Centinela: Naturaleza y Poder

Capítulo 1: La deuda saldada

Nuestra historia comienza en una tranquila mañana de primavera, en la que las flores adornaban todo el sendero, y el cristalino río, que avanzaba a paso seguro a través del bosque, relajaba con su sonido a todo aquel que se detuviese a escucharlo.

Sentado frente a estas claras y melodiosas aguas se encontraba un león, grande y majestuoso, de melena sedosa y que cuando la agitaba al sol parecía estar echa de hebras de oro. De hecho, este no era un león común y corriente, se trataba de un león parlante. Su nombre era Azor.

Azor siempre gustaba de caminar en las mañanas y contemplar la naturaleza que lo rodeaba. Se regocijaba de ver cuanta vida había a su alrededor, cuanta belleza; Azor era todo un poeta. Es así que, como en muchas otras, aquella mañana él se encontraba reposando después de haber realizado su paseo rutinario.

Mientras tanto, rio arriba un pequeño barco a vapor se abría paso en medio del bosque. Dentro se encontraba una joven pareja de mercaderes junto con su pequeño hijo de menos de un año de edad.

–Nos ha ido excelente en la feria de Idlania –comentó el hombre, un tipo de pelo negro azabache y de una gran vitalidad–. ¿No lo crees, Elene?

–Tienes razón, Rudy –sonrió la mujer, una joven de pelo castaño ondulado y unos serenos ojos verdes–. Y mira, durante todo el viaje el pequeño Rudy no ha llorado ni una sola vez –agregó Elene luego de acercarse a la cuna de su hijo para contemplarlo. El pequeño en ese momento dormía plácidamente.

Rudy ya iba a contestar, cuando de pronto se oyó un ruido afuera del barco. Extrañados, la pareja salió de la cabina para averiguar qué había provocado aquel misterioso ruido, pero para su sorpresa de pronto se encontraron rodeados por un grupo de sujetos, que por su solo aspecto ya uno podía deducir que eran de la peor calaña.

–Somos los piratas del Ancla Sanguinaria –dijo un tipo de barba larga y sucia, quien parecía ser el jefe de la banda–, y para su mala suerte los hemos marcado desde que salieron de la villa de Idlania.

–La muchacha es muy bonita, jefe Barba Seca –señaló uno de los delincuentes–. Después de bastante tiempo podremos pasar un buen rato.

–¡No les permitiré poner un solo dedo sobre mi mujer! –exclamó Rudy iracundo, y al instante sacó unos cuchillos que tenía escondidos bajo sus medias.

–Acábenlo –ordenó el jefe de los piratas, e inmediatamente toda la horda de maleantes se abalanzó sobre Rudy.

Elene no se quedó tranquila a observar la desigual pelea, sino que sacó una pequeña pistola que escondía en su pierna izquierda, y apuntó al jefe de los piratas. Barba seca, al verse en peligro, trató de esconderse tras unas cajas para evitar el disparo, pero aun así una bala llegó a herirlo en el hombro.

Azor ya estaba a punto de dormirse, cuando de repente toda la paz y tranquilidad que se respiraba en el bosque se resquebrajó de golpe con el ensordecedor sonido de un disparo. Azor levantó la cabeza y aguzó el oído. En un instante reconoció que el sonido se trataba de un extraño artefacto que portaban los humanos. “Esos humanos, lo único que saben hacer es fastidiar todo a su alrededor, su presencia siempre ha traído problemas a donde sea que vayan. Probablemente se trate de esos odiosos cazadores, pero ni crean que les permitiré hacer de las suyas en mi bosque”, pensó el león parlante mientras se desperezaba y luego se dirigía a toda velocidad hacia el lugar del disparo.

Rudy era muy hábil con los cuchillos, y los secuaces de Barba Seca, a pesar de que muchos de ellos portaban armas de fuego, estaban teniendo muchos problemas para reducirlo. Por otro lado, Elene ya había herido a tres delincuentes con su pistola, sin contar al jefe.

–¡Malditos insolentes! –gritó iracundo Barba Seca mientras se agarraba su herida del hombro para tratar de parar el sangrado–. ¡No les perdonaré esto, desgraciados!

Todos los secuaces de Barba Seca entendieron el mensaje y de inmediato se colocaron detrás de su jefe. Entonces, este último cerró sus puños y se concentró por unos instantes. Elene aprovechó el momento para recargar su arma, pero para su sorpresa, cuando disparó a Barba Seca este no recibió daño alguno. Y es que de pronto todo su cuerpo se halló rodeado por una misteriosa aura de luz blanca que lo protegía de cualquier ataque.

–¡¿Qué diablos es eso?! –exclamó sorprendida Elene.

–He oído rumores sobre esa luz –comentó Rudy–. Estoy seguro de que se trata del extraño poder que utilizan los centinelas de la República… aunque, para serte sincero, nunca me imaginé que un simple delincuente sería capaz de usarlo.

–¡¿Un simple delincuente, dices?! –gruñó Barba Seca fuera de sus casillas–. ¡Nosotros somos los piratas del Ancla Sanguinaria, una de las bandas criminales más buscadas en todo el país! ¡Los haré pagar por su falta de respeto!

Barba Seca incrementó aún más el resplandor de su aura, y, entonces, unos pequeños relámpagos de luz blanca emanaron de su cuerpo y comenzaron a materializar una gran cantidad de rifles, pistolas y sables.

Encandilados por lo que veían, los secuaces de Barba Seca cogieron las armas que este iba materializando, hasta que al final no quedo ninguna sin portador. Cada vez que un maleante cogía un arma su cuerpo era rodeado por un aura idéntica a la de Barba Seca, aunque mientras más subordinados cogían las armas, el aura de Barba Seca fue perdiendo cada vez más su brillo e intensidad.




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