Una blanca pared estaba frente a él cuando abrió los ojos. Rudy se fue levantando lentamente de la cama en la que se encontraba y observó a su alrededor. Se hallaba en una habitación de paredes y techo blanco. A un lado había una ventana con cortinas entreabiertas, por las cuales se filtraba la luz del sol de la mañana. Rudy volteó hacia el otro lado y observó una cómoda de madera, sobre la cual había regadas cartas, pequeños obsequios, y un recipiente con agua sobre el que reposaban gran cantidad de flores de todos los tamaños y colores. Más allá se encontraba sentada una persona de uniforme militar echándose una siesta. Rudy la observó más de cerca y descubrió que se trataba de Anastasia.
–Oye, despierta –la samaqueó.
–¿Que pasa…? ¡Oh! Rudy, ya despertaste, ¡qué alegría!
–¿Dónde están los demás? ¿Se encuentran bien?
–Tus cuatro compañeros están fuera de peligro y pronto se recuperarán. No te preocupes.
–Qué bueno, pero, ¿y qué pasó con el marionetista y con los niños del orfanato?
–Los niños ya han sido reubicados en otro orfanato. Por cierto, te han dejado varios obsequios y cartas de agradecimiento –Anastasia señaló hacia la mesita.
–¿Y qué ocurrió con el marionetista?
–No lo ubicamos. Puras marionetas inertes fue lo único que encontramos.
–La marioneta de un niño… supuestamente Sigmund trasladó su alma a esa marioneta. ¿Hallaron la marioneta de un niño en el segundo piso?
–Si –contestó Anastasia–. Pero era una simple marioneta más. Por cierto, ¿quién es Sigmund?
–Sigmund More, así se llamaba el marionetista. Él me lo dijo.
–Ya veo.
–¿Qué, lo conoces?
–Así es, hace tiempo fue hallado muerto. Se trataba de un criminal muy peligroso. Sin embargo, lo curioso del caso es que cerca de su cuerpo los investigadores hallaron enterrados los restos de una marioneta que, al parecer, había sido usada como bomba. Lo recuerdo porque un amigo que trabajó en el caso me lo contó, y aparte porque fue la comidilla de los periódicos de la ciudad por un buen tiempo.
–Entonces, ¿Qué me estás tratando de decir?
–Que lento que eres, Rudy. Lo que te quiero decir es que el marionetista fue quién mató a Sigmund. Él te engañó.
–Ya veo – se lamentó Rudy desanimado.
–Bueno, mejor te dejo descansar. Iré a ver como se encuentran los otros.
–Espera, ¿Qué será del examen?
–El examen ya se realizó, pero no te preocupes. Ustedes cinco lo podrán dar la próxima semana –contestó Anastasia. Poco después ella salió de la habitación.
Rudy se quedó pensativo por un rato. Ya estaba a punto de volverse a dormir cuando de pronto los recuerdos del momento en el que destrozó al niño marioneta volvieron a su mente. Recordó la sensación que tuvo momentos antes de abalanzarse sobre la marioneta: una gran cantidad de información relacionada con su poder final había circulado en su mente cuando volvió a materializarlo. Pero, según él recordaba, estos datos debían llegar a la mente de uno apenas desactivaba su halo tras la primera vez que materializaba su poder. ¿Por qué en él eso ocurrió recién cuando por segunda vez materializó su poder final? Sin embargo, estás dudas no eran lo que más le preocupaba a Rudy, sino la información que había pasado por su mente en aquel momento.
“Cuando materialicé mi poder final por segunda vez, por mi mente pasaron unas imágenes horribles. Me vi a mi mismo como un monstruo despiadado que sólo pensaba en destruir y en alimentar su odio. No sé si esto les haya ocurrido a los otros, pero lo que sí sé es que en aquel instante sentí un gran deseo de destruirlo todo. Ahora que lo recuerdo, agradezco que no haya habido nadie aparte de esa marioneta en ese momento; no creo que hubiera sido capaz de diferenciar amigos de enemigos”, meditó Rudy, y al poco rato se durmió.
–¡Antifaz celestial! –exclamó Scarlett, y de inmediato unos minúsculos relámpagos blancos materializaron un antifaz plateado en el rostro de la joven.
–Excelente, excelente –asintió el comandante Gomis mientras hacía anotaciones en unas hojas–. Está aprobada, señorita Scarlett.
Scarlett saltó de alegría y salió de la habitación escoltada por un soldado.
–¡Que pase el último! –exclamó el soldado. Entonces, Rudy se incorporó de su asiento e ingreso a la habitación. Tras de sí entró el soldado y cerró la puerta.
–¿Cómo te fue, Scarlett? –preguntó Susan.
–Aprobé, ¡qué alegría!
–Qué bueno. Hasta ahora todos hemos pasado. Seguro que a Rudy también le va a ir bien –comentó Clark.
–No lo sé –dijo Bill pensativo–. Desde que salimos del hospital lo he visto preocupado y meditabundo. Nunca antes había visto a Rudy con esa actitud.
–Muy bien Rudy, ¿te parece si empezamos? –preguntó con tono amable el comandante Gomis.
Rudy asintió y activó su halo.
–¡Fuerza salvaje! –él exclamó, y entonces unos colmillos, garras afiladas y una larga cola de león se materializaron en su cuerpo.