El humo saliente de los habanos parecía no tener fin, estaba por encima de nuestras cabezas como si estuviesen cuidándonos, como una nube de pesadumbre que no se iba.
Todos me miraban de una manera tan diferente. La misma gente que me miraba con repudio anteriormente, ahora me miraban como lo más hermoso que sus ojos habían visto, alabando con frenesí mi falsa unión matrimonial.
Todos excepto ese hombre; aquel teniente de actitud errática que me miraba como si odio se hubiese sembrado en el instante que me recordó. Si, que me recordó, por qué lo sabía perfectamente. El sabía quien era, y yo sabía que él se había percatado de eso. Sin embargo no había dicho ninguna palabra durante la cena, simplemente sonreía con falsedad y bebía brandy en exceso. Limpie mi boca con la servilleta de seda y suspire satisfecha pero sin dejar que se me escapara algún gesto de tristeza. El sentido de adaptación me estaba resultando difícil. El padre de mi verdugo, dio su último sorbo, carraspeo la garganta y se puso de pie. Todos callaron otorgándole completa atención.
— Bien. Quiero proponer un brindis.
Otro brindis. Esa gente por cualquier cosa sin significancia proponían brindis. Eran tan patéticos y aterradores al mismo tiempo que al pensar que estaba sentada con una manada de asesinos y enfermos mentales, desataba mi cordura, haciéndome temblar de miedo y convertirme en diminuta.
— ¡Por el reciente matrimonio de mi hijo, Wilhelm!
Todos levantaron sus copas, las damas portaban una copa de champagne, los hombres brutos y belicosos, un vaso de brandy, whisky o copas de coñac sostenidas por su mano derecha y en la misma, entre los dedos un puro o un cigarrillo a medio comenzar. Wilhelm, rápidamente se giró hacia a mi y tomo la botella de Moët & Chandon, y vacilante dejó caer el líquido en mi copa vacía frente a mi, con la mano tambaleante, sin ningún cuidado y por el movimiento turbio, la espuma subió hasta caer por el borde de la copa empapándome una mano. Yo lo mire con desdén y sacudí mi mano lejos de la mesa. El la tomo con brío y me hizo levantarme de la silla frente de la mesa. Ahora el sonría con embuste mientras yo lo observaba atenta, aquel cabello radiantemente claro, la luz ayudaba un poco y este hacia deslumbrar tan atrozmente que llegaba a creer que era un ser maligno y omnipotente, y yo solo una simple mujer a manos de este.
Apreté los ojos con fuerza tragándome las lágrimas y gire hacia el tumulto de personas. Sonreí y levante mi copa, los aplausos pronto se harían presentes llenándome de triste e impotente incordio
Suspire, reí con cada uno de ellos y el ojiverde sostenía un cigarrillo, sin aplaudir con el semblante neutro se sentó de nuevo en su sitio, prontos todos haríamos lo mismo.
— ¡Bien! — Exclamó con envidiable júbilo — Cuénteme ya, ¿En donde se casaron?
Mi sonrisa se fue con lentitud, y aquella sensación helada recorriéndome la espalda descubierta llegó. Trague saliva y respondí después de sorber un poco de mi copa. El alcohólico sabor y la alta acidez me lleno el paladar, lo cual me dio valor para mirarlo con firmeza a los ojos y contestar — En Kiev, herr comandante.
El hombre abrió los ojos sorprendido — ¡Caramba, Wilhelm! ¿Por qué no casarse en nuestra patria? — Pregunto ofendido — No hay nada como nuestra Alemania.
Todos concordaron, Wilhelm dio un sorbo a su tragó mientras el ojiverde nos miraba con atención y aberrante sonrisa, esperando a que algo mal saliera de mi boca para así echarme a los lobos.
— No es desprecio a nuestra patria, padre — Respondió después de un incómodo y largo silencio — Amara gusta mucho de Kiev en particular.
Gire a mirarlo. El maldito cobarde me había echando la responsabilidad de responder con inteligencia. Suspire con recelo y Kretschmann simplemente estaba atento.
— ¿Puedo saber por qué? — El comandante reafirmó un gesto de poder, subió una ceja disgustado y con unas copas encima se apreciaba aún más imponente — Una cuidad muy religiosa, ¿O no?
Eso, totalmente era una ofensa para ellos, seguramente Wilhelm no pensó a fondo lo que me había hecho decir.
— Solo la arquitectura es religiosa, herr comandante. Sinceramente no estoy apegada a ningún tipo de etnia. Nunca fue mi intención ofenderlo — Sonreí. Rápidamente el lo hizo también.
— Bien, ¡Excelente, Wilhelm! No pudiste encontrar a alguien mejor.
Wilhelm sonrió con triunfo pero con sentimientos falsos. Giro a mirarme de reojo, me trasmitió su repudio escondido detrás de una buena cara.
— Los jóvenes son atrabancados, querido. No pueden pensar, simplemente lo hacen. Ya has escuchado que no fue su intención molestarte — Por fin aquella mujer sumisa y sometida hablo, su voz era parecida a la de mi madre, tan parecida que al escucharla mis nervios se tensaron y me hicieron recordarla cegándome con su rostro en mis pupilas.