New York. La ciudad que nunca dormía, con sus luces parpadeando como millones de ojos observando cada movimiento. en un pent-house de lujo, donde los pisos de mármol reflejaban la perfección que sus padres exigían, Evangelice se sentaba frente a un escritorio enorme lleno de carpetas de negocios, informes de contabilidad y diseños de ropa. A sus 17 años, sabía que su vida ya estaba trazada: la empresa familiar, la gestión de marcas, el maquillaje, las pasarelas... todo debía ser suyo, pero ella sentía un vacío insoportable.
- Evangelice, no es momento de perder tiempo-le reprochó su madre, sin levantar la vista del teléfono mientras hablaba con su proveedor internacional-. Necesito que firmes estos contratos antes de almuerzo.
-Mamá, no quiero hacerlo-respondió con firmeza, intentando mantener la voz tranquila-. Esto no me interesa.
Su padre entró en la habitación con una carpeta en la mano y el ceño fruncido.
-¿Qué dijiste? -su tono era autoritario y frío -. ¿No te das cuenta de lo que está en juego? Esto es tu futuro, Evangelice. Tu deber es prepararte para tomar la empresa cuando cumplas los 18.
-No me importa la impresa -dijo ella, con un hilo de voz que contenía más desafío que miedo-. Yo quiero dedicarme a la danza, al teatro, a la música ... a lo que me hace feliz.
Sus padres se miraron, incrédulos, como si no entendieran que su hija pudiera tener un deseo propio. Su padre golpeó la mesa con la palma abierta, haciendo que las hojas volaran por el aire.
-¡Esto no es un capricho! -gritó-. Te hemos dado todo y aun así no eres suficiente.
La rabia y la frustración burbujeaban dentro de Evangelice. Por primera vez, decidió que no cedería. Tomó su teléfono y, sin pensar en las consecuencias, publicó en sus redes sociales un video mostrando una de sus presentaciones de ballet, un momento que para ella representaba libertad y pasión. No había filtros, no había aprobación de sus padres. Solo ella.
-¡¿Qué hiciste?! -exclamó su madre al ver su publicación-. ¡Borra eso ahora mismo!
-No borraré nada -respondió Evangelice, con los ojos llenos de lágrimas y un fuego que nadie había visto antes-. Esto soy yo. Esto quiero hacer
El silencio cayó durante unos segundos. Sus padres estaban furiosos, y ella estaba temblando, no de miedo sino de emoción mezclada con adrenalina. Sabía que esa decisión tendría consecuencias, pero también sabía que necesitaba defender su libertad.
Esa noche, después de la cena, mientras todos creían que descansaba, Evangelice se levantó sigilosamente de su habitación. La luna iluminaba tenuemente los lujosos pasillos de la casa. Cada paso que daba parecía retumbar en el silencio absoluto. Su corazón latía con fuerza; sabía que estaba arriesgándose a todo.
Su objetivo era claro: llegar a la casa de su tía, la única persona que siempre la había escuchado y comprendido sin juzgarla. Si podía explicarle la situación, tal vez podría encontrar ayuda para escapar de la tiranía de sus padres.
Al bajar las escaleras, sintió una sombra moverse. Un guardia de seguridad apareció frente a ella, bloqueando su camino.
-Señor... por favor, no me delate -dijo Evangelice, con voz suplicante-. Solo quiero hablar con mi tía.
El guardia negó con la cabeza, sus ojos reflejaban la dureza de las ordenes que tenía que seguir.
-Lo siento señorita no puedo permitir que se vaya tengo que entregarla a sus padres
Evangelice intento retroceder, pero el guardia la sujeto con firmeza
-¡No puede hacer esto!- grito ella, luchando contra el brazo que la sostenía-¡por favor no me entregues¡
- No es mi decisión-respondió él con lastima solo estoy cumpliendo ordenes
Al llegar a la sala principal, sus padres estaban esperándola la furia en sus ojos era tan intensa como la ansiedad que ella sentía
-¡¿A dónde creías que ibas?!-exclamo su madre acercándose a ella con los brazos rígidos -¡nos has desobedecido y humillado ¡
-¡No quería que esto sucediera! - dijo Evangelice con lágrimas corriendo por sus mejillas - solo quería que alguien me entendiera me ayudara...
-¿Ayudarte? - interrumpió su padre su voz era un rugido-.No hay ayuda que valga contra la disciplina y el deber. Esto no es un juego, Evangelice. Has cruzado todos los limites.
Ella bajó la cabeza, conteniendo un sollozo. la impotencia la devoraba. Había intentado luchar, había intentado ser libre, y aun así estaba atrapada en la jaula que sus propios padres habían construido.
-Mañana partirás al internado a Italia- dijo su madre con frialdad-. Allí aprenderás disciplina y responsabilidad. Tal vez la distancia te haga entender lo que significa obedecer y cumplir con tu familia.
Evangelice no respondió. Soló sintió un nudo en la garganta y una mezcla de tristeza y rabia que la dejo sin aliento. Esa noche, mientras subía de nuevo a su habitación, entendió algo: su rebeldía había encendido una chispa, pero también la lanzaba hacia un futuro incierto y lejos de todo lo que conocía.
Mirando por la ventana, las luces de New York parpadeaban indiferentes a su tormenta interior. Sin embargo, dentro de ella, algo encendía: la chispa de su lucha por su vida por su libertad, por la posibilidad de ser Evangelice... tal como siempre había soñado.