Cenizas del amanecer

Capítulo 6

El silencio del túnel era tan profundo que parecía absorber el sonido de los pasos.
Nara avanzaba despacio, con una linterna pequeña en una mano y el cuchillo en la otra. Detrás de ella, el grupo caminaba en fila, siguiendo el débil resplandor azul del núcleo que Eira llevaba colgado del pecho. Cada chispa de su luz se reflejaba en las paredes húmedas, revelando grietas, óxido y rastros de algo más antiguo que las ruinas en la superficie.

El aire era espeso, cargado de polvo y un olor metálico que se pegaba a la garganta.
Nadie hablaba. Nadie quería romper el frágil equilibrio que mantenía el miedo a raya.

Kael fue el primero en hacerlo.
—Esto solía ser parte del sistema de transporte del viejo mundo —dijo en voz baja—. Mi padre trabajaba en los túneles antes del colapso. Decía que aquí abajo había kilómetros de rutas y laboratorios escondidos.

Lyra lo miró por encima del hombro.
—¿Y también te dijo cómo salir de aquí? Porque no pienso morir asfixiada.

—Tranquila —respondió Kael con una sonrisa cansada—. Aún no llegamos al punto de desesperación.

Nara no dijo nada. Había aprendido a escuchar más que a hablar. Cada eco, cada goteo, cada susurro lejano podía ser una advertencia. Los túneles tenían una manera extraña de devolver los sonidos distorsionados… como si algo respondiera desde la oscuridad.

Eira se detuvo de repente.
—Silencio. —Apagó el núcleo por unos segundos.
El grupo quedó envuelto en una oscuridad total. Y entonces, todos lo oyeron.

Un ruido bajo, arrastrado. Algo moviéndose.
No era viento.

Nara contuvo la respiración.
El sonido se repitió, más cerca.
Un paso. Otro. Algo raspaba contra el suelo, pesado.

—¿Qué fue eso? —susurró Lyra, tensando el rifle.
Kael levantó su arco, buscando entre las sombras.
—No lo sé… pero viene de ahí. —Señaló un pasadizo lateral.

Eira encendió de nuevo el núcleo, inundando el túnel con una luz azulada. Lo que la luz reveló hizo que todos dieran un paso atrás.

Las paredes estaban cubiertas de marcas. No eran arañazos de animales. Eran símbolos.
Círculos, cruces, palabras grabadas con algo filoso.
Algunos decían “Ellos oyen”. Otros, “Debajo no hay amanecer”.

Lyra palideció.
—¿Qué demonios es esto?
Eira observó los símbolos con el ceño fruncido.
—Advertencias. O rezos. De quienes vivieron aquí antes que nosotros.

—¿Vivieron? —repitió Kael.
—O murieron intentándolo.

Nara se acercó y tocó una de las marcas. Estaba húmeda, reciente.

Entonces lo sintió: una corriente de aire helado.
Algo se movía dentro del túnel lateral. Una sombra, apenas visible, pero real.

—Hay alguien ahí —dijo en voz baja.
Kael la sujetó del brazo.
—No te acerques.

Demasiado tarde. Un ruido seco retumbó, y una figura cayó frente a ellos.
Era un hombre… o lo había sido alguna vez. Su piel estaba cubierta de escamas grises, los ojos completamente blancos. Su respiración era irregular, casi un silbido.
Lyra apuntó de inmediato.
—¡Atrás!

El hombre levantó la cabeza. Cuando habló, su voz era un eco roto.
—¿El… amanecer… volvió?

Nara dio un paso al frente, sin saber por qué. Había algo humano en ese rostro deformado.
—¿Quién eres?

—Ellos… —susurró el hombre, temblando—. Ellos siguen aquí… abajo. No deben… despertar.

Eira se inclinó.
—¿Quiénes?
Pero el hombre no respondió. Tosió sangre negra y cayó, inerte.

Por un instante, nadie se movió.
El silencio volvió a caer sobre el grupo, más pesado que antes.

Kael lo revisó, buscando señales.
—No tiene heridas… —dijo—. Solo… mutaciones.
—No —murmuró Eira, con los ojos fijos en el cuerpo—. No son mutaciones. Es exposición.
—¿A qué?
—A la radiación del proyecto. Al Amanecer.

La palabra flotó en el aire como un presagio.

Nara tragó saliva.
—¿Quieres decir que el Proyecto Amanecer creó esto?
Eira asintió lentamente.
—Intentaron manipular la atmósfera, limpiar el aire con bioagentes. Pero algo salió mal. En lugar de sanar… alteró lo que quedaba de nosotros.

El grupo permaneció en silencio. Solo se oía el goteo constante del agua y el zumbido del núcleo.

Lyra se giró de repente.
—¿Y si no estamos solos aquí abajo?

Como si sus palabras fueran una señal, el túnel vibró.
Un golpe. Otro. Algo enorme se movía más allá del pasadizo. Las linternas temblaron en sus manos.

—¡Corran! —gritó Kael.

El rugido que siguió no era humano. Era un chillido profundo, resonante, como si el túnel mismo estuviera gritando. Nara corrió detrás de Eira, sintiendo el aire moverse a sus espaldas.
La criatura —o lo que fuera— los seguía, golpeando contra las paredes, arrancando pedazos de concreto.

El núcleo titiló, su luz parpadeando.
—¡No se apague ahora! —maldijo Eira.

Doblaron una esquina y vieron una compuerta oxidada al final del túnel. Nara se lanzó hacia ella, empujando con toda su fuerza. La puerta cedió con un chirrido agudo y el grupo se deslizó al otro lado justo cuando algo impactó contra el metal, deformándolo.

Kael cayó de rodillas, jadeando.
—Eso… no era un humano.

Eira apoyó la espalda contra la puerta.
—No lo era. Pero solía serlo.

Lyra, temblando, se dejó caer al suelo.
—Si eso fue lo que creó el Proyecto Amanecer, entonces el Consejo no busca reconstruir nada. Busca controlarlo.

Nara levantó la vista.
—¿Controlar qué?

Eira la miró con una expresión que mezclaba miedo y certeza.
—La evolución. Lo que viene después de nosotros.

El silencio se extendió una vez más.
Solo se oía el golpeteo sordo del metal, del otro lado de la compuerta.

Nara cerró los ojos un segundo y recordó las palabras del holograma:

> “No en los que digan haber sobrevivido desde el norte.”

—Eira… —dijo despacio—. Si esto es parte del Proyecto, y el Consejo está enviando gente al norte… entonces puede que estén cultivando más de esas cosas.



#163 en Ciencia ficción

En el texto hay: posapocalptico

Editado: 09.11.2025

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