Cenizas de un amor pasado

Capítulo 1: Buen viaje

Emiliano:

Al fin, había llegado a la isla. Tras años de un viaje sin rumbo y enmendando el corazón roto de amores no correspondidos, regresar no era una elección, simplemente tenía que hacerlo.

Cozumel tenía una fuerza oculta que siempre me jalaba, una sombra de lo que solía ser. El taxi avanzaba por calles que aún se veían recién pavimentadas, con los colores vibrantes de los edificios contrastando con la palidez que el tiempo dejaba. Al asomarme por la ventana, pude ver a niños corriendo con el balón y a los vendedores ambulantes promocionando sus bienes con alegría.

La isla no había cambiado mucho, pero yo sí. Mi piel resaltaba entre las demás, palideciendo en comparación con los tonos cálidos de los locales, mientras que mis cabellos oscuros y ojos azules llamaban la atención. “

—Señor, siempre es un gusto ver a los Dávila de regreso. Su familia es muy conocida aquí —comentó el taxista, rompiendo el silencio.
—Gracias —respondí, sin ganas de añadir más.

La casa familiar apareció cuando doblamos una esquina, tal y como la recordaba: sencilla, paredes blancas y bugambilias rojas enredándose por las ventanas. Aunque estructuralmente no había cambiado, sentí que el aire era diferente, el olor a lavanda un poco menos hogareño, un poco más… vacío.

Dejé mis maletas en la sala y subí al balcón, ese rincón donde podía encontrar mi paz. El mar se extendía ante mí, inmenso y lleno de secretos. Las olas rompían contra las rocas con suavidad, como si me invitaran a no temer, a no dudar, pero no era algo que pudiera hacer. Cozumel había sido siempre un lugar de recuerdos, amarguras y ajetreo, y no sería diferente esta vez.


Habían pasado varios días desde mi regreso, y continuaba sin estar del todo tranquilo.
Los rumores de mi regreso se habían extendido rápidamente a través de la pequeña comunidad, y aquí, la gente parecía saberlo todo.
Sin embargo, no me importaba. Mi rutina consistía en reparar la casa, caminar por el malecón y hojear los contratos del despacho de abogados de mi padre cuando caía la noche.

Esa tarde, decidí visitar el mercado. El diálogo era ruidoso mientras los vendedores presentaban sus productos, los niños tropezaban en los pasillos y el olor a jugo y frutas frescas llenaba el aire.

Y fue allí donde la vi. Entre la multitud de personas, una figura se destacaba por su gracia. Era una mujer de cabello oscuro y rizado que se ondeaba en el viento, llevaba un vestido blanco sencillo pero elegante, que se movía ligeramente con la brisa de la tarde.

Había algo en la forma en que caminaba y cómo se mantenía erguida que me fascinó. Olvidé por un instante dónde estaba y el ruido que me rodeaba hasta que pude verla.
Nuestros ojos se encontraron brevemente, y antes de que pudiera hacer algo, desapareció entre la multitud.

No me moví, pero algo adentro de mí se sintió extraño. Como si fuera una casualidad o el destino dándome una señal.

Esa noche volví a casa y dejé que la música lo llenara todo. Una vieja canción sonaba en el tocadiscos, y mientras me servía un trago de ron, su rostro aún aparecía en mi cabeza. No podía dejar de preguntarme quién era ella y por qué no podía sacármela de la cabeza.

Mirando al mar desde el balcón, traté de entender por qué me sentía tan inquieto.

Las olas seguían su curso, constantes, como si intentaran calmarme, pero mi mente no dejaba de vagar. Cerré los ojos y dejé que la música y el sonido del mar se fusionaban en uno, por primera vez en mucho tiempo, sentí que algo nuevo estaba por comenzar.




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