Cenizas de honor

2. Ombra e riflesso

Narra Kai

Aquel segundo día de trabajo, creí que nada podía sorprenderme. No después del frío recibimiento de mi padre, de las miradas vacías del personal y de esa constante sensación de estar caminando en un campo minado. Pero ahí estaba yo, medio dormido, esperando mi turno en la cafetería de la empresa, cuando alguien tropezó conmigo, derramando un poco de su espresso.

—¡Mierda! —exclamó el chico—. Lo siento, no te vi venir.

—Tranquilo —respondí rápido, sacudiendo mi chaqueta—. Fue mi culpa también.

Levanté la vista y me encontré con unos ojos claros, casi grises, rasgos europeos con un dejo sutil de sangre oriental. Su energía era ligera, su risa fácil. Me ofreció una servilleta mientras se disculpaba de nuevo.

—Me llamo Félix —dijo, tendiéndome la mano.

—Kai. Kai Rossi —respondí, ocultando con maestría el nudo en mi garganta al pronunciar ese apellido falso.

Nos sentamos juntos. Al parecer, trabajaba en publicidad desde hacía un tiempo, justo desde que Emily entró a la empresa. Lo dijo con cariño, como si el simple hecho de mencionarla le hiciera sonreír de forma automática.

—¿La conoces? —pregunté, fingiendo desinterés mientras revolvía mi café.

—Desde niños. Compartimos más que clases de primaria. Es como una hermana. Aunque con más amenazas verbales.

Asentí. Sentí una punzada. Había algo en cómo hablaba de ella que me irritaba un poco... tal vez demasiado. Pero disimulé. Nos caímos bien de inmediato. Compartíamos gustos, bromas tontas, incluso algunos gestos. Sin darnos cuenta, construimos una amistad sólida en pocas semanas.

Y funcionaba. Hasta que la verdad, como siempre, salió a flote.

Fue un martes por la tarde. Volvía de la sala de reuniones cuando me encontré a Emily y Félix hablando en voz baja. Se detuvieron en cuanto me acerqué.

—¿Te puedo hacer una pregunta? —dijo Félix, serio, casi cortante.

—Claro.

—Emily buscó tu nombre en los archivos internos… y no hay ningún Kai Rossi registrado en la compañía. Pero sí hay un Kai Tairo. ¿Algo que explicar?

Me quedé en silencio. Miré a Emily. Su expresión era una mezcla de decepción y enojo.

—No quise mentir. Solo… —suspiré—. Solo quería que me trataran como uno más. No como “el hijo del jefe”.

—¿Y creíste que esconderlo te haría más confiable? —Emily cruzó los brazos. Sus ojos azules eran ahora hielo puro—. Los secretos no son una buena forma de empezar nada, Kai.

Non volevo ferire nessuno <<No quise lastimar a nadie>>… —murmuré—. Solo necesitaba un poco de normalidad. ¿Es tan difícil de entender?

Félix me observó por unos segundos. Luego asintió.

—Te creo. Pero la confianza no se pide, se gana.

Emily, sin embargo, no fue tan comprensiva.

—Los Tairo son un imán de problemas. Y yo tengo suficiente con los míos —dijo, antes de girarse y marcharse sin más.

Se alejó sin mirar atrás.

No fue fácil. Había una grieta entre nosotros. Félix intentó mediar, suavizar las cosas, pero Emily se mantuvo firme en su decisión de mantenerme lejos. Y aun así, no me rendí. Había algo en ella que no me dejaba en paz. Un “no sé qué” que me atraía como un imán. Su mente aguda, su sarcasmo fino, su forma de verme como si pudiera leer todo lo que callaba.

Pasaron los meses. Félix y yo nos hicimos casi inseparables. Nos reíamos de las mismas tonterías, compartíamos almuerzos y hasta ideas de proyectos. Emily nos miraba con ese gesto que mezclaba curiosidad y sospecha. Siempre bromeaba con que parecíamos hermanos.

—Ustedes dos… deberían hacerse una prueba de ADN —solía decir—. Mismos gestos, mismo humor, misma manera estúpida de decir “perdón”.

Nunca le dimos importancia. Hasta que llegó aquella noche.

—Hay una fiesta. De un amigo mío. Tienes que venir.

—¿Emily va?

—Sí… pero no sabe que tú también irás. Si se entera, me mata. Así que... sorpresa.

Piccolo bastardo —reí—. Vale, iré.

Acepté. Aunque algo me decía que esa noche iba a cambiarlo todo.

La fiesta estaba llena de luces, música y copas alzadas. Félix me dejó un momento para ir a saludar a unos amigos. Yo, con un par de tragos encima —los suficientes para estar suelto pero no idiota—, vagaba entre la multitud hasta que choqué con alguien.

—¡Oh! Perdona, Felix… —dije al reconocer la silueta familiar.

—¿Felix? —respondió el chico con el ceño fruncido.

Me detuve. No era Félix.

Era igual a él. Solo que más alto, más serio, con unos ojos más oscuros y una expresión que decía “no me hables si no es importante”. Nos miramos en silencio.

—¿Nos conocemos? —preguntó, cortante.

—Creí que eras otra persona…

Entonces, como si el destino jugara con nosotros, Félix apareció detrás de mí. Su rostro se congeló al ver al chico frente a él. Ambos se miraron. Nadie dijo nada. El ambiente se volvió denso, irrespirable. Emily, que llegaba en ese momento, se detuvo junto a mí y los miró a ambos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.