Narra Kai
El día después de la inauguración me supo amargo. No por el éxito de la fiesta —que fue impecable—, sino porque sabía que la verdadera partida apenas comenzaba. Mientras otros seguían celebrando con copas y música, yo cargaba con un peso invisible. Era hora de reunir al equipo.
Esa tarde los cité en mi departamento. Nada de lujos, nada de protocolos. Solo nosotros, encerrados entre cuatro paredes, como generales antes de una guerra. Emily llegó, todavía con el orgullo en los ojos por lo que habíamos logrado en la mansión, aunque el cansancio se notaba en cada gesto. Félix apareció sonriente, pero sus manos inquietas delataban nerviosismo. Antonio entró el último, con un maletín en la mano y ese aire de policía rebelde que parecía fuera de lugar, pero que en realidad era lo que más nos protegía. Y Tomoe… Tomoe llegó con la sombra de la despedida pintada en el rostro.
—Gracias por venir —dije, cuando todos estuvieron sentados—. Tengo noticias que no pueden esperar.
Saqué un sobre con documentos y lo dejé en la mesa. El silencio se volvió más espeso que el humo del café recién servido.
—En dos días tendré una reunión con la Yakuza —continué, midiendo cada palabra como quien coloca fichas en un tablero—. Les presentaré las pruebas contra Tsubasa e Itsuki: sus tratos sucios, sus traiciones, su pacto con los enemigos de los Yamaguchi. No será una reunión fácil. Será como jugar póker con el mismo diablo.
Emily se tensó. Su mano buscó la mía debajo de la mesa. Yo la apreté con fuerza.
—Al mismo tiempo —añadí—, Antonio hará una rueda de prensa con la policía. Todo debe ocurrir en paralelo. Dos frentes abiertos al mismo tiempo: uno en las sombras, otro bajo la luz de los reflectores.
Antonio asintió. Golpeó suavemente el maletín con los nudillos.
—Aquí dentro están los documentos, contratos, grabaciones. Material suficiente para hundirlos en los tribunales y en la opinión pública. No podrán escapar de ambos frentes.
Félix soltó un silbido.
—Eso suena como poner un fósforo sobre un barril de gasolina.
—Exacto —respondí—. Y por eso no puede haber errores. Ni un segundo de retraso, ni un paso en falso.
El ambiente estaba cargado, pero lo más pesado aún no había llegado. Tomoe levantó la mirada.
—Y yo… —dijo, con una calma que solo ocultaba dolor—. Aiko y yo debemos irnos esta misma noche.
Todos la miramos en silencio. Nadie se atrevía a interrumpir.
—Itsuki me matará si nos quedamos. Y la Yakuza tampoco nos perdonará. Yo he sido amante de Aiko en secreto durante tres años. Ella es su esposa. Ninguna de las dos tiene escapatoria aquí.
Sus palabras fueron un cuchillo en medio de la mesa. Emily apretó los labios. Félix bajó la cabeza. Yo sentí el golpe directo en el pecho.
—¿Y no hay otra salida? —preguntó Emily, con voz quebrada.
Tomoe negó despacio.
—Ya lo hablamos, Emily. Si nos quedamos, seremos usadas como piezas de presión. Kai no puede cargar con eso. Ustedes necesitan seguir con el plan. Yo necesito desaparecer con ella. Tal vez sea para siempre.
Quise hablar, pero las palabras se me ahogaron. La verdad es que tenía razón. Tomoe era mi prima, mi aliada, mi amiga… pero en el ajedrez que jugábamos, ella y Aiko eran las piezas más vulnerables.
—Allora <<Entonces>>… —susurré, en mi italiano de herida—. Si este es tu destino, al menos que no sea en vano. Prométenos que vivirás, Tomoe. Que no dejarás que él te destruya.
Ella sonrió con tristeza.
—Lo prometo. Y aunque pasen años, encontraré la forma de mandarles señales. No dejaré de ser parte de esta familia.
El silencio que siguió fue insoportable. Emily se levantó primero y abrazó a Tomoe con fuerza. Luego Félix. Luego yo. Fue un adiós sin despedida oficial, con lágrimas contenidas y un aire de nostalgia que lo impregnaba todo.
Cuando la conversación retomó su cauce, volví al centro del plan.
—Escuchen. Emily y Félix se quedarán en la mansión de mi padrino. Él los protegerá como si fueran suyos. Si algo sale mal, serán los primeros en ser sacados del país.
—No voy a dejarte solo —protestó Emily, con lágrimas brillando en sus ojos.
—Amore, no es debilidad. Es estrategia. Si te quedas, Tsubasa te usará contra mí. Y eso arruinará todo lo que hemos preparado en casi un año.
Félix intervino, serio como pocas veces lo había visto.
—Kai tiene razón, Emily. Si quieres salvarlo, tienes que alejarte.
Emily bajó la cabeza, derrotada. No dijo nada más. Pero su silencio me dolió más que un grito.
La reunión terminó entre abrazos y promesas. Antonio y yo nos quedamos un rato más, afinando detalles del plan: la hora exacta de la rueda de prensa, la coordinación con la reunión de la Yakuza, los posibles escenarios. Cada detalle debía estar atado con nudos imposibles de romper.
Cuando finalmente quedé solo en el departamento, me serví un vaso de whisky y miré la ciudad desde la ventana. Luces, ruido, vida. Nadie afuera imaginaba la tormenta que se avecinaba.
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Editado: 15.10.2025