El zumbido crecía. Era como si el aire temblara, vibrando con un rugido metálico que venía del horizonte. Nara sintió cómo el suelo bajo sus botas empezaba a estremecerse. Los Hijos del Amanecer se movían con rapidez, corriendo hacia las barricadas improvisadas que protegían la estación.
—¡Drones de reconocimiento! —gritó Lyra, apuntando al cielo.
Tres luces blancas se acercaban, cortando las nubes de ceniza con una precisión aterradora.
Kael corrió junto a Nara, cargando su arco con una flecha de punta de metal.
—Cuando te diga, corre hacia la torre del este. Desde ahí podrás ver mejor el flanco —ordenó.
—¿Y tú?
—Haré lo que siempre hago: distraerlos.
Nara quiso protestar, pero una explosión la obligó a agacharse. Uno de los drones había lanzado una carga de fuego líquido sobre el perímetro. Las llamas se extendieron rápido, devorando la madera y el polvo acumulado. El olor a metal quemado llenó el aire.
—¡Todos a cobertura! —gritó Eira, tomando un fusil viejo pero funcional.
El rugido de motores pesados comenzó a escucharse. No eran solo drones: vehículos blindados avanzaban por la carretera, su silueta distorsionada por el calor del fuego. En ellos, las insignias del Consejo brillaban como heridas doradas.
Nara corrió hacia la torre que Kael había mencionado, subiendo por los restos oxidados de una escalera. Desde lo alto, vio la magnitud del ataque: al menos cuatro transportes y más de una veintena de soldados armados. Todos vestidos con armaduras ligeras y máscaras de respiración. Parecían sombras blancas entre el humo.
Un proyectil impactó cerca. El metal vibró bajo sus pies.
—No hay tiempo —susurró.
Cargó su vieja pistola —una reliquia heredada de su madre— y apuntó. Su pulso temblaba, pero apretó el gatillo. El disparo resonó como un trueno. Un soldado cayó. Otro giró, buscando el origen. Ella volvió a disparar, esta vez fallando por centímetros.
Desde abajo, Kael lanzaba flechas encendidas. Una de ellas impactó en el tanque de combustible de un vehículo, que estalló con un estruendo ensordecedor. La onda expansiva los lanzó al suelo, pero también abrió una oportunidad.
—¡Ahora, Nara! —gritó Lyra desde la barricada.
Nara bajó a toda velocidad. Corrió entre el humo, esquivando escombros y disparos. Cada explosión hacía vibrar su pecho, cada grito parecía arrancarle un pedazo de aire. Vio a Kael arrastrando a un chico herido hacia el interior de la estación. Su brazo sangraba, pero seguía disparando con la otra mano.
—¿Cuántos quedan? —preguntó Nara, ayudándolo.
—Demasiados. Y Eira quiere que resistamos hasta que anochezca.
La líder apareció entre las sombras, con el rostro cubierto de hollín y una determinación que parecía inquebrantable.
—No podemos huir —dijo—. Si el Consejo nos encuentra una vez, lo hará otra. Tenemos que defender este lugar. Este es nuestro hogar.
El rugido de un dron los interrumpió. Se cernía sobre ellos, girando en el aire como un depredador mecánico. Nara levantó la vista y, sin pensar, tomó un tubo de metal que descansaba en el suelo. Lo apuntó como si fuera una lanza y, con toda la fuerza que tenía, lo lanzó. Impactó justo en el centro del dron, que cayó en espiral envuelto en llamas.
Kael silbó.
—Recordaré no enojarte.
Ella sonrió por un segundo, pero el humo le robó el aliento. Tosió, apretando el arma.
—Tenemos que salir de aquí. Si destruyen los túneles del sur, estaremos atrapados.
Eira asintió.
—Kael, lleva a los más jóvenes al túnel. Nara, tú vienes conmigo. Hay algo que no pueden encontrar.
—¿Qué cosa? —preguntó Nara.
—El núcleo de energía. Si el Consejo lo obtiene, sabrá que aún estamos vivos. Y eso significará el fin de todos los refugios.
Atravesaron la estación entre escombros y humo. Los gritos y disparos quedaban atrás, como ecos de una batalla perdida. Llegaron a una cámara oculta bajo los andenes. En el centro, un generador antiguo zumbaba débilmente. Era la fuente de energía del refugio.
Eira buscó entre los cables hasta encontrar un panel oxidado.
—Ayúdame a desconectarlo.
Nara se agachó y comenzó a cortar los conductos con un cuchillo. El generador lanzó chispas y un rugido agudo. El suelo tembló.
—¡Rápido! —gritó Eira.
Con un último tirón, el núcleo se desprendió, una esfera brillante que pulsaba como un corazón.
—Lo tenemos —dijo Nara, sudando.
—Bien. Ahora, corre.
Cuando salieron de la cámara, el techo se desplomó parcialmente. El calor era insoportable. Nara vio cómo Kael y Lyra luchaban por cubrir la retirada de los demás. El fuego envolvía todo el recinto.
—¡Por aquí! —gritó Kael al verlas.
Corrieron hacia la salida trasera. Los disparos los seguían, rebotando contra los muros. Un proyectil explotó cerca, lanzando a Lyra al suelo. Nara se detuvo, volvió y la levantó por los brazos.
—¡Vamos, no te mueras ahora!
—Nunca fue parte del plan —respondió Lyra con una media sonrisa.
Llegaron a los túneles justo cuando el último vehículo del Consejo atravesaba la valla principal. Kael presionó un detonador y una serie de explosiones selló la entrada detrás de ellos. La oscuridad los envolvió.
Solo se escuchaba su respiración agitada y el eco lejano del derrumbe.
—¿Todos están bien? —preguntó Eira, sosteniendo el núcleo.
—Por ahora —dijo Kael, limpiándose la sangre del rostro.
Nara se apoyó en la pared, temblando. El olor a polvo y metal le llenó la garganta. Cuando miró atrás, a través de las grietas del túnel, vio la luz del fuego consumiendo lo que quedaba del refugio.
—Nuestro hogar… —susurró Lyra.
Eira cerró los ojos.
—El amanecer no muere. Solo cambia de lugar.
Kael se acercó a Nara.
—Lo hiciste bien allá afuera.
Ella soltó una risa cansada.
—No me siento bien.
—Eso significa que sigues siendo humana. —Hizo una pausa—. Pero si el Consejo nos encontró, ya no estamos a salvo en ningún sitio.