Cenizas En El Cielo.

Capítulo 14.

Un vestido con cola de sirena de un tono vino con destellos brillantes que centellaban más fuerte con la luz artificial de la habitación, con la espalda descubierta y escote pronunciado y ausencia de tirantes,  zapatillas plateadas de tacón alto y delgado, unos caireles falsamente rubios caían en cascada de caída libre, adornados con un tocado de plata y un delineado discreto y un sublime labial rojo. A pesar de que las heridas estaban vendadas, estas dolían con el mínimo roce del vestido.
Las risas se convertían en bullicio por todos lados, las personas que eran encargadas de matar a mi raza estaban afuera, riendo, bebiendo y pasándosela bien, mientras yo estaba en mi cárcel esperando salir del brazo de aquel hombre que me mutilada todos los días.
Agnes apareció enseguida, dándome un retoque de maquillaje y acomodando en mis cabellos.
— Ya casi es hora. Te dirigirás a todos como, herr teniente, herr comandante, señor y señora. Ningún otro apelativo. No te refieras a ninguno de ellos, ni los mires demasiado. Hablaras sólo cuando te hablen, toda discusión de política está prohibida para ti. No exprese opiniones propias aunque te las pidan, coincide con la de ellos. Asiente con la cabeza, ríe cuando lo hagan y sonríe en todo momento. ¿Entendiste?

Asentí no tan segura

La puerta se abrió de pronto y el hombre estaba tan lustre y pulcro con un uniforme de gala. Portaba dos galones con franjas trenzadas acompañados de un  color amarillo y negro  en cada hombro, un emblema con las letras SS en el cuello y del otro lado un emblema mas con tres estrellas. Su cabello dorado centellaba al igual que el vestido que portaba. Los ojos azules expresivos y un gestos de seriedad totalmente. Me miró intensamente y reaccionó carraspeando la garganta — Ya es hora, judía — Exclamó. Suspiro con recelo y desdén, y camine frente a el donde ya me estaba ofreciendo tomar su brazo. Suspiro llena de incordio sembrados y disfrazados de taciturna. Tomé su brazo y caminamos por el pasillo, pronto las risas y habladurías se harían más fuertes con cada paso, solté un suspiro. El nerviosismo y dolor físico me estaban martirizando atrozmente.
En un segundo había decenas de uniformados con galante presencia, mujeres con vestidos hermosos y brillantes, mientras una nube de humo de cigarrillos y puros se mantenía por  arriba de sus cabezas. Una manada de camareros formados en fila horizontal pegada a las paredes con gestos neutros, y la canción *Küß mich, bitte, bitte küß mich  sonaba de fondo y amenizaba la atmósfera. El olor de la carne me hacia agua la boca, miles de quesos, jarras de vinos exóticos, frutas endulzadas ,botellas de brandy, whisky, coñac, vodka, litros de cerveza y pan en trozos pequeños acompañados de carnes frías y aceitunas me nublaban  la vista.
— ¡Heil Hitler! — Exclamó el hombre a mi lado. Todos callaron, la música se detuvo y todos posaron sus ojos en nosotros acompañados  de su atención e interés —¡Heil Hitler! — Todos saludaron, levantando sus copas con sonrisa de pilas de dientes perfectamente blancos y bien formados. Un hombre, de altura superior y unos ojos expresivo del mismo tono del hombre a mi lado, se acercó. Los cabellos salpicados de blanco y arrugas en los ojos habían atacado su rostro pálido.
Su traje de gala era de un tono más fuerte, emblemas y galones dorados con tres estrellas por todos lados, cruces y una calavera en la boina que portaba. El hombre  me miró con una sonrisa amena, yo realice un ademán   con una mueca disfrazada de sonrisa pidiendo a  Dios mi resguardo. Su actitud estaba atiborrada de lozanía gallarda y un poco de altivez, su postura erguida y superior simplemente me incomodaba mucho más que Wilhelm Goldschmidt. Retiró de su cabeza la boina y se procedió a hablar.
— Wilhelm — Su voz era ronca y potente. Mis manos sudaban, yo sólo me limitaba a mirar.
— Herr Comandate  — Contesto sin ningún gesto ni sentimiento en la voz. Note cierta bochornosa tensión entre ambos, como si estuviesen compitiendo por demostrar quien era el mejor hijo de puta en aquel régimen.
El viejo cedió y sonrió con franqueza.
— ¿No hay un abrazo para tu padre?
— Por supuesto — Contestó con una ceja levantada. Me soltó y abrazo a su padre de una manera tan seca y fría que se podía notar que no fue sincero.
Ambos se separaron lo más rápido posible e impacto su mirada en mi de nuevo.
— Padre, oficialmente te presento a mi esposa, Amara.
El impacto de esas palabras me hicieron temblar de temor al resonar en mi cabeza, apreté los ojos y el viejo me tomo la mano derecha y la elevó a nivel de sus labios, los cuales enseguida poso en el dorso de aquellos dedos heridos por tocar terriblemente el piano. Tomé aire con cautela y conteste con seguridad — Un gusto por fin conocerlo, herr comandante — Sonreí — Amar Bähr Dierminssen.
— Es usted más bella de lo que mi hijo pudo describir. Baldwin Goldschmidt, coronel general de la SS, a sus órdenes.  
— Le agradezco el elogio.
— ¡Es un milagro que por fin ya seas un hombre casado, Wilhelm!
— Nunca es tarde, padre.
— Se decente y presenta a tu esposa a cada uno de los invitados — ordenó
— Si, padre — Contesto con cierta sumisión que disfrute muy dentro — con permiso — Espete y el hombre me tiro del antebrazo con cautelosa brusquedad y caminos hasta presentarme con cada uno de los hombres de rangos y oficio que ofrecían al tercer Reich.
Hans Krammler, ingeniero Civil y encargado de diseñar los campos para los enemigos del estado, del otro lado estaba Josef Mengele, que en palabras  de Wilhelm era un “honorable médico” pero para mi cierto escepticismo le tenía a todas y cada una de esas personas, frivolas y sin ningún sentimiento de culpa alguna, crueles y cínicos despiadados. Del lado del médico estaba   Franz Schwarz, es el tesorero del partido.
— Señor…— Musite — ¿Puedo ir por un bocadillo? Tengo mucha hambre. El hombre revoloteo los ojos de fastidio — Date prisa.
Di media vuelta con paso veloz a  llegar al mesón de bocadillos. Tenía tanta hambre, que tanta comida junta era una obra de arte demasiada hermosa como para profanarla con mi miserable presencia. Trague saliva que había producido el hambre y di media vuelta para volver con Wilhelm, me detuve en seco cuando lo vi intercambiando una conversación con otro uniformado, con traje de gala. Portaba  tres pepitas de plata y dos franjas sobre un parche   negro colgados en la solapa del saco opuesta a la insignia de unidad con las siglas SS en cada lado del cuello. Me acerque con lentitud, Wilhelm noto mi presencia y me tomo del antebrazo con suavidad. El hombre rápidamente cambio su sonrisa afable a un gesto de incordio y sembró una mirada incriminarte.
Ese hombre se distinguía entre todas demás personas como la luz más tenue entre todas la demás  luces. Alto, incluso más que mi custodio, esbelto, pero fuerte y airoso, cabello peinado con elegancia y extremadamente negro, como el paisaje de la noche, negro como el ébano, un rostro soberanamente blanco, con los ojos  profundamente verdes y melancólicos.
— Ella es Amara, mi esposa.
El hombre se rio con mofa e incredulidad. Altivo y grosero, dejó mi brazo estirado sin recibir el saludo.
— Es una broma, ¿No, Wilm? — Preguntó mirando errático al hombre. La voz con un timbre varonil y grave. Rápidamente lo recordé, un pavor horrido me hizo estruendo los sucesos evocados en  retrospectiva. Un torrente de diferentes miedos y temores se fusionaron en sólo uno. Ni con Wilhelm Goldschmidt había sucedido esa clase de terror lúgubre.
— No — respondió con una mirada pasivo-agresiva. Baje el brazo con lentitud y suspirar de fastidio — Preséntate — Ordenó con advertencia, sus ojos se clavaron unos con otros ignorándome totalmente. Fue una sensación de llegar a pensar que ambos hombres sabían demasiado uno del otro. Los aires de grandeza y deseo de competir al igual que ocurrió con su padre eran más intensos. El ojiverde, lleno de discordia apartó Los ojos de su compañero y se encogió de brazos. Poso la mirada en mi y esta vez el estiró el brazo  ofreciéndome saludarme.
— Kurt  Kretschmann,  teniente de la SS.




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