Cenizas de honor

3. Riflessi spezzati

Narra Kai

La fiesta había muerto antes de que la música terminara. Bastó un cruce de miradas, un error de nombre, y de pronto el aire se volvió denso, imposible de respirar. Éramos cuatro almas buscando respuestas: Emily, siempre firme junto a Félix; ese desconocido idéntico a él, con un aire tan sereno que parecía saber más de lo que decía; y yo, atrapado en medio de un rompecabezas imposible de armar.

Terminamos en una cafetería casi vacía, bajo la luz amarilla de unos focos que parecían juzgarnos en silencio. Pedimos café, aunque ninguno parecía tener ganas de beber. El murmullo de la máquina de espresso era lo único que llenaba los segundos incómodos.

Emily, con esa calma británica que usaba como escudo, decidió romper el hielo:

—¿Y cómo te llamas?

El hombre levantó la mirada, imperturbable.

—Antonio —respondió con voz grave—. Antonio Tairo.

Las palabras golpearon la mesa como un disparo. Yo lo sentí en el pecho. Emily abrió los ojos, Félix palideció. Y yo… io non potevo crederci << No lo podía creer>>.

—Imposible… —murmuré, apenas capaz de tragar saliva—. Los tres trabajamos para los Tairo y jamás he escuchado tu nombre. Ni una sola vez.

Antonio sonrió con ironía, como si hubiera esperado esa reacción.

—Soy el hijo exiliado. La pecora nera. —Tomó un sorbo de café, tranquilo, como si hablara de un detalle sin importancia.

—¿Lo conoces? —preguntó Félix, buscando en mis ojos una certeza que yo no tenía.

—Claro que lo conozco. El menor de la familia, venido de Italia —dijo Antonio, mirándome con una calma incómoda—. Tsubasa casi nunca hablaba de ti, Kai. Pero de vez en cuando… se le escapaba una mención.

Sentí una risa amarga subir por mi garganta.

—Pensé que solo era una pieza más en su tablero.

—Y lo eres —respondió él con un tono seco—. Solo que, a diferencia de Itsuki, tú eres desechable. Si llegas a convertirte en una piedra en su zapato, si lo desafías… se deshará de ti sin pensarlo dos veces.

Emily, que hasta entonces había guardado silencio, habló con firmeza:

—No creo que sea tan despiadado. Sí, es arrogante, corrupto, un déspota… pero de ahí a asesinar a su propia sangre… eso es otra liga.

Antonio la miró con lástima, casi con burla.

— Eres ingenua. Ese animal mató a mi madre. Mató a su primera esposa, la madre de Itsuki. Y cuando sus propios padres intentaron detenerlo… también los eliminó. ¿De verdad creen que vacilaría en deshacerse de Kai? Ese hombre no conoce límites. E Itsuki… sigue el mismo camino. Por eso lo protege tanto. Es su hijo dorado.

Un silencio helado cayó sobre la mesa. Yo sentí un nudo en el estómago. Emily bajó la mirada, y Félix, con las manos temblorosas, apretó la taza como si buscara respuestas en el calor del café.

—Ok… —dijo Félix, intentando procesar todo—. Eso explica muchas cosas, pero aun no entiendo por qué tú y yo nos parecemos tanto.

Antonio lo miró fijamente, con una calma peligrosa.

—Tengo una teoría. Pero necesitaría pruebas.

—¿Y cuál es esa teoría? —preguntó Emily, su voz apenas un susurro.

Antonio respiró hondo antes de hablar:

—Antes de que me exiliaran, escuché rumores de que Tsubasa tuvo gemelos. Uno dominante… y otro pasivo. El dominante fue aceptado. El otro… desapareció. Algunos dicen que lo mató. Otros, que lo abandonó en un orfanato. Pero el rumor más fuerte era que lo dejaron en una calle de Bibury, en Gloucestershire, Inglaterra.

Emily se quedó helada.

—Bibury… —susurró—. Félix es de allí. Pero yo conozco a sus padres. Gente humilde, trabajadora. No puede ser…

Antonio sonrió apenas, como si acabara de ganar una partida de ajedrez.

—Ya tienes tu respuesta.

—Es cierto… —añadió Emily, pensativa—. Félix nunca se ha parecido a los Fernsby. Y ahora entiendo por qué el señor Tairo insistió tanto en traerlos a los dos a Japón. Eso también explica lo de la beca universitaria.

Félix levantó la voz, indignado:

—¡Oye! Que yo me haya ganado una beca no tiene nada que ver con ese hombre.

Emily arqueó las cejas.

—Félix… eras pésimo en el colegio.

—Gracias, Emily, por recordármelo —bufó él.

Antonio asintió con firmeza.

—Eso lo confirma. Nosotros dos somos esos gemelos. Y si él te trajo hasta aquí, Félix… es para vigilarte. Y si alguna vez te conviertes en un problema, hará lo mismo contigo que con cualquiera.

Me quedé en silencio, luchando contra el vértigo que me provocaban esas palabras. Dos hermanos más. Un espejo vivo frente a mí. Y Tsubasa, moviendo los hilos como si fuéramos simples piezas. Pero entonces, una pregunta me atravesó como un cuchillo: ¿por qué también había insistido en traer a Emily?

—Hay algo que no cuadra —dije al fin—. ¿Qué tiene que ver Emily en todo esto?




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