Cenizas De Perfección

EL ESPEJISMO DEL ÉXITO

Las luces del escenario brillaban con intensidad cegadora, reflejándose en cada lente de cámara que capturaba a Evangelice. Su vestido, de un verde esmeralda profundo, estaba bordado con finos hilos de plata que relucían bajo los focos. Cada paso que daba sobre la pasarela resonaba en el piso de mármol pulido, acompañada de un murmullo de admiración del público que parecía seguir cada movimiento, cada giro, cada mirada. Su porte seguro, su espalda erguida y sus ojos cafés llenos de determinación proyectaban la imagen de una mujer que había conquistado no solo un mundo, sino también a sí misma.

Detrás de esa apariencia impecable, nadie podía percibir los recuerdos oscuros que aún habitaban en su interior. La ansiedad que la había hecho temblar sobre las sábanas, los días de sedación forzada en la casa del lago, las lágrimas silenciosas que caían sobre sus almohadas, cada instante de miedo y vulnerabilidad, se habían transformado en fuerza y resolución. Ahora, el mundo solo veía a la estrella, la mujer empoderada, independiente, dueña de su destino. Nadie sospechaba las decisiones crudas y estratégicas que había tenido que tomar para llegar hasta allí, ni los sacrificios que habían quedado ocultos tras su sonrisa pública.

Entre bastidores, Theodore la esperaba. Su mirada verde, llena de orgullo, recorría cada gesto de Evangelice mientras la observaba con una mezcla de admiración y ternura. Cuando ella bajó la escalera lateral hacia él, él le tomó la mano y la condujo a un pequeño descanso privado, un rincón donde el bullicio del público y las cámaras desaparecía, y solo quedaban ellos dos.

-Lo estás logrando... -susurró Theodore, acariciando suavemente su cabello-. Todo lo que soñaste, todo por lo que luchaste... está aquí.

Evangelice suspiró, dejando que el aire llenara sus pulmones con una mezcla de alivio y tensión acumulada. Su corazón latía con fuerza, no por miedo, sino por la satisfacción silenciosa de saber que había llegado hasta allí pese a todo.

-Sí... todo parece... perfecto -dijo, mientras su mirada recorría el escenario vacío a lo lejos, los focos apagándose lentamente, y los últimos aplausos resonaban en el espacio-. Por fin puedo respirar sin miedo.

La fama, los contratos con grandes marcas, las películas que protagonizaba y las portadas de revistas que la mostraban sonriente y radiante eran ahora testigos de su poder. Cada flash de cámara la mostraba como la mujer que todos querían ser: fuerte, decidida, inalcanzable. Su pasado, sus padres manipuladores, Alessandro y la infancia de carencias y soledad, quedaban difuminados detrás de ese brillo público que lo ocultaba todo.

-Mira esto -dijo Theodore, señalando los titulares digitales y revistas que cubrían la alfombra roja-. "Evangelice, la estrella que conquistó el mundo".

Ella rió suavemente, pero en su interior sabía que la historia real era otra. La cruda verdad de su ascenso permanecía en las sombras: las decisiones calculadas, los riesgos que había tomado, los envenenamientos y manipulaciones estratégicas para asegurar su libertad y su seguridad. Todo había sido parte de un juego que solo ella y Theodore comprendían, un tablero de poder donde los peones ya no tenían control.

Más tarde, durante una entrevista televisiva, la preguntaron sobre su familia y su pasado:

-¿Cómo lograste superar tus obstáculos y convertirte en una estrella? -preguntó el periodista, con una sonrisa curiosa que esperaba una respuesta inspiradora y sencilla.

Evangelice respiró profundo, dejando que su voz transmitiera calma y seguridad, como si la escena fuera parte de su actuación.

-Todo es cuestión de encontrar tu voz y no dejar que nadie controle tu vida -dijo con firmeza, manteniendo la mirada en la cámara-. Aprendí a elegir, y eso me dio la libertad para crear mi propio camino.

El público aplaudió. La pantalla mostraba a la heroína de su propia historia: una joven que había vencido todo, una mujer que parecía inquebrantable, triunfante, la definición perfecta de un "final feliz".

Pero cuando la entrevista terminó y las luces se apagaron, Evangelice buscó un momento a solas. Se dirigió al ventanal de su departamento, contemplando la ciudad iluminada por miles de luces titilantes. Allí, frente al reflejo de su propio rostro, las sombras regresaron: los recuerdos de los sedantes, la prisión del lago, los momentos de desesperanza y lágrimas solitarias se filtraban bajo la superficie de su sonrisa. Sus ojos brillaban, sí, pero dentro de ellos había un océano de cicatrices, heridas que el mundo nunca vería.

Theodore apareció a su lado, silencioso, y la abrazó. Su presencia era un ancla, un recordatorio de que no estaba sola.

-No importa lo que digan los demás -susurró él, apoyando su barbilla en su hombro-. Lo importante es que estamos juntos, y este es nuestro mundo.

Evangelice cerró los ojos, respirando profundamente el aire de libertad que tanto había deseado. Por fuera, todo era perfecto: la fama, el éxito, el aplauso, la admiración, la seguridad. Por fuera, parecía un final feliz.

Pero en lo más profundo de su corazón, sabía que aquel espejismo tenía fisuras. La verdad seguía allí, latente y silenciosa, recordándole que la historia real nunca termina del todo. Y mientras la ciudad brillaba bajo la noche, ella también brillaba... pero con un reflejo de sombras que solo ella y Theodore podían comprender.




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