Cenizas de un Rey

1.

¿Cómo es que no me puedo librar de un puñado de guardias?

Me vienen persiguiendo desde hace... si mal no recuerdo media hora. Ya estoy harta de correr. El sudor me perla la frente y ya no siento mis piernas. Juro que ya puedo sentir como mis botas se van desgastando por las piedras del camino.

Aparte ¿Tan importante es el mapa que traigo en la mano? Solo digo, para que me persigan tanto tiempo necesita ser algo valioso, ¿no?

Miro hacia atrás y ahí siguen: cinco guardias vestidos de negro al igual que yo, solo que, a diferencia de ellos, yo acabo de robar un mapa directamente de la oficina del rey de Khaelyra.

Nunca lo he visto en persona, pero dicen que es atractivo. Cuentan que tiene un rostro tan majestuoso que parece un dios. Exagerados. Lo que sé de su apariencia lo estoy suponiendo, porque como todos los habitantes de Khaelyra conocen a su rey, no les parece necesario describirlo, así que no tengo ni la menor idea de como es. No se presenta en casi ningún evento y es indiferente al publico. Y, aún así, hay chicas que están dispuestas a lamer el suelo por él. Qué ridiculez.

Guardo el mapa en el bolsillo interior de mi chaqueta y continuo corriendo.

—¡No llegarás a ningún lado si sigues corriendo a ciegas, ríndete! —Me grita uno de los guardias. Volteo para mirarlo y le muestro el dedo de en medio, cuando voy a dirigir la vista al frente no alcanzo a ver la piedra que me hace tropezar hasta que ya estoy en el suelo.

Lanzo un grito de rabia y me levanto rápido haciendo caso omiso del líquido rojo que me tiñe la mano.

»Qué humillación«

Acelero intentando recuperar la ventaja que llevaba hace unos segundos. Diviso una construcción rodeada de árboles y corro hacia allí. Esquivo unos cuantos troncos hasta que creo que no estoy en el campo de visión de los que me siguen y comienzo a trepar el árbol con ayuda de dos de las dagas que llevo guardadas en la ropa.

La mano me tiembla al hacer presión con la empuñadura, aprieto los dientes y me trago el grito que intenta salir de mi garganta. Debe de ser un corte profundo. Subo y lo primero que hago es sacar una venda que llevo en uno de los bolsillos, enrollo mi mano en torno a la tela blanca y suspiro, con cansancio y alivio. Me quedo así, quieta, recuperando la respiración y convenciendo a mi cuerpo que le baje a la adrenalina que lo recorre.

Pasados unos minutos, cuando ya he revisado que los guardias no están cerca, me bajo de un salto, envaino mis dagas y camino por el bosque, o lo que sea esto. Veo una construcción de gran tamaño un poco más allá y me dirijo allí. Necesito ubicarme para poder volver a mi reino.

»No es cierto...«

Inspecciono el lugar y, en efecto, he vuelto al palacio del rey. ¡De dónde se supone que estaba escapando! Aunque, si veo el lado bueno, aquí no me buscarán. No pensarán que vine aquí, exactamente de dónde corría. Así que es una ventaja.

Toco la construcción con la mano que está para el lado de la muralla, la izquierda. La pared es bonita, con decoraciones talladas en la piedra. También hay detalles de madera y ventanales gigantes. Me quedaré aquí unas horas hasta que dejen de buscarme y luego me iré. Nadie me verá en esta parte del palacio, es un angosto camino que no ocupan, da al patio trasero y, por lo que sé ahora, también a un bosque. No tienen razones para pasar por aquí.

—Es bonito, ¿verdad? —La voz grave y dulce a la vez me hace sobresaltarme. Instintivamente poso mi mano en la empuñadura de la daga más cercana que tengo y volteo.

Lo primero que capta mi atención es el cabello blanco que le cae sobre la frente en perfectos mechones lizos. Lo segundo son sus ojos; Marrones, pero de un color tan intenso que parecen no tener final. Su tez clara y sus labios de un color rosado natural se funden tan bien que parece una obra de arte. Está vestido formal, un traje de color blanco y una capa del mismo tono que la ropa le cubre los hombros, tiene detalles en color plateado, como un reloj de bolsillo que se alcanza a ver y unos anillos en sus bonitas manos. Un destello me hace viajar la mirada a su cinturón, donde trae envainada una espada, igual que lo demás, plateada.

»Perfecto, moriré, pero a manos de un tipo que está uff«

—Ah, sí. —Contesto, volviendo la mirada de nuevo al entorno.

Posa sus manos en los bolsillos de su pantalón y parece la viva imagen de la tranquilidad.

»Cambio de opinión: No moriré a manos de un tipo que ni siquiera se molestará en recordar mi nombre luego de asesinarme«

—Por cierto, lindo traje. —Señala la tela que me cubre la parte inferior de la cara. Gracias a los cielos que no me la he sacado.

—Gracias. ¿Quién eres? —¿Sería muy imprudente cortarle el cuello a alguien sin saber quién es?

—¿No sabes? Me sorprende tu ignorancia.

—¿Debería saber quien es el tonto creído al que estoy decidiendo si mataré o no?

Él sonríe apenas, como si disfrutara de esto. Y lo acabo de amenazar de muerte ¿está loco?

—Si me permite opinar, señorita muerte, diría que, en efecto, sería beneficioso que supieras quien soy. Pero claro, si quieres enterrarme esa daga —Hace un gesto con la cabeza hacia mi mano que sostiene la empuñadura— en el corazón, no me resistiré.

Actúa tan despreocupado que ni pareciera que estamos hablando de su vida.

—No dije que te la enterraría en el corazón. Sería muy lamentable tener que manchar tu elegante traje con sangre.

Él empieza a dar lentos, muy lentos pasos hacia mi, trazando un circulo a mi alrededor. Como una bestia que juega con su presa.

—¿No tienes un poco de compasión? Así me moriría más de prisa.

Cuando él está caminando cerca de la muralla de piedra no vacilo y me lanzo hacia él empuñando la daga. Lo empujo a la pared y poso la afilada hoja en su cuello. Es más alto que yo, por lo menos diez o quince centímetros más. Pero eso no me impedirá sacarlo del camino. Aquí la presa no soy yo.



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Editado: 17.11.2025

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