Las protecciones que levantó Eirnath también soltaban cierta cantidad de magia, no la suficiente para dar los poderes que te proporcionaban las gemas, pero sí una que cambiaba tu aspecto. Cada uno recibió un cambio físico: cabello, rostro y ojos, lo más habitual. Todo de colores claros: blanco, rosado, rubio. Esa fue la marca de Eirnath y Khaelyra.
Pero el exceso de poder cambió las características. Los habitantes de Eirnath ahora se diferencian por su gama de colores: negro, rojo, morado, etc. Colores oscuros y extravagantes. Mientras que Khaelyra se reconoce por sus tonos claros y suaves.
Pero no tardaron en llegar las mezclas. Personas de ambos reinos comenzaron a unirse, mezclando sus colores, generación tras generación. Solo las familias que se negaron a mezclar su sangre conservan los colores que la magia les otorgó.
—Crónicas olvidadas.
Me abro camino entre la multitud, hoy pareciera que hay más personas que nunca. Khaelyra es un caos en estos días. Lo único que veo son cabelleras de distintos colores. La mayoría solo tiene mechones de un color negro, o algunos rojos, el segundo color más común en Eirnath. Pero lo demás es casi todo de colores claros. Por eso me camuflo tan bien. Aquí solo soy alguien más. Aunque a veces me pregunto si eso sigue siendo bueno.
Gracias a mi aspecto soy lo que soy: una espía. Tengo la mayor parte del cabello de un blanco intenso y lo otro, negro. Es fácil pasar desapercibida. Los de Eirnath tienen uno que otro mechón claro. Pero lo mío es lo contrario. Soy más sangre Khaelyriana que Eirnathes, y aun así me consideran del último reino.
»Gracias, padre.«
Sigo avanzando, de vez en cuando empujando y otras pidiendo permiso.
Respiro hondo cuando logro alejarme de la multitud. Camino por una calle algo concurrida. Se escucha el galopar de los caballos en el camino disparejo de piedra, se oyen las campanitas de las tiendas, las personas no hablan despacio, así que igual oigo distintos fragmentos de conversaciones.
Una chica pasa a toda velocidad por mi lado y salpica un poco de lodo en mi vestido, el cual mancha la falda. Al parecer lo nota y para en seco.
—¡Perdón! No fue mi intención, lo juro. —Se disculpa. Tiene una cabellera blanca que le cae hasta la cintura, está despeinada, como si hubiese estado corriendo desde hace un buen rato, y tiene unos ojos color avellana, muy claros—. Si quieres te lo pago... o te regalo uno —propone.
»De todas formas necesito ropa para estar aquí, no voy a pasar semanas sin cambiarme.«
—Qué amable. Lo que te parezca más cómodo —le dedico una sonrisa tranquilizadora.
La chica empieza a rebuscar en su bolso y al final suelta un suspiro.
—Soy bien estúpida. Se me olvidó mi cartera. —Piensa un rato—. Pero donde vivo queda cerca, si quieres vamos y te regalo un vestido. O dos, no quiero parecer maleducada.
—¿Segura? No quiero molestarte.
—Molestarme sería que me dejaras con la culpa, y no pienso cargar con eso —responde sin dudar, con una sonrisa tan amplia que me descoloca.
Me toma del brazo y comienza a caminar. Los guantes que trae son muy delicados y bonitos.
—Y... ¿cómo te puedo llamar? —indaga con el mismo tono alegre.
—Ilvianne —contesto con una sonrisa.
—¡Qué bonito!
Pasamos por una calle un poco más transitada, y no se me escapa cómo la gente guarda una distancia de nosotras, nos echa miraditas o hace leves reverencias con el rostro.
—¿Y tú? —le devuelvo la pregunta.
Me echa una mirada interrogatoria como si me estuviera analizando. Luego vuelve la vista al frente.
—Yekha.
Ese nombre me suena conocido.
A medida que caminamos, las calles se van volviendo más vacías, más limpias e incluso las casas van cambiando a unas en mejor estado. Ya casi no hay nadie por aquí, a excepción de guardias que merodean por doquier.
Cada metro que avanzamos es un golpe de realidad para mí, pues lo que suponía unas calles atrás estaba correcto. Vamos al palacio.
»Puede que eso de matar al rey lo cumpla más rápido de lo que esperaba.«
Yekha debe de ser alguien importante, quizá cercana al rey; su aspecto dice mucho, es de sangre pura, así que tiene un puesto relevante.
Pasamos por un caminito de piedra que lleva directo a dos puertas gigantes que yacen abiertas. Un aire fresco me acaricia el rostro, quitando el calor insoportable que hay afuera. Dentro es lujoso: paredes y suelo de mármol o cuarzo, detalles dorados, tal vez oro. Decoraciones hermosas, floreros que le dan vida al lugar y cuadros con pinturas coloridas.
El castillo no encaja con su rey, un tipo desquiciado que ataca a nuestro reino sin razón alguna. Es irónico; un lugar tan perfecto bajo manos tan podridas. Si estuviera gobernado por alguien decente, tal vez no estaría destinada a destruir este paraíso.
La chica me lleva por las escaleras en espiral, subimos unos pisos y llegamos a su alcoba. Otro hermoso cuarto lleno de lujos. Admito que tiene buen gusto, aunque cansa un poco ver tanto rosado por donde mires.
—¿Vives aquí? —indago. Mientras más sepa sobre ella, más podré aprovechar.
—Sí. —Señala la cama más grande que he visto en la vida—. Siéntate un rato, buscaré vestidos que quizás te agraden.
Dejo caer mi trasero en el cómodo colchón y espero.
—¿Desde cuándo estás aquí? —continúo investigando.
Yekha abre su armario y saca cinco vestidos al azar. Tiene más de los que una persona puede ocupar en mínimo diez vidas.
—Desde que nací. —Suelta las prendas a mi lado—. Me dices cuáles te gustan.
Veo uno que es de un tono verde claro con diseños blancos. Lo observo.
—Este está lindo.
—Quédatelo, si quieres te lo puedes probar.
—Gracias, pero estoy bien. —Necesito disimular más, no puedo solo preguntar todo el tiempo quién es ella—. ¿Y qué relación tienes con el rey? Digo, es que... para que vivas aquí, con él... —Una posibilidad se hace lugar en mi cabeza—. ¿No serás su prometida?