Cenizas De Perfección

SOMBRAS ENTRE VITRALES

El amanecer en la Accademia del Sole e Ombra era distinto.

El sol de la mañana entraba a raudales por los ventanales del internado, iluminando los jardines perfectamente cuidados. Para muchos estudiantes, ese amanecer era un regalo; para Evangelice, era un recordatorio de su nuevo confinamiento. La alarma sonó a las seis en punto, y con un ruido metálico que parecía martillar en su cabeza, la rutina comenzó.

Las campanas del edificio sonaban a las seis de la mañana, llamando a los estudiantes con una melodía antigua que parecía venir de otro siglo.

-¡Levántate, señorita Evangelice! -gritó la supervisora mientras entraba a su habitación sin tocar la puerta-. Es hora del desayuno y luego de tus primeros entrenamientos.

Evangelice suspiró, dejando que la manta se deslizara de su cuerpo. Cada movimiento se sentía pesado, como si la ciudad, la libertad y sus sueños quedaran enterrados bajo el lujo artificial de aquel internado.

Evangelice despertó en una habitación amplia, de techos altos y cortinas de lino.

A través de la ventana, podía ver el lago, quieto, con el reflejo del sol temblando en su superficie.

El silencio era casi sagrado.

Nada de bocinas, nada de pasos apresurados, nada de sirenas de ambulancia.

Solo el rumor del viento y el canto lejano de las aves.

En los dormitorios, las demás chicas ya se preparaban.

Algunas hablaban en italiano, otras en inglés.

Evangelice apenas entendía algunas palabras, pero el sonido del idioma le parecía... hermoso.

Como si cada sílaba tuviera una historia.

-Buongiorno. -le dijo una de las chicas, una pelinegra de ojos curiosos-. Soy Livia. Tú eres la nueva, ¿no?

-Sí... Evangelice.

-Qué nombre tan de novela. -rió Livia-. Vamos, te mostraré dónde sirven el desayuno.

Evangelice asintió, agradecida, aunque por dentro sentía una opresión constante.

A cada paso por los pasillos, sentía las miradas de los demás.

Era la chica nueva, la extranjera, la que venía de una familia rica.

Las palabras "prestigio" y "problemas" parecían perseguirla hasta en otro continente

La primera semana transcurrió entre horarios estrictos: clases de contabilidad, administración, idiomas, ejercicios físicos y reglas que parecían diseñadas para quebrantar su espíritu. Cada vez que alguien se acercaba con amabilidad, Evangelice se cerraba aún más. La ansiedad comenzaba a surgir como un Enemigo silencioso que la consumía desde adentro.

Por las noches, la soledad era más intensa. Se sentaba junto a la ventana de su habitación, observando el cielo estrellado, recordando su vida en New York, sus amigas de secundaria, los recitales, los chicos que le habían roto el corazón y, sobre todo, la presión de sus padres. Cada recuerdo era un golpe, y cada suspiro un intento de mantenerse firme.

-Evangelice... -una voz suave interrumpió su ensimismamiento. Era Theodore, parado en el umbral de su puerta, con las manos en los bolsillos-. No quiero molestarte... solo quería saber si estás bien.

-Estoy bien -respondió ella, sin mirarlo, su voz fría como el mármol del vestíbulo-. No necesito que nadie me cuide.

-No se trata de cuidar -replicó él, acercándose un poco más-. Solo... me preocupo.

Ella se levantó bruscamente, cruzando los brazos:

-Pues preocúpate de ti mismo -dijo, dando la espalda-. Yo puedo manejar esto sola.

Theodore suspiró, pero no insistió. Sabía que esa pared de orgullo y desconfianza no se derrumbaría fácilmente. Sin embargo, algo en él estaba decidido: no la dejaría aislada, no completamente.

Esa misma noche, Evangelice tuvo su primer ataque de ansiedad dentro de su habitación. Su respiración se volvió rápida, su corazón latía con fuerza y las sombras del pasado la envolvían.

Justo cuando la oscuridad parecía tragarla, la puerta se abrió y Theodore apareció. Sin pensarlo, la sostuvo, evitando que cayera de la cama.

-¡Evangelice! ¡Respira! -gritó con urgencia, su voz firme pero llena de preocupación-. Tranquila, estoy aquí. No va a pasarte nada.

Ella, entre lágrimas y temblores, lo miró y susurró con voz débil:

-...¿por qué... sigues aquí?

-Porque no te dejaré sola -respondió él, abrazándola con fuerza-. Aunque no quieras, yo estoy aquí.

En ese instante, algo dentro de Evangelice se quebró un poco, pero la resistencia aún estaba allí. Sabía que este lugar sería duro, que las reglas, la soledad y la disciplina intentarían destruirla, pero también comprendió que Theodore sería un pilar, alguien que no juzgaría sus demonios y que podría ayudarla a enfrentar su miedo, aunque ella no quisiera admitirlo aún.

Mientras la noche avanzaba y el internado se sumía en silencio, Evangelice permaneció despierta un tiempo más, con los brazos alrededor de sí misma, tratando de recomponerse. El nuevo mundo en Italia apenas comenzaba, y con él, la batalla interna que definiría su futuro.




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