Dividimos la mesa: de un lado nosotros, los italianos; del otro, los japoneses. Según mi padrino, vendrían cinco miembros importantes de los Yamaguchi —su líder y cuatro testigos—, además de siete hombres para su seguridad.

Pasaron unos minutos. A las 8:00 en punto, ellos llegaron.

La reunión comenzó con una ceremonia casi religiosa. Hubo saludos, té, palabras amables. Todo con ese aire de respeto mafioso que oculta cuchillos bajo las mangas. Y entonces... llegó el momento.

Les conté todo. Absolutamente todo lo que sabía sobre Tsubasa e Itsuki: sus traiciones, sus tratos sucios, sus crímenes, y sus alianzas secretas con una organización que estaba en guerra con los Yamaguchi-gumi... incluso que Tsubasa había asesinado a alguien muy querido para nuestra organización.

La reacción del líder y de su gente fue digna de una tragedia. Incredulidad, desconfianza, rabia contenida. No creían en mis palabras… hasta que, a las 8:40, la pantalla se encendió.

La rueda de prensa comenzó. Antonio, junto a altos mandos de la policía metropolitana de Tokio, reveló todo: lavado de dinero, asesinatos, fraudes. Una por una, las pruebas los aplastaban.

Vi cómo los Yamaguchi se llenaban de furia. Les habían visto la cara. Una leve sonrisa se dibujó en mi rostro. Todo iba según lo planeado.

Cuando el líder calmó a los suyos, me miró con severidad.

—¿Qué quieren lograr con esta información? —preguntó.

—Nada —respondí con calma—. Solo honro el codice di lealtà entre mafias. Esos dos los han engañado durante años. No podía quedarme callado.

—¿Y qué quieres a cambio? —insistió.

—Solo una cosa. Protección. Para mí y para aquellos que me ayudaron a reunir estas pruebas. Nosotros nunca estuvimos involucrados en los negocios sucios de esos bastardos. Somos inocentes.




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