Cenizas De Perfección

EPÍLOGO-EL ECO DE SU LUZ

El traslado desde la iglesia hacia el hospital fue un camino cargado de un silencio absoluto, roto solo por la respiración entrecortada de Theodore y los pasos apresurados del personal médico. Sostenía a Evangelice entre sus brazos, como si la fuerza de su amor pudiera sostenerla aún cuando su cuerpo cedía. Su vestido blanco, manchado de sangre, parecía un cruel recordatorio de la vida que se le escapaba, mientras los rayos de sol atravesaban las vidrieras, pintando un contraste casi irónico entre la luz cálida y la tragedia que los envolvía.

Cada segundo se sentía eterno. Theodore repetía su nombre una y otra vez, un mantra desesperado que parecía no alcanzar a desafiar al destino:

-¡Evangelice, no me dejes! ¡Por favor, no! -susurraba, su voz quebrada por el dolor y la incredulidad-. No puedo vivir sin ti...

Los médicos hicieron todo lo posible. Monitores, respiradores y esfuerzos frenéticos rodeaban la cama, pero la realidad era implacable. Theodore sostenía su mano, percibiendo cada pequeño latido que se desvanecía, cada intento de respirar que se transformaba en un suspiro final. Su corazón estaba atrapado en un nudo imposible de deshacer.

Los medios internacionales reportaron la noticia con un asombro que mezclaba admiración y dolor. Evangelice, la joven que había conquistado pasarelas, escenarios y corazones, ahora se había convertido en un símbolo de tragedia que conmovía al mundo entero. Cada titular parecía resonar en la mente de Theodore como un eco constante de su pérdida.

Semanas después, la investigación avanzó rápidamente. Los culpables fueron localizados y encarcelados, pero ningún castigo podría restaurar lo que se había perdido. Theodore, antes un joven fuerte, sonriente y seguro de sí mismo, ahora mostraba un vacío en su mirada que ni la fama, ni el dinero, ni el tiempo podrían llenar. Los ojos verdes que solían brillar con alegría ahora reflejaban la sombra de una luz que ya no estaba: la luz de Evangelice.

El mundo se detuvo. Las películas que lideraba, las pasarelas que marcaban tendencias, los contratos millonarios y los rodajes se paralizaron o se cancelaron. La industria que la idolatraba quedó en shock, y el silencio se extendió como un manto sombrío sobre lo que antes había sido su dominio. Incluso el imperio de sus padres, sostenido por la ilusión de control sobre ella, se derrumbó. Sin heredera, sin la joven estrella que lo conectaba con la gloria y el poder, los negocios colapsaron, y con ellos, la autoridad que alguna vez ejercieron.

El funeral fue un evento sombrío, pero lleno de un respeto profundo hacia su legado. Theodore se arrodilló junto al ataúd, con las manos temblorosas sobre la madera fría y lisa. Cada sollozo era un recuerdo, cada lágrima un eco del amor que había compartido y que ahora se había convertido en un vacío imposible de llenar. Sus familiares observaban en silencio cómo aquel hombre, que parecía invencible ante el mundo, se desmoronaba en privado, atrapado en el dolor de una pérdida que no conocía consuelo.

Afuera, la ciudad parecía indiferente, pero en el cielo, la estrella que había sido Evangelice parecía brillar con un resplandor propio. Su voz, sus risas, su espíritu y su esencia se filtraban en el mundo como un faro invisible, guiando a Theodore en las noches más oscuras. Cada proyecto pausado, cada aplauso que quedó pendiente, cada recuerdo compartido se convirtió en un hilo que unía el pasado con el presente, un legado que nadie podría borrar.

Y mientras el mundo continuaba, sumido en silencio y tristeza, Theodore comprendió su misión. Mantener viva la luz de Evangelice no era solo un acto de memoria, sino un deber, un pacto con el amor que habían compartido. En cada paso que daba, en cada gesto hacia los demás, en cada decisión que tomaba, llevaba consigo su esencia. Porque aunque ella ya no caminara entre ellos, su fuerza, su pasión y su luz seguían guiando cada instante de su vida.

El eco de Evangelice se convirtió en una presencia eterna: un recordatorio de que algunas luces no se apagan, que ciertos amores trascienden incluso la muerte y que, aunque la vida la hubiera arrebatado demasiado pronto, su legado brillaría para siempre. Como estrellas que guían en la noche más profunda, su luz permanecía, iluminando la memoria de quienes la amaron y la admiraron, enseñando que incluso en la pérdida más devastadora, el amor verdadero puede mantenerse intacto... como un eco eterno.

Finalmente, después de tanto tiempo, Theo encontró el diario de su amada Evangelice, donde convertía sus sentimientos en poemas, titulado: Fragmentos de mi alma.

Hay cosas que hay que llevarse a la tumba

Pues nadie se entero que ella enveneno a Alessandro.




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