Narrado por Susan — Año 2025, Arkoa
El día que el mundo se apagó, yo aún creía que podía arreglarlo.
Tenía trece años.
Demasiado joven para entender.
Demasiado grande para no hacerlo.
Mi madre era ingeniera en neurociencia aplicada. Decía que el cerebro humano era “el proyecto más imperfecto del universo”… y, al mismo tiempo, el más peligroso. Ella trabajaba en la unidad privada que colaboraba con la Orden Helix en algo que se conocía, al menos para los trabajadores, como Nexo Cognitivo.
Yo crecí escuchando palabras como “algoritmos mentales”, “ondas delta”, “contención de memoria” y “reinicio neural”.
No sabía que un día, todas esas palabras se convertirían en armas.
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Mi historia del fin empieza en un ascensor.
Estaba en el piso 42 del Edificio Blanco, el centro de investigación más potente del país. Mi madre me había llevado porque “era más seguro adentro que afuera”, aunque la tensión en sus manos decía lo contrario.
Me inclinaba para leer su tarjeta de acceso cuando las luces parpadearon y un zumbido… profundo… atravesó las paredes.
No era un sonido.
Era un tirón.
Como si alguien hubiera metido la mano en mi cabeza y girara un interruptor.
—¿Mamá? —pregunté.
Ella se quedó rígida.
—Ya empezó —susurró, sin siquiera mirarme.
El ascensor se sacudió.
Se apagó.
Y quedamos en una oscuridad que olía a metal caliente.
Yo respiraba muy rápido. Ella no.
—Susan. Escuchame bien —me dijo en la oscuridad—. Si escuchás voces… si sentís que te están hablando… ignoralas. No respondas.
—¿Qué está pasando?
—El RESET entró en fase uno.
No entendía.
Pero entendí algo cuando un llanto se escuchó desde otro piso.
Y luego otro.
Y luego gritos.
Mi madre apretó el botón de emergencia con una furia que jamás le había visto.
El ascensor se destrabó apenas, suficiente para forzar la puerta.
—Vamos —ordenó—. No te separes.
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El Edificio Blanco ya no era blanco.
Luces rojas parpadeaban.
Gente corría por los pasillos, algunos sangrando por la nariz, otros sujetándose la cabeza como si algo ardiera dentro.
—¡Doctora Vega! —gritó un científico—. ¡¿Usted sabía que lo activarían hoy?!
Mi madre no respondió.
Me arrastró por el corredor, esquivando a un hombre que se golpeaba la cabeza contra una pared repetidamente, murmurando:
—Callate, callate, no te escucho, no te escucho…
Yo temblaba.
—¿Qué les pasa? —pregunté, casi sin voz.
Mi madre respiró hondo.
—El RESET está reescribiendo rutas neuronales. Intentan resistirse.
—¿Y nosotros?
—No te va a tocar —dijo ella, pero la forma en que lo dijo me hizo entender que no estaba segura.
Giramos una esquina.
Ahí estaban:
tres hombres de Helix, traje negro, máscara translúcida, guantes blancos.
En sus pecheras brillaba el símbolo doble.
Helix.
Luz azul, suave, peligrosa.
Mi madre se puso enfrente de mí como un escudo.
—No. A mi hija no la tocan.
El agente de la derecha inclinó la cabeza.
—Todos deben ser evaluados para clasificación cognitiva.
—¡Es una niña!
—No importa la edad —dijo el de la izquierda—. El RESET no discrimina. Solo calibra.
Yo me llevé la mano a la frente porque algo dentro de mí vibraba.
Un eco.
Un pulso.
Uno de los agentes habló con una calma insoportable:
—Sujeto 09 muestra señales tempranas.
Mi madre retrocedió un paso.
—Susan no es parte del programa. Yo jamás firmé—
—Los sujetos no se seleccionan por firma —la interrumpió el agente principal—. Se seleccionan por predisposición mental.
Las luces del techo parpadearon.
El piso tembló.
Y entonces escuché algo.
“Susan…”
Mi nombre.
No en el mundo real.
No en mi oído.
Dentro.
En mi mente.
—Mamá… —murmuré—. Me están… me están hablando.
Ella me tomó del rostro con ambas manos.
Estaba llorando.
Mi madre nunca lloraba.
—No escuches la señal, amor. No escuches. No respondas. Resistite.
Pero la voz insistió.
“Fase uno completada.”
“Conectando…”
“Sujeto 09 estabilizado.”
Me llevé ambas manos a la cabeza.
—¡No quiero escucharlo! ¡No quiero!
Los agentes Helix avanzaron.
Mi madre tomó un extintor de la pared y, con toda la fuerza que tenía, golpeó al primero de ellos en la cara.
El extintor rebotó como si hubiera golpeado una piedra.
Pero sirvió.
Porque el segundo de ellos se movió para detenerla…
y soltó mi brazo.
Corrí.
Sin pensar, sin dirección, sin aire.
Solo corrí.
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El Edificio Blanco era un caos.
Gritos.
Alarmas.
Luces azules marcando puertas de emergencia.
La gente desorientada.
Algunos riendo.
Otros llorando.
Otros… quietos, como muñecos rotos.
Yo seguía escuchando la voz.
“No tengas miedo.”
“Tu mente puede ser mejor.”
“Solo tenés que dejar que entremos.”
Corrí hasta el laboratorio 12-B. La puerta estaba entreabierta.
Entré y me escondí bajo una mesa.
Mi corazón latía tan fuerte que pensé que explotaría.
Entonces la pantalla del laboratorio se encendió sola.
El símbolo Helix apareció.
Brillante.
Pulsante.
Hipnótico.
La voz se volvió más fuerte.
“Sujeto 09: potencial alto.”
“Procesando…”
Yo tapé mis oídos, pero eso no servía.
La voz estaba adentro.
No afuera.
Una mano se deslizó sobre mi hombro.
Grité.
—Susan.
La voz era humana.
Era mi madre.
Tenía sangre en la ceja.
Su respiración era errática.
—Tenemos que irnos ya —dijo—. Antes de que complete fase dos.
—¿Qué es fase dos? —pregunté, temblando.
Ella me miró con una tristeza tan profunda que me dolió.
—La fase donde dejan de preguntar… y empiezan a controlar.