Capítulo 3: Por una sonrisa

NOTA: Para una mejor experiencia escanea el QR, con la canción seleccionada para éste capítulo.


Todo cambió desde aquella noche.
La invitación a cenar fue el primer paso hacia un terreno desconocido, un juego que Emiliano nunca antes había jugado con tanta intensidad. Nathalie no era solo una atracción pasajera; era un desafío que despertaba en él un deseo profundo de descubrir lo que se escondía detrás de su fachada distante.

Los días siguientes fueron una sincronía entre la persistencia de Emiliano y la resistencia de ella. Cada mañana, un ramillete de flores cuidadosamente escogidas llegaba a su puerta, acompañado de una nota que no contenía más de una o dos líneas, pero que transmitía una sinceridad desarmante:

"No busco perturbar su día, solo recordarle que alguien piensa en usted."

Sin embargo, Nathalie no daba señales de debilidad. Sus respuestas eran inexistentes, o en el mejor de los casos, un leve asentimiento al cruzarse en alguna reunión social. Si Emiliano hubiera sido un hombre sensato, habría tomado esto como un claro rechazo, pero su naturaleza lo empujaba a intentarlo una vez más.

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Serenata bajo la Luna

Una noche, decidió intentar algo más audaz. Se presentó bajo la ventana de Nathalie con un pequeño grupo de músicos, y su voz resonó en el aire con una serenata que hablaba de promesas sinceras y amores pacientes. Las notas de la guitarra y el violín envolvieron la quietud de la noche, mientras ella, envuelta en una bata ligera, observaba desde su ventana con los brazos cruzados.

Pero no había emoción en su rostro, ni siquiera curiosidad. Solo al final, cuando los músicos hicieron una pausa, Nathalie entreabrió la ventana y habló con una voz que, aunque suave, cortaba como un cuchillo.
—¿Siempre es tan insistente, señor Dávila? —preguntó, inclinando ligeramente la cabeza.
—Solo cuando creo que vale la pena —respondió él, con una sonrisa tranquila.

Ella no respondió. Cerró la ventana con la misma calma con la que la había abierto, dejándolo con sus músicos y una noche que, para cualquiera, habría parecido un fracaso. Pero Emiliano no lo vio así. Había algo en esa breve interacción que le decía que había plantado una semilla.

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Una tarde, mientras caminaba hacia el despacho, la vio. Estaba conversando con una amiga en la plaza, su risa apenas audible entre el bullicio. Emiliano se detuvo a una distancia prudente, observando cómo la mujer que tanto lo intrigaba se mostraba, por primera vez, accesible, casi vulnerable.

La amiga notó la presencia de Emiliano y, con una sonrisa cómplice, se despidió, dejándolos solos. Nathalie, al percatarse de su mirada, recogió un mechón de su cabello detrás de la oreja, un gesto que denotaba una leve incomodidad. Emiliano, reconociendo la oportunidad, se acercó con pasos decididos.

—Dicen que para conquistarte tendría que bajar las estrellas y la luna —dijo, rompiendo el silencio con una voz firme.

Ella levantó la mirada, arqueando una ceja.
—¿Y acaso lo harías?

Él negó con la cabeza, una sonrisa ligera curvando sus labios.
—No. Pero estoy dispuesto a ganarme tu confianza poco a poco. Sin atajos ni promesas vacías.

Nathalie comenzó a caminar lentamente, su paso marcando un ritmo que Emiliano seguía sin esfuerzo. Al llegar al borde de la plaza, ella finalmente se detuvo y giró hacia él, su mirada cargada de un desafío sutil.

—Usted insiste mucho, señor Dávila. —Hizo una pausa, como si evaluara la siguiente jugada—. Pero no sé si eso sea suficiente para impresionarme.

Emiliano dio un paso hacia ella, respetando la distancia pero manteniendo la intensidad de su mirada.
—No busco impresionarte, Nathalie. Solo quiero conocerte. Y, si me lo permites, demostrar que no todos los hombres buscan conquistar por el simple placer de hacerlo.

Ella no respondió de inmediato, pero el leve rubor en sus mejillas y la media sonrisa que asomaba en sus labios fueron suficientes para Emiliano. Aunque pequeña, aquella señal era una victoria.

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