Cenizas de honor

13. Il veleno sotto la seta

Narra Kai

Seis meses pasaron como un suspiro envenenado. Medio año en el que mi vida se disfrazó de calma: arquitecto disciplinado, hijo obediente, novio fiel. Pero detrás de esa máscara, la verdad se tejía en silencio como una telaraña imposible de detener.

La construcción de la mansión de mi padrino avanzaba sin retrasos. Cada columna, cada mosaico, cada rincón levantado era un recordatorio de que el diablo podía ser engañado… siempre que uno jugara sus cartas con paciencia. Porque mientras en la superficie éramos un equipo impecable, en las sombras nuestra investigación contra Tsubasa e Itsuki se volvía más letal. Documentos ocultos, transacciones ilegales, testigos comprados y vendidos… cada pieza del rompecabezas revelaba un mundo podrido.

El plan era claro: mantener la fachada de normalidad. Y funcionaba. Tsubasa comenzó a bajar la guardia, aunque nunca del todo. Un hombre como él nunca confía, pero la perfección de la obra le dio un respiro. Esa sonrisa torcida que me regalaba en ocasiones no era un gesto de orgullo paterno, sino un recordatorio: “Sé que juegas, muchacho. Solo espero atraparte con las cartas en la mano.”

Y entonces apareció Lucilla.

La decoradora de interiores. Italiana, joven, con una belleza casi cruel. Tenía ese aire de modelo de revista que no necesita anunciarse; bastaba que entrara en una habitación para que el aire cambiara. Desde el primer día dejó claro su interés. No era insinuación tímida ni un juego inocente: era una declaración de guerra.

Recuerdo la primera vez que se inclinó sobre la mesa de diseño, tan cerca que pude sentir su perfume de jazmín mezclado con vainilla. Me lanzó una sonrisa cargada de veneno dulce.

—¿Sabes, Kai? Con ese rostro podrías estar en la portada de una revista.

No fue una broma. Fue un disparo. Emily estaba a mi lado, revisando los cálculos eléctricos. Fingió no escucharlo, pero su mandíbula se tensó.

Lucilla insistía. Comentarios sobre mi camisa, sobre mi sonrisa, incluso sobre mi acento cuando hablaba en italiano. Era como un gato jugando con un ratón que no pensaba comerse, sino destrozar lentamente.

Yo respondía siempre igual: con frialdad cortés. Educado, pero distante. Porque yo tenía una promesa grabada a fuego en el corazón: Emily era mi única mujer. Siempre. Ni en broma, ni en sueños, ni por un segundo podía permitirme flaquear.

Pero Emily… Emily es fuego. En público jamás mostraba debilidad. Sonreía, asentía, incluso agradecía los supuestos cumplidos de Lucilla como si fueran meros detalles profesionales. Pero en privado… ah, en privado la tormenta desataba su furia.

—¿Así que ahora eres modelo? —me lanzó una noche, cruzada de brazos, con esa mirada que podía derribar murallas.

—El único trabajo de portada que acepto es estar en tu vida, amore mio —le respondí, abrazándola.

A veces la calma volvía, a veces no. Hubo noches en las que discutimos hasta que la madrugada nos sorprendió. Yo intentaba explicarle que Lucilla no significaba nada, que mis ojos y mi corazón solo la reconocían a ella. Pero los celos son como veneno: aunque lo entiendas, sigue quemando.

Busqué ayuda en Félix. Él, con esa sonrisa de diablo travieso, me dio consejos que parecían salidos de un manual de guerra romántica solo apto para el nivel Emily.

—Dile que es la única mujer capaz de hacerte perder la cabeza. Y hazlo en público, Kai. Que Lucilla lo vea. Que todos lo vean.

Así lo hice. Comencé a dejarle notas escondidas en su bolso, a sorprenderla con besos inesperados, a declararle en voz alta lo que ella ya sabía, pero necesitaba escuchar. Y cada vez que lo hacía, veía cómo sus ojos azules se suavizaban, aunque en el fondo quedara una chispa de desconfianza.

Lucilla, por su parte, no se rendía. Y esa constancia, lejos de seducirme, me recordó algo: nadie insiste tanto sin un motivo oculto. ¿Era simple capricho? ¿O había más detrás? Esa duda se clavó en mí como un aguijón invisible.

Finalmente, el día de la presentación llegó. La mansión estaba lista. Un monstruo de mármol, hierro forjado y sueños de grandeza. Yo guié el recorrido con la seguridad de un actor que sabe que la obra está en su punto. Emily caminaba a mi lado, altiva, radiante, como la reina que era.

Mi padrino sonreía satisfecho, mi tío Giovanni asentía en silencio. Incluso Tsubasa e Itsuki tuvieron que admitirlo: la mansión era impecable. Pero yo conocía esa mirada en sus ojos: la de los lobos que fingen dormir mientras planean el ataque.

Al final, mi padrino levantó su copa.

—En dos días celebraremos la inauguración oficial de esta mansión. Están todos invitados. Será una noche memorable.

Las copas chocaron, y el sonido del cristal me pareció un presagio. Yo sonreí, pero por dentro sabía la verdad: la fiesta no sería solo una inauguración. Sería el inicio de la caída. El lugar donde las máscaras se romperían, donde el póker con el diablo mostraría finalmente las cartas ocultas.

Y mientras todos brindaban, sentí que la partida apenas comenzaba.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.