El eco del dron aún retumbaba en los pasillos subterráneos, como si el metal tuviera memoria. Luna se agachó detrás de una columna rota, respirando con dificultad. Su pecho subía y bajaba al ritmo frenético del miedo. Afuera, el sonido de la tormenta se mezclaba con los zumbidos eléctricos de las máquinas.
Kai encendió una linterna pequeña y la dirigió hacia el suelo.
—Estás sangrando —dijo en voz baja.
Luna se tocó la mejilla. La herida ardía, pero no era grave.
—No es nada.
El aire estaba cargado de polvo, tanto que cada respiro le sabía a óxido. A su alrededor, el subsuelo se extendía como un laberinto de pasillos y habitaciones derrumbadas. En las paredes, los restos de viejos carteles anunciaban un mundo que ya no existía: ofertas de comida, películas, conciertos. Ecos de lo que alguna vez fue la humanidad.
—¿Dónde estamos? —preguntó ella.
Kai revisó un mapa arrugado que sacó de su chaqueta.
—Una vieja estación del metro. El Punto 17 debería estar a unos dos kilómetros hacia el sur… si los túneles no están bloqueados.
Luna asintió, aunque sabía que nada era tan simple.
Caminaron en silencio durante unos minutos. Solo se oían sus pasos, el goteo constante del agua y el crujir de los escombros bajo sus botas. A veces, el silencio era tan profundo que Luna sentía que su propio corazón hacía demasiado ruido.
—¿Qué era ese dron? —preguntó finalmente.
Kai vaciló antes de responder.
—De patrulla. De los Hijos. Están cazando a sobrevivientes.
—¿Y por qué me buscaban a mí? Dijeron mi nombre, Kai.
Él no respondió.
—¿Qué saben ellos que yo no? —insistió.
Kai se detuvo. Su rostro, iluminado por la linterna, mostraba una mezcla de cansancio y culpa.
—No lo sé todo, Luna. Pero… hay historias.
—¿Historias?
—Sobre una chica que sobrevivió al fuego. Que caminó entre las cenizas cuando todo colapsó. Los Hijos la llaman la portadora del amanecer.
Luna soltó una risa amarga.
—¿Y creés que soy yo?
—No lo sé —repitió Kai—. Pero ellos sí parecen creerlo.
Siguieron avanzando. Las sombras se volvían más densas cuanto más se adentraban. En las paredes, símbolos como los que había visto en el puente reaparecían: círculos, triángulos, líneas… todos pintados con una precisión casi ritual.
Luna pasó los dedos sobre uno. Estaba fresco.
—No hace mucho que alguien estuvo aquí.
Kai apretó la mandíbula.
—Entonces no estamos solos.
El ruido los encontró antes de que pudieran esconderse. Un golpe metálico, seguido de un gemido.
Luna levantó el cuchillo y Kai desenfundó su arma. La linterna tembló en sus manos, iluminando una figura encogida al final del túnel.
—¡No disparen! —gritó una voz femenina.
Era una joven, cubierta de polvo, con una herida profunda en el brazo. Sus ojos reflejaban miedo y agotamiento.
—No soy de ellos —dijo, levantando las manos—. Me llamo Iris.
Luna se acercó despacio.
—¿Qué hacés acá?
—Iba con un grupo de refugiados… Nos emboscaron. Los Hijos nos cazaron uno por uno. Solo quedé yo.
Kai bajó el arma.
—Iris, ¿viste a alguien más? ¿Alguien que pareciera liderarlos?
La chica asintió débilmente.
—Sí. Un hombre con una máscara negra… lo llaman el Predicador. Dijo que buscaban a “la que lleva el amanecer”.
Luna sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Iris se desplomó. Luna la sostuvo antes de que cayera al suelo. La piel de la chica estaba fría, y su respiración, entrecortada.
—Está perdiendo mucha sangre —dijo Luna.
Kai miró alrededor.
—Debemos curarla antes de que sea tarde. Busquemos un refugio.
Encontraron una sala lateral, lo que parecía ser una vieja oficina de mantenimiento. Luna encendió una lámpara improvisada con una batería. El resplandor anaranjado iluminó las paredes llenas de moho y cables colgantes.
Limpió la herida de Iris con el poco alcohol que quedaba y la vendó con un trozo de tela arrancado de su chaqueta.
La chica murmuró algo mientras se dormía.
—“El fuego renace donde termina la noche…”
Luna frunció el ceño.
—¿Qué dijo?
Kai la miró.
—Una frase de los Hijos. Su lema.
El silencio volvió a caer sobre ellos, más denso que antes.
Luna se sentó junto a la pared. Miró la lámpara, la llama temblando con cada corriente de aire.
—Kai, decime la verdad. ¿Qué sabés de ellos?
Él suspiró.
—Antes… cuando el mundo aún intentaba sobrevivir, los Hijos surgieron de entre los restos de la civilización. Creían que la humanidad debía purificarse a través del fuego. Que los sobrevivientes eran elegidos por algo más grande.
—Fanáticos —dijo ella.
—Sí, pero organizados. Tienen tecnología, armas, drones… y algo más. Algo que los guía.
Luna apartó la mirada.
—Y vos… ¿cómo sabés tanto?
Kai dudó un momento.
—Porque una vez fui uno de ellos.
Luna lo miró, incrédula.
—¿Qué estás diciendo?
—Me reclutaron cuando tenía quince años. Era solo un soldado más. No sabía lo que hacían, hasta que vi cómo quemaban un pueblo entero por “purificación”. Escapé. Desde entonces me buscan.
El silencio se volvió casi insoportable.
Luna lo observó largo rato.
—Y ahora ellos me buscan a mí.
Kai bajó la cabeza.
—No lo entiendo, pero están convencidos de que sos parte de su profecía.
Luna cerró los ojos. Su respiración tembló. En la oscuridad de su mente, una imagen la golpeó sin aviso: fuego… un edificio ardiendo… una niña corriendo entre las llamas… y una voz femenina que gritaba su nombre.
Abrió los ojos, sobresaltada.
—Kai… creo que… yo estuve allí.
—¿Dónde?
—En una de esas purificaciones. Yo… recuerdo el fuego. Recuerdo gritos. Pero no sé por qué sigo viva.
Kai la miró, preocupado.
—Entonces puede que haya una razón por la que te buscan.
Iris se movió en su sueño, murmurando palabras ininteligibles.
Afuera, el ruido del dron se había desvanecido, pero el eco del pasado seguía vivo en las paredes.