Cenizas De Perfección

EL ABISMO

Los días en el internado se habían vuelto más fríos.

El invierno había cubierto los jardines con una alfombra de escarcha blanca, y cada amanecer traía consigo una neblina densa que parecía envolverlo todo, incluso el alma.

Evangelice caminaba por los pasillos con la mirada perdida, como si su cuerpo estuviera allí pero su mente vagara lejos, en algún rincón oscuro donde ni la luz de Theodore podía alcanzarla.

Desde aquella noche en la que se había abierto con él, algo había cambiado... algo se había quebrado dentro de ella.

Theodore lo notaba.

Su risa ya no sonaba igual, y sus ojos -antes llenos de vida- estaban vacíos, opacos.

A veces la veía temblar sin razón, apretar los puños o respirar con dificultad.

No decía nada, pero su silencio gritaba más que cualquier palabra.

El amanecer en el internado era pálido y silencioso.

La luz se filtraba tímida por las ventanas altas, iluminando los pasillos vacíos.
Evangelice estaba en su dormitorio, sentada en el borde de la cama, abrazando sus rodillas.

El cuaderno donde escribía antes estaba cerrado a su lado. No podía ordenar sus pensamientos, no podía encontrar paz.

Su pecho dolía como si cada latido fuera un recordatorio de su pasado.

La voz de su madre, los gritos de su padre, la traición de sus amigas y los chicos, todas esas memorias la ahogaban.

-¿Por qué sigo aquí? -susurró entre lágrimas-. ¿Por qué intento sonreír cuando nada tiene sentido?

Un sonido de pasos la sobresaltó.

Era Theodore, que entró con cautela.

-Evangelice... ¿estás bien?

Ella lo miró con ojos húmedos, pero no encontró fuerza para sonreír.

-No... -murmuró-. No estoy bien.

Él se sentó a su lado y dejó que el silencio los envolviera.

-Puedes hablarme -dijo-. No tienes que cargar sola con todo esto.

Ella lo empujó con fuerza.

-¡No quiero hablar! -gritó-. ¡No quiero que me veas así!

-Solo quiero ayudarte -insistió él, con calma.

-¡No puedes! -sus lágrimas caían con rabia-. Nadie puede.

Flashback 1:

Un día en Nueva York, en la secundaria, escuchando a su amiga reír con su novio, traicionándola con cada palabra.

La traición no era solo un recuerdo; era un cuchillo que atravesaba su pecho cada vez que pensaba que podía confiar en alguien.

Flashback 2:

En casa, sus padres discutiendo, diciéndole que debía cumplir expectativas imposibles.

-No eres suficiente -le gritaban-. La empresa será tuya, pero solo si haces lo que te decimos.

Evangelice cerró los ojos, intentando borrar todo. Pero el presente y el pasado se mezclaban.

Sentía que se estaba ahogando en un océano de dolor, ansiedad y culpa.

Theodore no se movió, solo la sostuvo cuando ella temblaba.

-Evangelice... no eres tus recuerdos -dijo suavemente-. No eres tus errores.

-¡Todo me arruinó! -sollozó ella-. ¡Todo!

-Entonces reconstruyamos juntos -propuso él-. Yo no me iré.

Pero Evangelice lo miró con ojos llenos de desesperanza.

-No quiero que me veas quebrada... No quiero que me veas dependiente.

Se levantó y corrió al baño, cerrando la puerta tras de sí.

Allí, frente al espejo, se vio reflejada: la chica alta, rubia, ojos cafés, piel clara... pero con la mirada vacía, el alma rota.

"No puedo ser feliz. No puedo ser normal. No puedo permitir que nadie me vea así... ni siquiera Theodore."

Lloró durante horas, mientras el frío del mármol la hacía sentir un poco más real, un poco menos atrapada en su propia cabeza.

Flashback 3:Un chico de la secundaria, que le había dado esperanzas y luego la abandonó, apareció en sus recuerdos.

-No puedo... no puedo confiar -susurró-. Todo el mundo se va.

Theodore golpeó suavemente la puerta del baño.

-Evangelice, ábreme... por favor.

Ella respiró hondo, se limpió las lágrimas y abrió.

Él la abrazó con firmeza, sin palabras, dejándole solo sentir que no estaba sola.

Pero aunque estaba allí, ella ya se sentía atrapada en su abismo interno.

La ansiedad y la autocrítica la consumían.

-Solo quiero dormir -murmuró, como una plegaria rota.

Una lágrima cayó sobre su mano.

Iba a abrir la tapa cuando la puerta se entreabrió.

-Evangelice... -la voz de Theodore sonó suave, pero su tono tenía algo de miedo.

Ella no se movió.

Él se acercó lentamente, hasta quedar frente a ella.
La vio con un frasco en la mano y su expresión cambió por completo.

-Dámelo.

-No es lo que crees... solo quiero descansar.

-Dámelo, por favor.

Ella negó, apretando los labios.

-No puedo más, Theo. No puedo seguir fingiendo que estoy bien, que todo está controlado. Me estoy rompiendo y nadie lo ve.

-Yo sí lo veo -dijo él, con la voz quebrada-. Por eso estoy aquí.

Intentó quitarle el frasco, pero Evangelice resistió.

Las lágrimas corrían sin detenerse.

-No me salves otra vez. No quiero que me veas así -gritó entre sollozos.

-Te vería mil veces así si eso significa que sigues viva -respondió él, desesperado.

La tensión explotó.

Las pastillas cayeron al suelo, rodando por todas partes.

Y en ese momento de tensión Theodore vio las cicatrices y heridas recientes algo dentro de el se derrumbo un poco mas pues le dolía verla así.

Theodore la abrazó con fuerza, conteniéndola mientras ella lloraba sin poder respirar.

-Tranquila, respira conmigo. Estoy aquí, Evangelice... no estás sola -susurró, casi implorando.

Ella se derrumbó en sus brazos.

Su cuerpo temblaba, su voz se apagaba.

La crisis fue larga, pero él no la soltó ni un segundo.

Horas después, Evangelice despertó en la enfermería.

El sol entraba por la ventana, cálido y suave.

Theodore estaba a su lado, con los ojos rojos y las manos

entrelazadas con las suyas.

-¿Por qué lo hiciste? -susurró ella.

-¿Qué cosa? -preguntó sin entender.




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