El recorrido fue hacia el sur y por la orilla del río que atravesaba el bosque. Después de salir de la arboleda seguía una enorme pradera, repleta de áreas de cultivo y grandes mansiones campestres. Durante todo el trayecto Rudy se pasó preguntando y Oliver explicando todo acerca de los humanos, de sus ingeniosos inventos, como por ejemplo las armas y los trenes, y sobre otras cosas sobre las cuales Rudy tenía grandes dudas.
–Oliver, entonces… ¿tú solo vives con tu hija Scarlett?
–Así es –contestó Oliver–. Mi esposa murió tras dar a luz, de modo que mi hija es la única familia que me queda. Ella tiene 13 años, por lo que pienso que se podrá llevar bien contigo.
–Ya veo, y, ¿en verdad es ciega? ¿Cómo los topos?
–Ella no es ciega, puede distinguir las cosas, aunque con poca precisión. ¡Te lo advierto, no la fastidies con eso, porque si me entero de que has hecho sentir mal a mi hija, te juro que lo lamentarás!
–Tranquilo, tranquilo, Oliver. Ya estás tan cascarrabias como Azor.
–Mira, allí esta Acasville –de pronto señaló Oliver, y apresuró el paso.
Rudy lo siguió por un camino de piedras construido cerca a la orilla del río, el cual seguía su curso por el medio del pueblo, cuyas calles se conectaban entre sí por numerosos puentes. Acasville era un pueblo tradicional, sus edificios estaban construidos al estilo medieval, y por todo él se podía oír bulla producto de los comerciantes y los pobladores que circulaban por las angostas callejuelas.
Rudy nunca antes había visto tanta gente junta, ni había oído jamás un bullicio similar, por lo que cuando entró al pueblo, en un inicio se sintió un tanto perturbado y mareado. Sin embargo, al poco rato se recuperó, y su curiosidad por tantas novedades que veía por primera vez en su vida lo hizo separarse de Oliver, quien en un inicio no se percató de la desaparición de su acompañante.
–Vaya, cuanta comida reunida en este lugar –se dijo Rudy con asombro una vez llegó al mercado del pueblo–. Frutas, carne de todas las variedades; ¡este lugar es increíble!
Rudy cogió una manzana y se dispuso a continuar con su camino, cuando en eso una malhumorada señora lo detuvo y exclamó: “¡son diez escudos!”. El muchacho se quedó extrañado y sin comprender lo que quería decir la señora, por lo que simplemente le dedicó una sonrisa y luego se alejó.
–¡Si no pagas tendré que llamar a la policía! –exclamó la señora luego de sujetar con fuerza el brazo de Rudy.
–Oh, oh… ya lo recuerdo –Rudy dio una mordida a su manzana–. Oliver me dijo que los humanos necesitan de dinero para poder obtener cosas.
–Qué bueno que lo sepas, ¡así que ahora págame y no me sigas haciendo perder el tiempo, mocoso!
–Lo siento, pero no tengo dinero. Supongo que te tendré que devolver la manzana.
–¡¿Devolver?, si ya te has comido como la mitad! ¡Me pagas o te meterás en serios problemas! –protestó la señora.
Rudy no sabía qué hacer. Al final, lo único que se le ocurrió en ese momento fue buscar a Oliver, pero este no estaba por ningún lado. “¡Oliver, ¿dónde estás?, necesito dinero!”, gritó Rudy, pero no obtuvo respuesta.
La señora del puesto de frutas ya estaba por llevarlo a la comisaría, cuando de forma providencial una muchacha como de la edad de Rudy la detuvo y le pagó por la manzana. La joven tenía el pelo rojo como la sangre y sus ojos eran de un celeste muy claro. Ella era muy hermosa.
–Gracias por ayudarme –dijo Rudy mientras acababa su manzana.
–¡¿No sabes que es de mala educación hablar con la boca llena?! –le recriminó la muchacha.
–Lo siento. Por cierto, mi nombre es Rudy, te agradezco por haberme ayudado –dijo el muchacho, y acto seguido escupió un par de pepas.
–¡Qué asco! –exclamó la joven–. Encima casi me caen.
–Pero si apunté bien lejos de ti –indicó Rudy–. ¿Acaso estás ciega?
–¡¿A quién le has dicho ciega, maldito fenómeno?! –bufó la muchacha y pegó un fuerte puñetazo con toda la intención de derribar a Rudy, pero con tan mala puntería que impactó contra una caja de frutas.
–¡Ay mi mano, como me duele! –se quejó la muchacha–. ¡Esquivaste mi golpe, pero te juro que a la segunda no fallaré, maldito malagradecido!
–¿Qué lo esquivé? Esta chica definitivamente esta ciega… ¡un momento! ¿Ciega? ¿Acaso será…?
La muchacha aún estaba sobándose el área dañada, cuando en eso Rudy se le acercó y le sujeto la mano afectada con delicadeza.
–¿Eres Scarlett, la hija de Oliver? –él le preguntó.
–¡Lo sabía!, tú eres el niño salvaje del que me comentó mi padre ayer –respondió la muchacha, no sin antes soltar una violenta patada, que en esta ocasión sí dio en el blanco.
–¡Ayayay!... ¿Oliver te habló de mí? –preguntó Rudy mientras se sobaba la pierna que había recibido la feroz coz.
–Verás, ayer mi padre me contó que salvó de unos cazadores a un león parlante y a un niño vestido con pieles, y luego me comentó que tenía la corazonada de que ese niño era el hijo de su difunto amigo Rudy Craft. Lo sabía, apenas te vi supe que tú eras ese niño.