Cenizas De Perfección

SOMBRAS DEL AYER

La lluvia caía sobre los techos de tejas rojas del internado, arrastrando el frío hasta los huesos.

Evangelice estaba sentada junto a la ventana de su dormitorio, los dedos tamborileando sobre el vidrio húmedo.

La nieve comenzaba a derretirse, dejando charcos que reflejaban el cielo gris.

Theodore estaba a su lado, en silencio, hojeando un libro.

No la presionaba. No hablaba. Solo existía, y eso era suficiente... para él.

Pero dentro de Evangelice algo comenzaba a temblar.

Un olor familiar, como el perfume de una amiga que había perdido, invadió sus recuerdos.

De repente, no estaba en Italia.

FLASHBACK

Una niña rubia, de unos siete años, corría por un pasillo inmenso de mármol.

Llevaba un vestido blanco y sostenía una pequeña corona de flores.

-¡Mamá! ¡Papá! ¡Miren lo que hice! -gritó, mostrando un dibujo hecho con crayones.

Pero nadie respondió.

Solo el eco de su voz le devolvía compañía.

Al fondo, una niñera apareció, sonriendo con ternura.

-Ven, pequeña, no hagas ruido. Tus padres están ocupados -dijo mientras la tomaba de la mano.

Evangelice asintió sin entender.

Su madre siempre estaba ocupada, su padre siempre de viaje.

Y las paredes de aquella casa siempre en silencio.

FLASHBACK 2

Una cena elegante.

Evangelice, ya con doce años, sentada en una mesa demasiado grande para solo tres personas.

Su madre revisaba su teléfono; su padre hablaba de negocios con tono cortante.

-¿Puedo contarles algo? Hoy gané el primer lugar en el concurso de canto de la escuela -dijo con una sonrisa esperanzada.

El padre levantó la vista un segundo.

-Eso está bien, hija, pero deberías enfocarte en cosas más útiles.

Su madre apenas murmuró un felicidades distraído.

Fue la primera vez que Evangelice sintió la necesidad de desaparecer.

De dejar de intentar ser vista.

FLASHBACK 3

Estaba de regreso en Nueva York, en los pasillos de su secundaria.

-¡Evangelice! -gritaba su amiga mientras corría hacia ella, pero su sonrisa era falsa-. ¿De verdad creíste que nadie iba a contarlo?

La escena se quebró en mil fragmentos.

Los murmullos, las risas burlonas, las miradas que la señalaban como traidora, como tonta, como insuficiente.

Sintió la misma punzada de soledad que había sentido hace años, la que le hizo esconder lágrimas en los baños de la escuela.

-¡Nunca cambiarás! -susurraba una voz que no era de su amiga, sino la de su madre, recordándole que nada era suficiente-. ¿Por qué no puedes ser perfecta?

Theodore notó su tensión y puso una mano sobre la suya.

-Evangelice...

De regreso al presente, una lágrima le resbaló por la mejilla.

El sonido de la lluvia comenzó a mezclarse con los latidos acelerados de su corazón.

Intentó calmarse, pero el vacío en el pecho crecía con cada recuerdo.

Ella lo miró, los ojos húmedos, y se apartó bruscamente.

-No... no quiero que veas esto. -Su voz temblaba, pero intentó sonar firme-. No quiero que me salves.

El recuerdo cambió otra vez.

Estaba en la secundaria, sentada en una banca con un chico de cabello oscuro que le sonreía y le daba una pulsera.

El chico...

El chico que le había prometido atención y afecto, que luego se fue con su supuesta amiga.

La traición era tan fresca que podía sentir el frío de aquel día como si fuera ayer.

-Necesito tiempo para mí -le había dicho él, mientras su corazón se quebraba en mil pedazos.

Evangelice cerró los ojos, la mandíbula apretada.

El presente volvió con el golpe de la mano de Theodore sobre la suya, tibia y firme.

-No tienes que contarme todo, solo... respira.

Ella lo miró, con una mezcla de miedo y deseo de confianza.

-No puedes entender -susurró-. Nadie puede entender.

-Entonces solo estaré aquí -dijo Theodore-. Incluso si no quieres hablar, incluso si me rechazas.

Otro flashback: las discusiones en su casa, los gritos de sus padres, la presión de tener que ser alguien que no quería ser.

-Evangelice, la empresa será tuya, pero solo si cumples nuestras reglas.

-¡No quiero! -gritaba ella, el corazón latiendo con fuerza-. ¡Quiero algo mío!

La memoria la golpeó con fuerza y Evangelice se derrumbó sobre la alfombra del internado.

-¡Basta! -susurró, abrazándose a sí misma-. ¡Basta de recordar!

Theodore se arrodilló a su lado.

-Evangelice... mírame -dijo con suavidad-. No eres tus recuerdos. No eres tus heridas.

Ella lo empujó sin querer, con rabia y miedo.

-¡No quiero tu compasión!

-No es compasión -contestó él-. Es paciencia. Te esperaré... aunque me odies.

Y por un instante, en medio del llanto, la chica rubia de ojos cafés sintió algo parecido a alivio.

Alivio de que alguien pudiera quedarse, aunque ella misma quisiera huir.

Ella se inclinó hacia adelante, con la voz temblorosa.

-Mi infancia fue una sala vacía llena de relojes... siempre escuchando el tic-tac, esperando que alguien entrara.

-¿Y entró alguien? -susurró él.

Evangelice negó lentamente con la cabeza.

-Solo las niñeras. Ellas me criaron. Me enseñaron a leer, a comer, a dormir sola. Mis padres... solo me recordaban que no debía fallar.

Theodore la escuchaba en silencio, con los puños apretados.

No había rabia en su mirada, sino impotencia.

-No merecías crecer así -dijo finalmente.

-Todos crecen como pueden -contestó ella, intentando sonreír-. Yo aprendí a fingir que estaba bien.

Ella se echó hacia atrás, mirando el techo.

-¿Sabes lo que más duele? Que cuando gané mi primera competencia internacional... ninguno de los dos fue. Solo mandaron flores.

Él se levantó despacio, se acercó y le tendió una mano.

-Yo estoy aquí ahora.

Evangelice lo miró, dudó, y finalmente la tomó.

Sus dedos temblaban.

-Solo... no te quedes demasiado tiempo -dijo con voz baja.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.