Cenizas de un Rey

2.

Cam está arreglando una daga, incrustando algunas piedras en la empuñadura y afilando la punta. Tiene otras dos en el regazo, esperando su turno. Está concentrado en su trabajo, pero cada cierto rato asiente o murmura un "Ajá", como si realmente me escuchara.

Hemos estado aquí sentados, en un viejo establo abandonado, el cual ocupamos para reunirnos. Hablamos, en mayoría, sobre lo que pasó hoy, todo ese tema de que le puse un cuchillo en el cuello al rey.

Cuando terminé de relatar lo ocurrido en Khaelyra, Cam levanta la vista, mirando algo detrás de mí. Antes de que pueda voltear, la empuñadura se le resbala de su mano y cae a centímetros de su muslo, dejando un corte fino y rojo a su paso. Gruñe, la recoge sin drama y se limpia la sangre con la camiseta. Casi no alcanzo a ver cuando lanza la daga por encima de mi hombro y luego la escucho enterrarse en algo, un sonido húmedo y asqueroso.

Volteo y en el suelo hay una rata muerta, con la hoja clavada a mitad de su frente y un charco de sangre oscura bajo ella. Me dan ganas de vomitar.

—¿Qué fue eso? —Digo tapándome la boca.

—Podía tener rabia —contesta él. Se mira la pierna, el corte sangrante—. O fue venganza, no sé.

Hace una pausa, mira la daga clavada y sonríe apenas.

—Pero al menos ya sé que está lista. Y bien, ¿le dirás al rey eso, o no?

Por lo visto sí me estaba prestando atención.

—Ah. No creo... solo serviría para que me dieran un discurso de lo estúpida que soy, y no ando con ganas de eso, así que no. Aparte —saco de mi bolsillo el pergamino que tiene dibujado el mapa— mira.

Cam aparta la vista de la nueva daga que empezó a arreglar y observa sin prisa los trazos en el papel.

—¿Qué tiene? —se centra nuevamente en su trabajo.

—¿Estás ciego? Vuelve a mirar. —exijo.

Gime en un gesto exasperado y se enfoca en el mapa.

—¿Qué es eso de Myrvael, Eryndhal y Aelysra? —indaga con un suspiro, y con algo de ironía en la voz, poniendo los ojos en blanco.

—Eso mismo. —Guardo el pergamino—. No hay más reinos aparte de Khaelyra y Eirnath. Pero aquí aparece que sí.

—¿Así que tampoco les entregarás el mapa?

—No.

—Ilvianne, es un pedazo de papel. —Intenta razonar.

—¿Nunca te has preguntado por qué no hay más reinos aparte de esos dos? —Yo sí, muchas veces. Siempre nos han enseñado que solo existe el nuestro y el enemigo, nada más. Y eso me parece... extraño. No estoy dudando de la veracidad de nuestros superiores, eso sería traición. Es una posibilidad.

Aparte de que el mapa muestra todo exactamente como es. Nuestro reino, nuestros lagos, nuestros pueblos, el castillo. Todo. Igual que en Khaelyra. Lo único diferente es lo que hay más allá.

—No. No lo había pensado.

Pasa un rato y Cam no dice nada. Está concentrado en el arma en su regazo. El cabello largo y negro, con sus característicos mechones de un color rojo vino, se le van hacia adelante y se los intenta acomodar.

—Bien. Me voy, me deben estar esperando en el palacio. —Me incorporo y veo otra vez el cuerpo de la rata—. Y limpia eso, por favor.

Hago ademán de marcharme pero él me detiene.

—Anne, ten cuidado. Si alguien llegara a escuchar lo que me has dicho a mí, te considerarían una traidora. No te pido que dejes tus ideas, porque sé que no me harás caso. Pero por favor no le cuentes a nadie más.

—Tranquilo, no te cambiaré por otro. —Bromeo.

Sonríe y suelta una carcajada.

—Igual te sería imposible, soy irremplazable.

Niego con la cabeza y me voy.

Cuando llego al palacio lo primero que identifico es al rey sonriente, lo que no es sorpresa. El soberano siempre trae una sonrisa entre labios aunque estemos en medio de una guerra.

—Ah, Ilvianne, llegaste. —La sala que antes estaba llena de conversaciones ahora es un silencio muy... denso. Jamás me acostumbraré a tanta atención.

Ocupo como excusa acomodarme la gran falda del vestido para limpiarme el sudor de las manos.

«Céntrate. Solo son personas, no es nada», me digo a mí misma. No quiero entrar en un posible ataque de pánico. Odio las reuniones con el rey. Demasiadas personas, demasiadas miradas, demasiados murmullos. Encima que los vestidos son muy incómodos, pesan mucho. Y ni hablar de los tacones, es el infierno mismo.

—Muy buenas noches, mi rey. —Saludo con una reverencia y al agacharme, de mi peinado salen varios mechones de cabello.

—Buenas noches a ti igual, querida. ¿Qué tal la misión? ¿Qué has conseguido hoy para mí?

Alzo la barbilla y lo miro a los ojos mientras me desarmo lo que queda de mi peinado, dejando mi gran melena blanca y negra caer hasta mi cintura. Es mejor tener el cabello suelto a tenerlo así de desordenado.

—Mil disculpas, soberano. La misión salió fallida y no pude tomar... ningún tesoro del reino de Khaelyra.

La sonrisa del rey se desvanece y se vuelve una expresión seria. Da miedo lo bipolar que es este hombre.

—¿Nada?

—Nada —confirmo.

—Quiero cada detalle.

Comienzo a relatar por segunda vez en el día qué fue lo que ocurrió, solo que esta vez omitiendo unas partes. Le cuento cómo me infiltré en el palacio, lo que tenía en mente robar. Me salto el suceso donde robé el mapa. Digo que los guardias me encontraron intentando robarlo. Corrí. También salto la parte del encuentro con Kael. Cuento que me quedé en una parte del palacio hasta que se fueron los guardias, pero luego uno me encontró y me persiguió, lo que no es mentira. Y cuento (verdaderamente) cómo me subí en el primer bote que había en la orilla y me devolví a Eirnath.

—Muy bien.

—¿Me puedo retirar? —Me quiero desaparecer de aquí cuanto antes.

—No. Ilvianne, el consejo y yo estuvimos charlando esta tarde, y tenemos una nueva misión para ti. No debe resultar muy difícil.

¿Otra misión? ¿No se cansan o qué? No he tenido un día libre hace como tres meses.

—¿Me permite saber cuál es la misión?



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En el texto hay: #enemigos, #lovestory, #enemiestolovers

Editado: 17.11.2025

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